Cerramos nuestro homenaje a Lucho Olivera con un texto en el que Quique Alcatena recuerda a este inolvidable maestro.

Algunos apuntes sobre Lucho Olivera

14/12/2020

| Por Staff de Comiqueando

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nippur-lagash-mi-nombre-entre-los-barbaros-5-638“Mi Nombre entre los Bárbaros”: así se titulaba el primer episodio de Nippur de Lagash (revista D´Artagnan, editorial Columba) que leí, y que me impresionó profundamente. Era yo un muchachito de doce o trece años, criado historietísticamente a base de las versiones mexicanas de “comics” norteamericanos, en los que imperaba una estilo gráfico de ingenua idealización y líneas claras y limpias (eran los tiempos en el que el “comic” era dirigido a un público infantil, y no a una cofradía de iniciados con algunos años más al hombro). El episodio de Nippur al que me refiero NADA tenía que ver con tal vertiente estética.

Tuve la suerte de toparme con dicha historia en su versión original de austero blanco y negro (y no en la espantosamente coloreada que figurara en posteriores recopilaciones), pues es en ese medio en el que el estilo de Lucho descollaba. El dibujo no se parecía a nada que yo hubiera visto hasta entonces. El tratamiento de la anatomía humana dejaba ver un sólido conocimiento académico de la misma, pero no caía en un realismo aséptico, sino que se potenciaba con una soltura expresionista, visceral. El entintado era también algo inédito para mí: cuidado a veces, deliberadamente desprolijo otras, conjugando una línea de pluma fina y segura con la mancha a pincel espontánea. Muchas veces el artista dejaba la figura sin terminar, obviando contornos, optando por una definición más propia del boceto que del dibujo acabado.

27ALlamaba la atención también el uso del “collage” y el “letratone”. Muchos años después, Lucho me contaría que , tijeras en mano, solía recortar   los pequeños grabados que figuran en los diccionarios para luego pegarlos directamente sobre los originales, como inusuales elementos decorativos (mejor echar un manto de piedad sobre ese tendal de Sopenas y Larousses saqueados: al fin de cuentas, el furtivo despojo sirvió para la realización de notables historietas). El efecto   logrado por medio de ese particular “collage” era llamativo: el contraste entre el preciosismo detallista típico de los grabados de diccionario y el trazo “moderno” del dibujante suscitaba una tensión estética única, además de contextualizar la ambientación, evocadora de una antigüedad romántica y distante, característica de Nippur de Lagash.

El personal manejo de las luces y las sombras era destacable, también. Plenos como pozos de negrura bajo las cejas, la nariz y el mentón de los torvos personajes, cuando la luz brutal del sol del desirto caía a plomo sobre ellos; contraluces dramáticos que daban volumen a la figura, sin caer en un hiperrealismo fotográfico ( recurso que, a fines de los años setenta y a principios de los ochenta, sí empleara Lucho, restándole, a mi parecer, la cruda sugestón que tenían aquellos primeros Nippur). Las escenas de combate eran coreografiadas con variedad de planos , algunos poco usuales, como los cenitales o los tomados desde el suelo, al estilo “visión de hormiga”.

unnamedPero no sólo los aspectos formales que tienen que ver con la técnica del dibujo eran notables: a la hora de definir la “atmósfera” o “clima” del relato, Lucho evitaba también los lugares comunes, y optaba por una puesta en escena de simbolismo sugestivo más que por una de rigor histórico. En la consagrada tradición del “peplum” (término que se refiere principalmente a los filmes de ambientación antigua, pero que también puede aplicarse a historietas como la que nos ocupa, esto es, “Nippur de Lagash”), Olivera prefiere recrear subjetivamente el espíritu de tiempos remotos, a seguir de modo fidedigno la documentación historiográfica. No es casual que tome prestado de otros artistas visionarios, como los cineastas Pier Paolo Pasolini y Federico Fellini, para la elaboración de un escenario mítico y legendario. “Edipo Rey” y “Medea”, de Pasolini, y “Satiricón”, de Fellini, se vuelven así inagotables fuentes de inspiración para vestuarios, armas y armaduras, edificaciones,etc, brindándole a los guiones de Robin Wood una dimensión poética que otros dibujantes, algunos de fuste, que más tarde se hicieron cargo de la serie, una vez que Lucho la abandonara para dedicarse a otros proyectos, no lograron alcanzar.

Paradójicamente, Lucho a veces afirmaba que no estaba muy satisfecho con su trabajo en Nippur: sostenía que eran trabajos en los que se notaba el apresuramiento, que adolecían de falta de elaboración, debido a fechas de entrega perentorias. Reconocía que sólo le conformaban las viñetas grandes, la mayoría de ellas a toda página, que solían encabezar los episodios, en las que sí ponía “toda la carne al asador”; el resto de las páginas, de diez a doce cuadros generalmente, con abundantes textos, no mostraban, en su opinión, grandes méritos. Creo que se equivocaba.

12241058_423058024567229_4989523411163069108_oA fines de los ´70, Lucho realizó trabajos mucho más elaborados para “Skorpio”, de Editorial Récord, como “Yo, Ciborg” y “Planeta Rojo”, en los que parece querer demostrar su capacidad de dibujante, más que contar historias. El joven dibujante que había realizado aquellos viejos Nippur simplemente dibujaba, y por eso, a mi criterio, consigue impactar porque no busca impactar.

Algo parecido ocurre con su otra gran obra, “Gilgamesh el Inmortal”. Esta serie tuvo numerosos avatares; quizá sea la más difundida la que realizara Lucho con guiones de Wood a principios de los ochenta. Nadie puede negar la maestría de la pluma de Olivera en esas historias, pero es la primera encarnación de “Gilgamesh”, a fines de los ´60, guionada por el propio Lucho, la que quiero destacar. Concebida bajo la poderosa influencia de “2001 Odisea del Espacio”, de Kubrick, ilustra como ninguna las inquietudes metafísicas de Olivera -inquietudes, intereses, hasta obsesiones, que lo acompañaron el resto de su vida-, y despliega, con admirable economía de medios, una saga en que temas como la muerte, la conciencia y el universo campean sobre lo anecdótico de la aventura. Cuando pensamos que fue en las tan denostadas publicaciones de Columba que aparecieron series como el primer “Nippur” y “Gilgamesh”, no podemos sino reconocer que cuando un artista tiene algo que expresar, lo hace, más allá del medio que circunstancialmente lo cuente entre sus colaboradores.

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