La Mansión Wayne

Si todas las historietas que leemos fueran Watchmen, nos habíamos cansado hace tiempo y habríamos cambiado la pasión por un sentimiento menos fervoroso.

Ying y Yang

04/02/2020

| Por Bruno Magistris

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7ce17661480e4ab3a15469733bd02bdeSentado en el sillón de la abuela de mi amigo, jugando al Mortal Kombat vaso de Coca mediante. Cagándonos de risa (y a golpes cibernéticos) pasábamos la tarde de vacaciones en donde todo era perfecto y como debía ser. Sin preocupaciones, sin embrollos, llenos de vida, futuro y despreocupación.

No recuerdo bien los personajes. Quizás uno era “Sub Zero”, de un (tal vez) azul o amarillo traje. Nunca fui muy ducho en esos juegos, aunque dejaba la vida en cada pelea. Pero irremediablemente, me terminaban destruyendo con el fatídico “Finish him!”, humillante y apoteótico.

En algún momento entre combates, mi amigo me comenta que por fin… por fin había salido “La Muerte de Superman”, de editorial Perfil. Para mi, dicha muerte era una completa novedad, pero él hacía varios meses que estaba esperando su publicación. Yo había leído algún que otro comic para ese entonces, pero nunca con una dedicación total, como terminaría teniendo no mucho después.

Así que me empezó a contar, y mi cebamiento fue creciendo. La tarde llegó a su fin, agarré mi bicicleta y fui por Moreno de vuelta a casa, no sin notar casi de reojo un kiosco de diarios algo ignoto. Lo pensé por unos segundos, por suerte tenía guita en el bolsillo (ocho pesos… sí, salía ocho pesos), frené, dí media vuelta, y le pregunté al tipo “¿Tiene la muerte de Superman?”. Me dijo que sí, que era el último que le quedaba porque parecía que estaba agotado. Pagué, volví a la calle y llegué a casa.

Death_of_Superman_doomsdayPara la cena faltaba un rato. Mamá cocinaba bife con ensalada (¿cómo recuerdo ese bife?) y, en el entretiempo, empecé la lectura. El libro (librito gordo, lleno de notas, entrevistas, cosha golda) derramaba mucho laburo, se notaba que no estaba sacado con fritas sino que, quien lo había hecho, se había roto el orto para que estuviera tal cual lo tenía ahora en mis manos. En lo que para mi fueron tan solo unos segundos, leí las primeras páginas y fue (quizás) la primera vez que sentí que una historia de ese tipo (dibujada, con viñetas, llena de color) me agarraba del cuello y no me soltaba. Estaba casi sumergido en esa revista que me mostraba un mundo amplio, coherente, lleno de historias y meta-historias unas dentro de otras, cuando por fin mi vieja me gritó el “¡A comer!” característico y la dejé. Esa noche comí poco, o rápido, no sé, pero a los 10 minutos me excusé y volví a la cama de mis viejos, con la luz del velador encendida, a seguir leyendo. Sentía una necesidad imperiosa, una especie de adicción que era menester complacer porque todo el cuerpo me la pedía. Leer, leer y llegar al fin de algo que se me antojaba épico.

Creo que esa misma noche lo terminé. Vi algo que no terminaba de entender del todo: un personaje conocido y reconocido de la cultura popular moderna, moría. Moría gloriosamente, y ponía punto final a una historia de publicación que se remontaba a los años ´30… o eso pensaba. La última nota del libro aclaraba con mucho énfasis que ese no era, ni por asomo, el final de un personaje como Superman, que la editorial no se animaría nunca a matar a la gallina de los huevos de oro.

80276069Y ahí perdí… o gané. Quedé cautivado, atrapado en un mundo del que ya no quise salir, y del cual necesitaba más, y más, y más.

Hoy, mucho años después, releo la historia y veo todas sus falencias, sus lugares comunes, su “papafritez”, su “pochoclerismo”, etc, etc, etc. Pero fue, en mi vida comiquera, quizás el puntapie inicial de esto que aún siento cada vez que abro un (buen) comic. No mucho tiempo después, pasaría de la fascinación de una historia como la del kryptoniano, a la veneración ante obras tales como “Watchmen” o “Dark Knight”, que terminaron de convencerme que este medio no tenía ni tendrá techo.

Batman_The_Dark_Knight_Returns_Vol.1_1Lo malo de conocer esas obras, es que así como te entusiasman y te generan las ganas de más y más , cuando te das cuenta de que historias de ese calibre no son tan fáciles de encontrar, la frustración te lleva al enojo y posteriormente, casi al descreimiento de que puedan existir obras de la misma o superior calidad. Y más en aquellas épocas, donde si existían, no eran tan fáciles ni de conocer, ni mucho menos de conseguir. Yo al menos no tenía idea de nada, todavía no existía Comiqueando para orientarme. No había internet, y no tenía más amigos comiqueros que aquel Mortalkombatero que estaba igual que yo en nuestra suprema ignorancia, tan solo superada por el ansia de más.

El pochoclo y la gloria se fueron sucediendo, con la balanza más inclinada hacia lo primero, en la infatigable búsqueda de más obras del calibre de aquellas que me habían emocionado tanto. Y así fue quizá desde ese momento: el ying de lo excelso y perdurable, junto al yang de lo bochornoso que sólo subsiste en nuestra biblioteca por el perenne cebamiento nerdístico. Esas bazofias que nos negamos a tirar, que no tienen valor alguno, sino el que las liga estrechamente a nuestra historia, a quiénes éramos cuando la compramos, a qué sentimos la primera vez que la leímos (desilusión/defensa a rajatabla sin ninguna convicción).

Hoy la muerte de Superman generó tres películas animadas (si no más), una live action fallida (gracias Dios, por no permitirle a Nicolas Cage calzarse el rojo y azul), miles de ediciones (se acaba de editar, hoy, una edición nacional), y al recordar aquella publicación, es imposible no hacerlo con melancolía, con amor. Sin dejar de pensar en aquel pibe que se subió a la bicicleta y le dio una chance a la recomendación y compró algo que sí, estaba bueno, pero que nunca imaginó sería tan absolutamente adictivo.

715Sie7cy3L._SY500_¿Me hubiera pasado lo mismo si lo primero que hubiese caído en mis manos hubiese sido Watchmen? Quizás.

¿A qué voy con todo esto?

El ying necesita al yang. Si todas las historietas que leemos fueran Watchmen, nos habríamos cansado hace tiempo y hubiéramos dejado la pasión de lado por un sentimiento menos fervoroso. La machaca, el pochoclo, dentro de ciertos límites en que no se vuelva una bazofia infumable, es necesario.

No sé qué paralelo puede encontrarse hoy día con una saga como la del amigo Kent de aquel entonces. El mundo es otro, y generar colas en las comiquerías para comprar una revista envuelta en celofán negro, sería muy difícil de ver. Tal vez hoy esa puerta de entrada sea el cine, no lo sé.

Lo cierto es que a veces cuando voy en el auto y paso por ese kiosko de la calle Moreno (todavía subsiste, tantos años después), no puedo evitar, aunque más no fuera por un segundo, sentir el deseo de estacionar, bajar, y ver qué tiene de bueno para llevarme.

Quizás, por algún azar cósmico inexplicable, tenga en la batea alguna que otra saguita con la muerte de algún personaje importante.

Pero no me detengo, sigo manejando, y los ojos de mi alma se humedecen de esa emoción que este, tan solo este medio, logra generar en nuestra pequeña almita comiquera.

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