La Mansión Wayne

La vida y la pasión de Ernesto Guevara, en una historieta de un poder visual y argumental descomunales, creada por tres genios.

Che

02/03/2021

| Por Bruno Magistris

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PantallitaEl héroe verdadero es aquel que renuncia a su propio bienestar en pos de un fin mayor, que lo supera y que lo define. Es aquel que no teme anteponer sus ideales a su status en la vida, ganado a fuerza de sangre y sacrificio. Es quien, pudiendo gozar de un merecido descanso, decide continuar una lucha que quizás sea eterna.

Ernesto Guevara de la Serna fue uno de estos héroes, que tanto han pululado por la historia de nuestro país (pienso sin ir más lejos en Belgrano, en Monteagudo, en Artigas, en Dorrego, en Evita…). Ernesto Guevara, el Che. Aquel argentino que emigró tan joven en su peregrinación por aquella (esta, y la de siempre) América Latina que se desangra, que duele. Que no paró nunca de intentar cambiarla. Que intentó curar siendo médico, y terminó por cauterizarla a pura bala revolucionaria. Leprosos, asma, Fidel, Gramma, Sierra Maestra, el Comandante, la Revolución triunfante, URSS, misiles, inminente guerra nuclear, el Banco, la caña… explosiones rimbombantes de una fuga que empieza a serenarse en ese punto, que de a poco baja su intensidad y comienza a disiparse en los acordes finales, o casi.

4El Che, con cinco hijos, una esposa, una posición honrosa, un prestigio y fama mundial irreprochables, con cicatrices, sangre perdida en la tierra profunda, gloria, pasión y vida… siente que algo le falta. ¿Terminó la lucha? ¿Ya consiguió lo que ansiaba… esa cura tan difícil de una América que no dejó nunca de sangrar? No, claro que no. Pero… ¿dejarlo todo, comenzar otra vez? ¿Abandonar sus comodidades, su familia, su lucha por su Cuba adoptiva y adoptante? ¿A su edad? ¿Podría hacerlo? Todo lo conseguido hasta ese momento no fue nada ante esa decisión. Todo el sacrificio, la sangre negra manchada de tierra, las balas, bombas y napalm que no lograron pararlo; los amigos perdidos; las vidas tomadas (él, médico, debió sentir todas y cada una), la incansable lucha con su asma infantil que nunca le perdonó un esfuerzo; la ascensión a la selva; el descenso a la ciudad…todo, todo eso no fue más que un prólogo que lo llevó a ese momento cúlmine de su vida: el de tomar la decisión de abandonarlo todo y volver a empezar. Eso es grandeza inigualable. Eso es la mismísima condición que lo vuelve un héroe. Luego, el Congo fallido, y la Bolivia indiferente. El campesino del altiplano que no entiende la lucha que él decide tomar por él, el indígena absorto en su propia conexión con su tierra que le ciega cualquier atisbo de rebelión. El abandono de Fidel, los rangers que lo persiguen, la falta de comida y agua, las enfermedades, la tropa cada vez más diezmada. Y sí… la captura. La escuelita final, el “…está a punto de matar a un hombre”, la exhibición de su cuerpo cuasi mítico, la mirada de Cristo. Entrar en la gloria mirando así…

3Hector Germán Oesterheld en el guion y Alberto y Enrique Breccia en la faz gráfica se propusieron honrar, en 1968 (apenas un año después de la muerte del Comandante) a este personaje y crear una historieta que fuera no solo una obra de arte, sino también un manifiesto político que perdurara en el tiempo. De una corta extensión, pero de un poder visual y argumental descomunales, el libro se llamó “Che” y está estructurado con dos ejes bien marcados: la parte biográfica narrada en tercera persona, y los últimos días del Comandante en Bolivia, contados a través de su propio diario personal en la batalla. De los Breccia, Alberto se ocupó de la parte biográfica, y Enrique de los sucesos finales en el país vecino (en el que fuera, increíblemente, su primer trabajo profesional).

Che-Guevara-por-Enrique-Breccia-051017-SF-4Al respecto, Enrique cuenta: “Lo querían hacer lo antes posible, porque a Pérez (Carlos Pérez, editor del futuro libro) lo entusiasmaba la idea de que fuera la primera historieta hecha luego de la muerte del Che. El estilo usado por mi viejo fue más tradicional y descriptivo, mientras el mío era más expresionista, para lo cual aproveché la xilografía (que por esos días hacía en forma autodidacta), que se distingue por los contrastes violentos hechos en blanco y negro puros, sin grises. Ese estilo se prestaba más a la violencia del combate y a la creciente oscuridad de la historia a medida que ésta se acercaba a la muerte. No gané ni un mango por mis 35 páginas, porque para lograr el efecto del grabado en madera dibujaba sobre una cartulina enyesada de 3 mm de espesor. Casi sin usar el lápiz, ponía la tinta china negra con un pincel grueso y luego raspaba con la punta de un cuchillo. Eran cartulinas inglesas que costaban mucho y lo que me pagaban por página era menos de la mitad de lo que me salía cada hoja. Fueron tres meses de trabajo continuo, de pura adrenalina y discusiones frecuentes. Héctor me preguntó por qué razón dibujaba esa historieta: sin vacilar le contesté ´por peronista´. Creo que respecto al Che a Héctor le ocurría algo similar, aunque al menos conmigo nunca se definió públicamente. Me decía que lo que admiraba en Guevara era su compromiso y coherencia políticas, y por la pasión que ponía al escribir el guion eso era evidente. Me decía ´quiero que haya poesía en los combates´ y sin duda logró lo que se proponía. Ya pasaron 50 años, y sin embargo recuerdo con toda nitidez cada día de trabajo y cada charla, porque a medida que avanzaba me comprometía más con el personaje, las imágenes se hacían más y más extremas en términos gráficos, y hoy me parece que no fue casual que usara un cuchillo para dibujarlo”.

Che-Guevara-por-Alberto-Breccia-SF-2Cincuenta años pasaron de la primera edición. Obviamente, apenas publicada, el ejército allanó la editorial, secuestró los originales y los autores nunca más supieron de ellos.

Oesterheld, inspiradísimo, firmó su mejor trabajo. Los Breccia entregaron un producto inigualable. Todos se jugaban algo más que prestigio en la publicación, y lo sabían. Pero con ciertas figuras, el compromiso es tan necesario como impostergable.

Eran épocas donde te iba la vida con lo que decías, de involucrarse cien por cien en lo que uno pensaba y debía hacer. Porque cuando el destino te llama en aquel momento sublime en que, como decía Borges “uno sabe para siempre quién es”, o mantenés la mirada ante la adversidad, o bajás la cabeza como en el matadero. Y ninguno de ellos la bajó, ante un ejército descontento con ideas plasmadas en papel, o ante las ideas llevadas a cabo en una Sierra.

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