Me acuerdo de estar en una convención de una empresa que no quiero ni mencionar y mientras revisaba saldos de Zinco, un Cyclops con leotardo azul de metro sesenta y unos noventa kilos, en compañía de un Batman subdesarrollado de metro noventa y cincuenta kilos mojado, se reían de una chica rellenita que estaba haciendo cosplay de Poison Ivy. Lo que dijeron específicamente fue “debería haber una regla de que no podés hacer un cosplay que no te quede bien”. A lo cual, con lo poco propia que soy, le pedí al muchacho que empezara a predicar con el ejemplo, porque parecía una parodia de Cazador mas que Scott Summers. ¿Por qué esa chica no se podía vestir como Pamela, pero ese pibe se podía poner lo que quisiera? Porque ella se eligió un personaje que se construyó para generar un deseo. Lo gracioso es que Batman y Cyclops también, pero responden a otro tipo de aspiración. Uno al qué ser, y el otro al qué poseer.
¿De qué hablamos cuando hablamos de poseer? No podemos evitar pensar en el público al que estuvieron siempre dirigidos los comics de superhéroes. Tampoco es una sorpresa decir que el grueso de ese público eran pre-púberes con los dientes gastados de morder la mesa pensando en la vecina. Superman, Batman, siempre fueron conceptos idealizados de la figura infantil. Revoloteando alrededor de la justicia y la perfección física. Pero cuando hablamos de personajes femeninos, ese mismo público busca la idealización desde otro sitio: el concepto pre-freudiano de FANTASIA. Las mujeres han sido siempre objeto de deseo en cualquier literatura menor (entiéndase esto desde el folletín hasta las series de televisión actuales). Todos queremos ser Batman pero todos queremos acostarnos con Gatúbela.
Un buen ejemplo es uno de los primeros comics que compré. Me acuerdo que fui con mi mamá a una comiquería, y vi un Vampirella/Catwoman. Yo tendría 10 años (era medio torta, pero no viene al caso) ¡y era lo mejor del universo! Mis dos personajes favoritos: ¡juntos! Lo veo hoy, y… no puedo pasar dos páginas. No hay manera de que ninguna se pare de forma coherente o cómoda, que peleen sin mostrar todo lo que tienen, que se agachen, agazapen, o que incluso se acerquen entre ellas sin tensión sexual. Ellas se vuelven amigas en la historieta, y encima parece que cogen. Hay una escena en la cual, después de una pelea, Vampirella está herida y Catwoman sugiere que la chuponee para recuperar fuerzas. Y yo entiendo (justo son dos personajes con una carga sexual insostenible, pero salvando distancias…) Una Wonder Woman de Jim Lee, casi que es lo mismo. El Chino sólo puede dibujar culos y tetas mirando para el mismo ángulo, con una mujer pegada atrás.
Seria injusto no mencionar ejemplos en los que los autores/as de historieta le hacen justica a la diferencia de género. Históricamente, sin obviar la Golden Age, el más importante es Claremont. Y esto se resume en un solo nombre propio: Kitty Pryde. Nadie se atrevería a discutir el desempeño intelectual y la magnitud de las peripecias de la gran Jean Grey, pero Kitty, con sus miedos y debilidades se convierte en el personaje básico de una historieta coral. Ororo no es la excepción ¿su corte de pelo no es acaso marcar un punto? ¿Volverla líder de los X-Men?
Desde los ´60 a los ´90, la forma de pensar a la mujer en la viñeta era o como secretaria, o como pedazo de carne, con la espalda quebrada, cintura de muñeco de He-Man, culo y tetas del mismo lado. Parece que son dos culos o cuatro tetas. Onda villana del Mortal Kombat. Ni hablemos de la CCA, que imponía por regla que la mujer tenía que estar en un rol secundario y no ser parte del eje dramático: Wonder Woman era básicamente la remisera de la JL. Pensalo.
Hoy en día, todavía existe gente que las sigue escribiendo así. Por suerte… No son todos.
Ojo, no apunto a que me hagan mujeres a todos los héroes, que me hagan a Supergirl gorda… Yo el status quo lo quiero. Lo que pretendo para mis heroínas es la libertad de ser la heroína que pueden ser, y no la que queda más lindo en una tapa y hay autores que entienden éste punto. No voy a extenderme mucho en los ejemplos, pero tomemos a Batgirl de Gail Simone. La misma Bárbara que estaba en silla de ruedas, se rehabilitó, se recuperó y salió a romper culos de nuevo, sufriendo de estrés post-traumático. Kieron Gillen o Brian K. Vaughan se mueven en un registro amplio de mujeres tan diversas como las que nos podemos encontrar cualquier día. Ninguno de nosotros somos iguales, ni podemos encasillarnos en un arquetipo tan simplista como los que manejábamos antaño, ¿por qué deberíamos escribirnos, aún en literaturas de género, así?
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