Como ya es costumbre, destacados especialistas se suman al staff de Comiqueando para recorrer juntos otros 10 hitos de estos 100 Años de Historieta Argentina: autores, personajes, revistas y editoriales que trazaron nuevos caminos y que no siempre tuvieron el justo reconocimiento que se merecían. Gran oportunidad para descubrir o redescubrir a nuestros máximos clásicos del Noveno Arte.

100 AÑOS DE HISTORIETA ARGENTINA – Parte 7

19/09/2012

| Por Staff de Comiqueando

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Como ya es costumbre, destacados especialistas se suman al staff de Comiqueando para recorrer juntos otros 10 hitos de estos 100 Años de Historieta Argentina: autores, personajes, revistas y editoriales que trazaron nuevos caminos y que no siempre tuvieron el justo reconocimiento que se merecían. Gran oportunidad para descubrir o redescubrir a nuestros máximos clásicos del Noveno Arte.

BARBARA
por Andrés Accorsi


Entre 1979 y 1983, un muy joven Ricardo Barreiro y un ya experimentado Juan Zanotto llevaron a cabo en las páginas de Skorpio la más extensa y la más fructífera de sus colaboraciones, que sin duda está entre las mejores obras en la vasta trayectoria de ambos maestros. Bárbara consta de más de 500 páginas, un desafío colosal si pensamos que durante todo el tiempo en que se realizó, los autores vivieron en distintos países. Hay tramos (en especial en el último tercio de la obra) en que los guiones de Barreiro no llegaban a la redacción de Record y Zanotto debía hacerse cargo también de escribir la saga, pero siempre fiel a los lineamientos que habían trazado en forma conjunta. Paradójicamente, las obras posteriores de la dupla (Nueva York Año Cero y Penitenciario) serían realizadas con Ricardo ya establecido permanentemente en Buenos Aires, pero no alcanzarían el asombrosos nivel (ni el éxito) de Bárbara.

Bárbara es un gigantesco canto a la rebelión y la resistencia contra los abusos del totalitarismo. Y si bien estaba ambientada primero en una Buenos Aires post-apocalíptica y más tarde en el espacio, hablaba con total claridad de los tiempos oscuros por los que atravesaba nuestro país. A pesar de la durísima coyuntura, Bárbara albergó no sólo una ideología revolucionaria, sino también un grado de erotismo infrecuente en la historieta argentina (y americana) de aquella época.

Los paralelismos con El Eternauta son muchos y bastante evidentes. Una vez más, vemos cómo una invasión alienígena a Buenos Aires puede convertir en héroe a una persona común y corriente y parte del atractivo de Bárbara reside en cómo Barreiro nos muestra el pasaje de la protagonista de nena vulnerable a aguerrida líder de una revuelta interestelar. La gran diferencia está en el final: en El Eternauta los heroicos esfuerzos de Juan Salvo fracasan, mientras que aquí los valores de la solidaridad, la compasión y la valentía ganan una lucha que, en el mundo real, estaba perdida. Lo cual hace que la victoria valga mucho más.

CARLOS NINE
por Pablo Turnes


Carlos Nine puede contarse como parte de la generación del ´40 de historietistas argentinos – junto a Muñoz, Sampayo, Mandrafina, Trillo, Barreiro – aunque con la diferencia que su entrada al medio fue tardía. Es sin duda un artista. Y es que podemos discutir si la historieta es arte o no, pero es más difícil no considerar al oficio del dibujante como un ejercicio artístico. Nine volcó sus conocimientos plásticos en esos relatos poéticos, algo melancólicos, irónicos, entre los que se destcan Keko el Mago y El Patito Saubón; se creó a sí mismo un mundo particular inmediatamente reconocible, escrito en esos cuerpos que se estiran y se mueven como volutas de humo, siempre algo fantasmagóricos, nunca del todo reales, como contados desde adentro de un sueño.

Tomemos Fantagas como buen ejemplo del paradigma de Nine: una especie de belle epoque distorsionada, un melodrama policial surrealista donde la trama se mueve tanto como los cuerpos, en especial el de Siboney, la gata ladrona. Es un dibujo dentro del dibujo: sigue sus propias reglas, como de alguna manera nos ha hecho entender su autor a través de su obra, llevando, trayendo, robándole a la alta cultura para darle algo a la baja. Algunos no se lo perdonarán, pero qué importa. Como bien demuestra Siboney, hasta de ese mundo burocrático y policial se puede escapar ¿por qué no fugarnos del nuestro? Nine no enseña, bellamente, los caminos para hacerlo.

De él, puede decirse que escribe como dibuja: firuletes barrocos van construyendo las viñetas. Es una obra hecha por los cuerpos, por la fuerza de mercurio líquido con que éstos impulsan la acción y unen página con página. No pretende poetizar nada; es en sí misma una poesía plástica. Nadie dijo que sólo se puedan escribir en palabras, las cuales, después de todo, son también un dibujo.

FRANCISCO MAZZA
por Javier Hildebrandt


Nacido en Buenos Aires en 1932, Francisco Mazza debuta profesionalmente en la revista Qué Kilo, y en el ’57 pasa a formar parte del estudio de Carlos Clémen. Allí realiza historietas de aventura para Trinchera, Far West, Látigo negro y Barracuda, entre otras revistas. Pero su inicio como dibujante humorístico y su verdadero despegue como autor comienza en la editorial de su maestro –y luego socio- Héctor Torino. Las revistas del creador de Don Nicola gozaban de una enorme popularidad durante los años ’60, y formaban (junto a la editorial de Adolfo Mazzone, Lúpin y las revistas infantiles) un universo aparte del de publicaciones como las de Frontera y Columba, Tía Vicenta y Rico Tipo, luego prestigiadas por la crítica como parte del canon historietístico. Para Torino, Mazza crea la tira Pepinucho y Coliflor, que se mantiene con revista propia durante varios años.

Luego del cierre de la editorial, en 1969 Mazza se muda a ediciones Cielosur, en donde realiza, con guiones de Torino, versiones en historieta de los éxitos televisivos del momento: El Capitán Piluso, El Gordo Porcel y La voz del rioba, protagonizada por Minguito Tinguitella. Allí también se desempeña como editor de Fabián Leyes y El Huinca, dedicadas al género gauchesco, y de Top Maxi Historietas, donde publica las aventuras de Ernie Pike ambientadas en Vietnam. Tras la partida de Eduardo Ferro, en 1978 pasa a dirigir la última etapa de Rico Tipo. Allí dibuja al que tal vez sea su personaje más famoso: Jaimito, un pariente de Isidorito más endiablado y jodón, creado unos años antes por Franco Panzera. Al cierre de la publicación, el personaje continúa sus travesuras hasta mediados de los ’90 en revista propia (autoeditada por Mazza bajo el sello Edifran), y luego en internet, en el sitio web Humoralia. Con una carrera que incluye una destacada labor como docente e historiador, fallece el último día de 2006, a los 74 años.

Mazza era dueño de un estilo ágil, sumamente expresivo y de gran fluidez narrativa, en concordancia con sus guiones de aventura humorística 100% clásica. Es probable que el alcance de su obra sea inversamente proporcional al reconocimiento de su figura. Vale la pena recordarlo, entonces, como autor paradigmático de una época en la que la historieta y el entretenimiento masivo todavía se daban la mano.

INODORO PEREYRA
por Amadeo Gandolfo


En un principio, Inodoro Pereyra actuaba. Era mugroso, tenía el ceño fruncido y la barba crecida y se enfrentaba al Basilisco, al malón, al diablo. Inodoro Pereyra era un anti-heroe, marcado por la melancolía pampeana y un gran humor pero que todavía tenía aventuras. Luego, con el paso de los años, Inodoro Pereyra y Mendieta se fueron volviendo una especie de coro griego, una presencia que se encuentra con viajeros, apariciones misteriosas en medio de esa blancura que es su hogar. Porque para Fontanarrosa la Pampa se corresponde perfectamente con la página en blanco de donde surgen, formados de la misma materia, sus personajes. Muchas veces el trazo de los protagonistas forma parte del mismo cuadrito, en una sola línea que no se interrumpe. De esa inmensidad surgen los sujetos frente a los cuales Inodoro Pereyra y Mendieta exponen su filosofía del esfuerzo mínimo, el juego de palabras máximo y el estoicismo frente a cualquier modificación de su existencia. En ese desfile interminable, los protagonistas se mantienen siempre iguales, pero de algún modo esa inmutabilidad traiciona una sabiduría, una inteligencia profunda sobre la vida que sus interlocutores no reconocen. Inodoro Pereyra es el viejo sabio en el desierto al que acuden peregrinos de toda especie, conjurados por el trazo de Fontanarrosa que intenta parcelar la Pampa (¿qué escenario más apropiado para esos encuentros absurdos? De alguna manera, en su inmensidad, imaginamos que todos los estereotipos, sujetos, estratos sociales, cruzan la Pampa alguna vez) con una línea que se disuelve igual de rápido. Lo único que no se detiene es el torrente de palabras en el cual Inodoro Pereyra, como un epicúreo minimalista, encuentra el placer y la libertad

MAITENA
por Diego Accorsi


En Mayo de 1962 nace la sexta hija de la familia Burundarena, «Perica», que crece haciéndose notar y captando la forma de ser de las personas que la rodeaban. Amante de la historieta de aventuras desde chica, la joven Maitena se dedicó al dibujo instintivamente. Con 17 años ya era madre soltera y dibujante en busca de una profesión, con un estilo crudo y femenino.

En Tiempo Argentino debuta su primer tira diaria, Flo, y luego pasaría a La Urraca, donde su desenfado encontraría cauce en historietas para SexHumor (La Fiera, El Langa, Coramina) y luego en la Fierro (Historias por Metro, Barrio Chino). Pasados los 25 anda medio sin rumbo, hasta que acepta el desafío de una plancha semanal para la revista Para Ti y nace Mujeres Alteradas. Si sus historietas serias trataron de experimentar dentro de la órbita de Pratt, Liberatore, Manara o varios autores de El Víbora, ahora vuelve al humor costumbrista e inteligente, en un estilo influenciado por Claire Bretécher, Rep, Angeli, Langer, Fontanarrosa, Spiegelman, Ralph Köenig y algo del primer Groening. Entre páginas con modelos y consejos para la mujer, Maitena va presentando una visión del mundo personal pero que a la vez hace que las lectoras se sientan identificadas y se convierte en un éxito de diez años.

Luego pasa al diario La Nación con la viñeta diaria Superadas, hasta que se muda a la revista dominical, con una página titulada Curvas Peligrosas. La gente sigue a esta sorprendente autora, aguda observadora y divertida crítica de las mujeres y su mundo que rompió todas las fronteras y se hizo famosa en más de treinta países. Con la inteligencia que la caracteriza, una vez alcanzada la fama y un pasar cómodo sin trabajar, Maitena se radicó cerca de La Paloma, en Uruguay, a disfrutar de sus hijos, sus perros, sus tiempos, con la seguridad de haber dejado una marca importante en la historieta argentina y la promesa de volver cuando nuevamente tenga ganas de volcar su talento en cuadritos.

MORT CINDER
por Pablo Turnes


Alberto Breccia dijo: «Antes y después de Mort Cinder, nada.» Se entiende: es el punto de no retorno de un autor y de un lenguaje. La excepción modifica la regla, la historieta en este caso. La intensidad de la obra dan la pauta que, de alguna manera, Mort Cinder puede leerse como autobiografía siguiendo lo que Chester Gould dijo sobre su Dick Tracy: «Una reflexión sobre la muerte.» Los guiones de Héctor G. Oesterheld pierden rápidamente ese pastiche culturizante – como lo había llamado Masotta – de los primeros episodios y recorren un camino filosófico que intersecta literalmente el tiempo y el espacio. El inmortal es un tipo sin capacidad para la sorpresa, la ha ido perdiendo. De ahí su constante recuerdo del pasado, cuándo aún había espacio para la emoción. Pero en su diálogo con el anticuario Ezra Winston – el mismo Breccia – esa historia que llega muerta es transformada por la mirada de lo vivo, adquiriendo dimensiones morales, existenciales, presentes.

Winston está ahí para traducirle al lector lo que le llega desde ese autómata como cenizas. Tratar de entender algo mientras se ve constantemente perplejo, confundido, a veces aterrado. Es el esquema oesterheldiano: el deseo de contar con la moraleja al acecho. Breccia lo convierte en un manifiesto artístico: él es el que interroga a Mort Cinder reconstruyéndolo en el tiempo, quien sufre la cárcel, detesta la guerra, escapa para volver a caer siempre en el presente congelado de la tienda de antigüedades.

Lo cierto es que fue el dibujante el que salvó la obra: engañó a Oesterheld – a quien la editorial Yago le adeudaba sueldos – para que escribiera el final de Las Termópilas haciéndole creer que lo venderían a USA. Y así llega hasta nosotros, a través del tiempo, desafiando a la historieta y a nosotros, lectores, a ser mejores.

PATORUZITO, LA REVISTA
por Gustavo Ferrari


Luego de casi una década de éxito con la revista Patoruzú, Dante Quinterno pensó en usufructuar las posibilidades de un mercado en expansión presentando al cacique patagónico en sus peripecias infantiles. Así nació el semanario Patoruzito, que empezó a publicarse el 11 de Octubre de 1945 y permaneció en los kioskos hasta el nº 892, del 31 de Enero de 1963. A lo largo de su historia cambió varias veces de formato pero siempre mantuvo la periodicidad semanal y la publicación de historietas por episodios, en entregas de dos a cuatro paginas (a las que se sumaron desde 1956 historias completas de diversos géneros). La revista tuvo algunos desprendimientos como los Libros de Oro (uno en 1955 y dos en 1958), las Ediciones Extra Patoruzito (donde se republicaban episodios completas) y Patoruzito Mensual (a partir de 1963).

Desde sus inicios fue un pilar de la historieta argentina ya que publicaba mayormente obras de artistas locales. La revista presentaba por una lado una sección humorística y por otro, historietas serias de aventuras. En la parte humorística se destacaron Patoruzito, que narraba las historias infantiles del cacique patagónico escritas por M. Repetto y dibujadas por T. Lovato; Langostino de Ferro; El Gnomo Pimentón de Blotta; y Mangucho y Meneca (luego Don Pascual) de Battaglia. Entre las historietas de aventuras podemos nombrar a Rinkel el Ballenero de T. Lovato, Vito Nervio de Repetto y Cortinas luego reemplazados por Wadel y Breccia, A la Conquista de Jastinapur de Wadel y Cortinas, y Conjuración en Venecia de Wadel y J. Pérez del Castillo; a las que luego se agregarían otras obras como, Tucho de Canillita a Campeón de C. Freixas, Aurelio el Audaz de Mottini, las adaptacines de clásicos de la literatura por B. Premiani y la publicación del Cisco Kid de J. L. Salinas. También tuvieron su espacio historietas extranjeras como Rip Kirby y Flash Gordon de Alex Raymond, Juliet Jones de Stan Drake, Buck Rogers de Nowlan, Calkins y Yager (presentado aquí como Rogelio el Conqustador) y muchas más.

Las portadas de las revista tuvieron como protagonista al propio Patoruzito hasta el año 1957, sus autores solían ser Tulio Lovato (lápices), Jaime Romeu (tintas) y, durante algún tiempo, Guillermo Roux (color). Luego, la política de la editorial fue que las tapas presentaran a una de las historietas serias publicadas y el encargado de su realización fue Joao Mottini.

Semanalmente y durante más de dos décadas, los principales dibujantes de aventuras y humorísticos del país publicaron sus obras en Patoruzito que, junto con Misterix, fueron las dos revistas de mayor popularidad hasta la irrupción de la Editorial Frontera en 1957.

PELOPINCHO Y CACHIRULA
por Amadeo Gandolfo


Cualquier niño que creció en Argentina entre 1949 y 1999 probablemente conozca a Pelopincho y Cachirula. Iniciada en Billiken en algún momento de los años ´40 (probablemente entre 1947 y 1949) y luego migrada a Anteojito hacia finales de los ´60, la tira de Fola es una cosa tan hermética, tan prototípica, tan perfectamente cómica, que es inevitable que uno en su infancia haya corrido las páginas hasta llegar a la tira vertical de cómo mucho dos cuadritos por línea.

Creada por Fola, nombre de pluma de Geoffrey E. Foladori, inglés de padre uruguayo que se mudó a Montevideo a los 11 años para adoptarlo para siempre, Pelopincho y Cachirula reproduce uno de las dinámicas más antiguas del humor: la del tonto y el inteligente. Pelopincho es un gordito cachetón (todos los personajes de Fola son gorditos y cachetones, en realidad, y con la boca perpetuamente abierta en una sonrisa expectante) que siempre comete errores bobos o interpreta todo de la manera más literal posible. Cachirula (¿su hermana?, ¿amiga?, ¿pareja?, ¿madre?) es una niña que se inscribe en la ilustrada línea de Nancy y La Pequeña Lulú, siempre con un retruécano, un plan bajo su manga o una manera de aprovecharse de la tontera de Pelopincho. Las tiras en general se resuelven de dos maneras: Pelopincho burlado por Cachirula o Cachirula descubriendo la brutalidad que se mandó Pelopincho. En cualquier caso, es un juego de suma cero: en ningún caso ambos son felices.

Pero, al mismo tiempo, viven en un mundo terriblemente amable: muchas veces los arboles, los tranvías, las paredes tienen sonrisas en los dibujos de Fola, como si todos en cualquier momento se pusiese a cantar y bailar. Y los dos protagonistas son, en definitiva, niños, compañeros y amigos. La violencia no tiene mucho lugar en el mundo de Pelopincho y Cachirula, donde las consecuencias del chasco en general permanecen ocultas. La última viñeta, siempre, es solo una revelación que se hace deliciosa con las perpetuas caras de sorpresa que dibuja Fola. Si la violencia aparece, es en la forma de cuerpos que vuelan por los aires y nunca chocan con nada, mientras un montón de gotitas de sudor nervioso flotan suspendidas.

El autor murió en 1999 y Pelopincho y Cachirula dejaron de aparecer en Anteojito, en una especie de anuncio del deceso de la revista, que cerró en el 2001. Es triste pensar que los niños actuales, probablemente, sólo los conocerán a través de los trasnochados y nostálgicos relatos de un ejército de viejos que todavía sueñan con ese mundo siempre sonriente.

SARRASQUETA
por Hernán Ostuni


Siguiendo con la controversia de quién fue el primer personaje de historieta de nustras tierras, el candidato a seguir en la lista es este personaje, aparecido poco tiempo después que Viruta y Chicharrón en las paginas del número 743 de Caras y Caretas, en 1913.

Don Goyo Sarrasqueta y Obes (ese es su nombre completo) es -según su propio creador- un socialista convencido, un entusiasta demócrata, antiguo radical, conservador de lo suyo y defensor de los derechos del hombre y de los deberes de las mujeres.

Inmigrante, español, Sarrasqueta siempre estaba dispuesto a figurar y a intentar ganar prestigio o dinero de forma rápida y fácil, cosa que en la mayoría de las veces le era esquivo. Crítico social de la realidad que lo circunda, incorpora como dato a la historieta (si bien el recurso del globo es escaso a lo largo del tiempo en este personaje) la visión de aquella Argentina de los «años dorados», pero sin perder de vista los acontecimientos internacionales, no sólo polìticos si no también artísticos.

Algunas de las planchas publicadas son verdaderas obras de arte y se las debemos al maestro Manuel Redondo. Sin embargo, Redondo no creó al personaje, sino que convirtió en protagonista de una historieta a un Sarrasqueta que ya desde 1912 aparecía en las viñetas humorísticas de Alonso, otro dibujante de aquella época.

De enorme éxito y gran repercusión popular (quizás la historieta más reconocida de la era pre-Patoruzú), Sarrasqueta apareció aproximadamente por espacio de 15 años en las páginas de Caras y Caretas.

TEODORO & CÍA
por Judith Gociol


La contratapa del diario Clarín terminó por ser enteramente nacional el 2 de enero de 1980 cuando el comic Mutt y Jeff fue reemplazado por Teodoro & Cía, la historieta más conocida de Roberto López –Viuti, (1944-1989)- un humorista que también publicó en Tía Vicenta, en Satiricón, en Mengano, en Chaupinela, en Humor y en La Nación.

La tira está dibujada con línea pura y despojada, sobre fondo blanco, sin demasiada ambientación (un rectángulo que, parado, hace de fichero y, acostado, de escritorio y el infaltable reloj para marcar la entrada y la salida) y personajes de sucinta resolución gráfica (narigones, casi siempre de perfil y con ojos que son apenas dos puntitos). El desarrollo de la trama no está sostenido por la acción sino por los diálogos: el jefe sentado, los empleados de pie.

Esa quietud y esa austeridad, llaman a engaño. Pero, ya se sabe, no hay que dejarse guiar por las apariencias.En esa simplicidad está, justamente, la expresividad.

No hay sombras, ni grises, ni (casi) negros y, aunque resulte paradójico, el blanco le basta a Viuti para mostrar el lado más oscuro de la oficina: las maniobras sucias para no pagar una indemnización, el desprecio de las jerarquías hacia los subalternos, las abismales diferencias salariales, las agachadas…

No es un gesto inocente que la voz que lleva las viñetas sea la del cadete; él es el encargado de radiografiar con agudeza e ironía ese muestrario, a pequeña escala, de las conductas sociales.

Publicada en un diario masivo que no cuestionaba a la dictadura militar por entonces en el poder –Guerra de Malvinas mediante– Viuti hizo, directa e indirectamente, críticas y cuestionamientos al régimen mucho más profundos que la cobertura periodística. Tuvo varias tiras censuradas. Iba a la redacción a entregar su trabajo con el corrector en la mano porque sabía que algo iba a tener que modificar y muchas veces se negó a hacerlo; de ello da cuenta el reverso de los originales en donde la mano censora sentenciaba, en lápiz: «No va».

Teodoro es, prácticamente, el único personaje que tiene nombre de pila entre todos los protagonistas, que se llaman por el apellido, y es el último eslabón de la cadena. Un hombrecito de físico pequeño y una inteligencia que, por fortuna, es inversamente proporcional. Sus comentarios y reflexiones son breves pero contundentes: allí radica el efecto demoledor de cada entrega.

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