Gema del Alma: “El Caminante”, de Jiro Taniguchi.
A veces las grandes historias carecen de todo tinte grandilocuente, y se centran en aquellas pequeñas cosas que, para el que sabe verlas, son la esencia misma de la vida. Esta obra de Jiro Taniguchi está compuesta de historias cortas, de ocho páginas como máximo. El dibujo detallista, de línea clara y simple (pero perfecta) acompaña de la mano a este personaje que se adentra por los vericuetos del barrio en el que vive a explorar, a descubrir, a contemplar, a hacerse uno con todo aquello que lo rodea. Si Seinfeld era la “serie acerca de nada”, estas pequeñas historias serían las “historietas acerca de nada” también, pero aquí la nada es todo. Podría entrar en la categoría de “slice of life”, seguro, pero acá hay un plus impensado: con aquello que vemos todos los días (un árbol, un pajarito, una nube) Taniguchi hace un mundo de significación que te conmueve y te lleva a un estado de asombrosa paz que nunca creíste que un comic te daría.
Cuando un artista es tan groso que con tan pocos elementos puede tocar una parte de tu alma, entonces debe ser groso en serio ¿no? Ah… y el dibujo te rompe la cabeza.
Gema del Tiempo: “The Spirit”, de Will Eisner
Hay obras que suelen estar adelantadas a su tiempo. En el cine, el caso más emblemático es el de “Citizen Kane”, del gran Orson Welles. Y digo “adelantadas” porque están a años luz de lo que se hacía en su campo por aquellas épocas.
Will Eisner era un pibe pobre del Lower East Side. Como no había un mango, aprovechaba el papel de las bolsas de papel madera que le daban a su vieja en el supermercado y las usaba para dibujar, cuando tenía guita para comprarse un lápiz. Copiaba las tiras cómicas de los diarios, y soñaba con llegar a algo. Soñaba que el arte sería capaz de sacarlo del ghetto. Con el tiempo, fue ganando habilidad y los avatares de la vida terminaron por convertirlo en uno de los autores de vanguardia más importantes de la historia. ¿Y por qué? Porque, como Welles en el cine, Eisner amplió los límites del lenguaje en el que se desenvolvía pelando recursos que a los pibes del momento les habrán detonado el cerebro, si todavía lo hace hoy con los nuestros.
El Spirit rebosa de ingenio, de transgresión, de inteligencia, de talento y de amor. Nadie puede hacer lo que Eisner hizo sin amar lo que hace. Y estoy seguro de que mientras dibujaba la historia más loca del detective enmascarado, una parte de él seguía sintiéndose aquel pibe que copiaba las tiras de los diarios intentando ser alguien en un mundo hostil. Vaya si lo logró.
Gema del Espacio. Daredevil: Punching Cancer, de Mark Waid y Chris Samnee
Mark Waid es un poema viviente a la Silver Age. Es claro que el tipo ama esa época de los cómics y que se esfuerza en crear historias puras, cristalinas, llenas de quilombo y cosha golda, sí, pero sin perder nunca la felicidad innata de aquellos años. Y con Daredevil, pareciera ser que el tipo está tan pero tan feliz de que lo dejen escribirlo, que no hay un sólo momento, una sola historia de todo su run que decepcione.
Pero debo centrarme en esta historia corta (aparecida en el nº26), una especie de insert que hace con Foggy. Este simpático amigo de Matt no la pasa tan bien durante este período: tiene cáncer. Y si bien Waid nunca mete ningún golpe bajo, a veces logra conmoverte con lo que el buen abogado tiene que sufrir. “Punching Cancer” arranca en el hospital donde está internado. Su doctor lo lleva a ver a unos pibes que adolecen de la misma enfermedad, la mayoría de ellos mucho más graves que él. Los ve reunidos en una mesa, dibujando un cómic. En él, un “desintegrosaurio” zarpado le debe su poder a un “supe cancer” que fue fundido con su ADN. Los Avengers entonces deben vencerlo con un rayo “anti cancer” que lo vuelve pequeñito, y listo. Foggy los contempla emocionado, y por un momento tiene miedo de que los pibes realmente crean que algo así es posible. Pero no, ellos saben cómo es la mano, no se desaniman y siguen en su mundo de color y maravilla. Hasta que llega el verdadero Iron Man a visitarlos y a darles un momento de esperanza, y Foggy entiende que a veces el arte es el único escape a una realidad que parece inescapable. Profundo, sencillo, directo al corazón.
El dibujo de Chris Samnee es precioso de comienzo a fin, de línea clara y con esa onda “simple” que con tres líneas te delinea un personaje a la perfección.
¿Historias pa’ los pibes, no?
Gema del Poder: Swamp Thing, de Alan Moore
Creo que todo aquel que lea estas líneas sabrá de qué estoy hablando cuando nombro a Swamp Thing y a Alan Moore. El tipo llegó de Inglaterra con perfil bajo. Agarró al personaje más choto que tenía la editorial, lo dio vuelta como una media, y terminó redondeando una de las historietas más perfectas de todos los tiempos. Algo así hizo también Grant Morrison, su hijo no reconocido, con Animal Man. Pero esa es otra historia.
Moore va de menor a mayor: empieza por una auto-búsqueda del personaje y de sí mismo, de quién es este Alec Holland, de qué significa estar vivo, ser un ente vegetal, un Elemental de la Tierra. Explora todas sus facetas: su cuerpo, su regeneración, su conexión con “el verde”… y luego su conexión con la Tierra en donde vive. Abby es su amor, su unión al género humano que lo desprecia. Y cuando se la arrebatan, también le arrebatan el planeta. Y empieza la última y quizá mejor saga del personaje: la saga cósmica. Donde la consciencia cercenada de nuestro amigo Holland viaja por planetas solitarios y ni siquiera intuídos en busca de la forma de, finalmente, volver al hogar. Ah, y en el medio, como quien no quiere la cosa, crea a John Constantine.
Moore es el más grande de todos: labura a los personajes, los vuelve vivos, que respiran y se sienten tan reales como vos mismo. Y a la vez, los sabe usar de forma siempre inteligente, verosímil, interesantísima. Sus historias te toman del cuello y no te sueltan hasta la última página. Y Swamp Thing es una gema no solamente de este artículo, sino del Noveno Arte en general.
Gema de la Mente: Superman Beyond, de Grant Morrison y Doug Mahnke
Esta es quizás la mejor historia de Superman que se haya hecho. O mejor dicho, la mejor historia “con” superman que se haya hecho. ¿Y por qué? Porque acá Superman es una excusa para hablar de otra cosa, como suele hacer Morrison con casi toda su obra.
Pero bien, igualmente (y como también suele hacer el escocés) tenemos acá varios planos de texto. El más bajo, por llamarlo así, es el de la historia posta: Superman es llavado a una dimensión entre dimensiones donde debe unirse a otras versiones de él (Shazam, UltraMan, hasta el Doc Manhattan de Watchmen) para detener, entre otras cosas, la ascensión de Mammon (el dios del mal) y de Mandrakk (el monitor renegado y vampiro).
Podría hablar horas acerca de los diferentes niveles de interpretación que se pueden extraer de estas páginas, pero lo resumiré de la forma más escueta posible: esta es una historia entre Superman (Morrison) contra Mandrakk (Alan Moore). Superman asociado a todo lo bueno que puede dar un comic, a lo noble, a un universo que vive y respira y que está entre páginas y páginas de tinta y color. Y Alan Moore como alguien que se beneficia de eso y que exprime las vidas de estos personajes quitándoles la alegría y el color, chupándoles la sangre y viviendo de las miserias y tragedias que crea para ellos. Polémico, seguramente.
El dibujo de Mahnke es fastuoso, épico hasta hacerte doler los ojos en una explosión de talento. El detallismo de los personajes, de los fondos, de la puesta en página, de la narrativa ágil y veloz, de la paleta de colores… de todo lo que ves, es único y creo que irrepetible. Dos artistas en la cúspide de su creatividad.
Ah… y en el medio, Final Crisis, la mejor saga-evento de DC.
Gema de la Realidad: “Safe Area Gorazde”, de Joe Sacco.
Yo, que hoy escribo en Comiqueando, llegué a esta obra gracias a Comiqueando. Encontré la recomendación en la etapa de Domus, y la nota hablaba tan bien que la compré. El caso de Joe Sacco no es muy común: el periodista/artista que documenta sus impresiones no con una cámara, sino con lápiz y papel.
Sacco se interna en un pueblo boznio en Gorazde, que al estar en medio de una guerra quedó aislado y a la buena de Dios. Allí se mete en las casas de la gente, se hace amigo, confidente. Se fuma un faso entre las ruinas de un auto incendiado donde murió el primo de su interlocutor; toma pedidos para llevar pantalones Levis la próxima vez que vuelva; se toma una birra en el bar entre historias de muerte y de guerra. La vida de esta gente que parecen ser extraterrestres por la lejanía y las costumbres diferentes, de pronto se va convirtiendo en algo con lo que te podés relacionar, y el dolor te hermana con aquellas familias que han perdido todo pero que se siguen aferrando a la vida con huevo y mucho amor.
Sacco no sólo es un gran periodista, guionista y autor: también es un gran dibujante. Con un estilo simple, algo caricaturesco, en blanco y negro entrega páginas con (por momentos) largos bloques de texto acompañados de fidelísimas reproducciones del pueblo y su arquitectura.
Este libro es de un género maravilloso. Si tenés alguien que te bardea con que la historieta no sirve para otra cosa que para giladas, pasale este libro y cerrale el orto. Es un libro que tarda en leerse, que te exige mucho tiempo. Pero cuando lo terminás, sentís que de alguna forma todo lo que te pasa en la vida no es tan grave, comparado con lo que estas buenas personas tienen que vivir día a día.
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