Antes que nada, aclaro que en este artículo voy a usar la palabra Comic, para hablar del comic occidental solamente. Es a modo práctico y no porque el manga no sea comic (que lo es).
Como la millennial que soy, en el 2000 estuve altamente expuesta al avance de Locomotion y Animax, el auge de las convenciones de animé, la revista LaZer y sus fiestas (que a veces me gustaría olvidar) y una persistente obsesión por Sailor Moon; y aún así nunca fui lectora de manga.
Siempre hubo algo en la narrativa del mismo que me rompía los esquemas de cómo eran los comics para mí: revistitas, 22 páginas, tipos que vuelan, demonios, minas en bolas, el sueño americano.
Tenía este concepto de que el manga eran un montón de tipos musculosos haciendo artes marciales con dragones, o nenas siendo violadas por pulpos. Y con el tiempo, me di cuenta que es el mismo pre-concepto pelotudo de la gente que piensa que el comic americano sólo es de superhéroes. Sí, eso es lo mainstream, ¿y?. Estaba siendo igual de tonta que la gente con la que me peleo todos los días, así que me senté a leer manga.
Hideshi Hino, Junji Ito, Naoki Urasawa, Osamu Tezuka, Yuki Urushibara… Las posibilidades eran infinitas, y superaron ampliamente mis expectativas.
No pude evitar correr paralelismos temporales entre la época de publicación de ciertas obras, como por ejemplo “El libro de los Insectos Humanos” (un thriller impresionante con una trama compleja e intrincada, que penetra en la naturaleza humana y sus rincones oscuros) fue publicada en los ´70 por el maestro Tezuka, quien también escribió una de mis obras preferidas, de la que ya hablé en Bullpen Girls, La Canción de Apollo. Y de este lado del Pacífico, ¿qué teníamos? ¿Stan Lee boludeando con Avengers? ¿Lois Lane negra? Durísimo.
Por otro lado, leí obras con un nivel de surrealismo, pero al mismo tiempo una mundanidad tan humana, tan cercana y amena, como Mushishi, de Urushibara, que inventa una mitología propia para la construcción de un relato de un personaje que viaja a lo largo de la era Edo de la Japón feudal, resolviendo sucesos paranormales.
Puedo hacer una lista enorme de esto, incluir genialidades como Pluto, por ejemplo, que toma la mitología propia de Astro Boy, para hacer robots detectives. Y ni me hagan hablar del horror, que es hasta ahora lo que más me gusta dentro de los géneros que me interesó explorar. Pero no quiero hacer esta nota como un recopilatorio sobre qué está bueno leer o no; para eso van y googlean alguna lista cualquiera en internet. Tampoco una lista onda “encuentre las 10 diferencias”, porque de esas también hay muchas en internet. Me interesa preguntarme en realidad, ¿qué es lo que hace que a algunos lectores de comics nos cueste tanto entrar en el manga?
Porque no soy la única que tuvo esta problemática, lo veo pasar todo el tiempo: “No, yo manga no leo, eso es de otaku virgen”. Claro, porque vos que podés nombrar todos los guionistas de la Liga de la Justicia en orden cronológico la ponés seguido… “El manga es para adolescentes”. Claro, porque Deadpool no. “Me molesta por que escriben deforme”. Ni siquiera voy a responder a esto.
Lo gracioso es que, dentro de los lectores de comics, las mujeres siempre se vieron inclinadas a leer manga. No sólo por una cuestión de temáticas, sino porque cuando sos un lector nuevo, es muy difícil empezar a leer comics por tu cuenta. Seamos honestos, al principio nadie entiende nada. Cuando me compraban mis primeros comics de chica, me los compraba mi abuelo, que agarraba cualquier verdura que veía en el kiosko de revistas, y yo de repente tenía un Superman n°15 y lo que venía antes y lo que venía después me lo tenía que imaginar. Si agarrabas Marvel, PEOR. El estilo americano de serializar la historia, (y que venga de hace tanto tiempo) hace que sea difícil encontrar un punto de partida. A veces, es más fácil acostumbrarse a leer al revés que agarrar un número random de la Catwoman de Brubaker (por más que esté buenísimo). La idea de tener que entender no sólo lo del run que leemos, sino todos los tie-ins, eventos, crossovers y andá a saber cuánta verdura más, mata a los lectores novatos.
Por otra parte, y no menos importante, la distribución de viñetas es muchísimo más variada en el manga que en el comic, en donde sigue -dentro de líneas generales- una fórmula bastante clásica. El manga es muchísmo menos estructurado y parte de su narrativa toma la magia de esa desestructura: le dan una relevancia a las locaciones de una forma hasta cinematográfica, el uso de primeros planos tiene algo medio kitsch (muy de cine Z, en la exageración de los shock panels), hay una cohesión entre la imagen y el diálogo constante, casi cuadro a cuadro, totalmente en sincronización. El comic americano se toma más libertades en ese sentido. El estilo de dibujo… Bueno, no tengo que explicar esta parte, aunque, ojos grandes, tetas más grandes, cabezas chicas, hombros enormes… No es la regla, pero es el standard.
Dentro de las temáticas, hay tantos géneros y estilos de mangas como hay en el americano, y así como dije antes, el shonen y el shojo son los más conocidos, pero son una parte solamente de la enorme industria de las publicaciones en Japón. Acá no llega ni una décima parte de todo lo que se publica allá, y ni siquiera llega lo mejor.
El punto es… Quizás te cueste pasar por los ojos enormes, quizás te cueste empezar por el final, pero si eso es todo lo que te detiene, seguí leyendo: hay un universo de posibilidades que mezclan tradición y dominación cultural como una identidad propia. Y no tiene ningún desperdicio.
3 comentarios