Si bien se hacían comics en Japón desde principios del Siglo XX, es recién en1945 cuando la publicación de una versión caricaturizada de La isla del tesoro, de Robert L. Stevenson, escrita y dibujada por un estudiante de medicina de 19 años, Osamu Tezuka, cambia para siempre el panorama del manga, al sobrepasar el medio millón de ejemplares vendidos. Esta remozada Isla del Tesoro rompía con lo establecido hasta entonces por el tipo de narración que usaba. Los dibujos eran bastante sencillos (muy influenciados por el estilo de Disney y de los hermanos Fleischer), pero su forma de contar la historia sí era muy diferente. Era como aplicar los códigos narrativos del cine al comic: simplificaba los diálogos al máximo, eliminaba los textos explicativos y dejaba que las imágenes hablaran por sí mismas, al descomponer las acciones en viñetas sucesivas.
Además de eso, la obra tenía un equilibrio entre comedia y melodrama que hacía reír y llorar a sus jóvenes lectores. A diferencia de lo que ocurría con Disney en América, Tezuka no descartaba alternar altas dosis de comedia con elementos trágicos, y esto creaba un nivel de empatía entre sus personajes y el público que permitía extender las historias durante muchísimos capítulos sin que los lectores perdieran el interés. Los años de posguerra en Japón se hacían más soportables para la gente leyendo manga. No existía la infraestructura para una industria cinematográfica fuerte, el manga era más económico, más fácil de hacer. El país necesitaba soñar, necesitaba hacer catarsis de las tragedias ocurridas: el manga les dio a los japoneses la forma más eficaz de hacerlo.
En 1970, Tezuka ya no es un principiante. Es el autor de comics más famoso en Japón, se ha insinuado que deberían postularlo al premio Nobel de Literatura, y ha incursionado exitosamente en los dibujos animados. Es entonces cuando decide alejarse del registro infantil de obras como Astroboy y Simba, el león blanco, para acercarse de forma radical a temáticas adultas y a un enfoque mucho más oscuro de la sociedad japonesa. Es en este marco que inicia por entregas la publicación de El libro de los insectos humanos. Esta nueva propuesta de Tezuka es sumamente ambiciosa: la historia de una extraña mujer, Toshiko Tomura, la femme fatale primordial. Y sí, la bella Toshiko es una mujer fatal en toda la regla: una seductora irresistible, manipuladora absoluta… pero también es una mujer frágil que se siente sola, y que solo encuentra abrigo en una grotesca estatua de cera de su madre muerta, de la cual pretende que se hace amamantar.
Toshiko es una diseñadora premiada, una escritora exitosa, una actriz con talento. Pero tal vez este último sea su único talento real: fingir. Tal vez todos sus éxitos se deban a robarle las ideas a aquellos que confían en ella. Toshiko es hermosa, pero es también un monstruo. No obstante, no es el único personaje monstruoso de Los insectos humanos. En los años ´70, Japón vive un vuelco cultural impresionante: la terrible posguerra ha quedado atrás. El país no es ajeno a todos los movimientos revolucionarios de los años ´60. Existen grupos subversivos afines a Corea del Norte, terrorismo, y facciones de ultraderecha que conviven en un ambiente turbulento. Asimismo, luego de ser una de las sociedades más machistas del planeta -donde las mujeres definitivamente estaban por debajo de los hombres-, en esta nueva década se empieza a ver una mujer mucho más activa dentro de la sociedad, y mucho más emancipada.
Tezuka no es ajeno a estos acelerados cambios y, al presentarnos a esta femme fatale, recrea tanto el monstruo de la mujer malvada como el de los hombres que tratan de oprimirla. No hay buenos en El libro de los insectos humanos: la sociedad está demasiado corrompida. Tal vez el diseñador Mizuno, a quien Toshiko le robó sus diseños y a quien, a pesar de todo, sigue amando -tal vez porque lo reconoce como el único «puro»- podría ser la única persona de la historia con un código de ética real. Pero las circunstancias son tan siniestras que él también termina convertido en un monstruo.
El libro de los insectos humanos es una historia ambiciosa, extensa, con una profundidad psicológica que no había en los libros previos de Tezuka. No solo su temática es adulta, sino que no cuenta con elementos sobrenaturales: es una historia que llega a los extremos todo el tiempo, pero es totalmente realista. Es una historia que cuenta mucho más por debajo de los diálogos y las acciones, donde todos los personajes tienen un mundo interior complejo, lleno de anhelos y debilidades, pero está contada al ritmo de una película de acción digna de Sam Peckinpah.
Tezuka es ya un artista curtido, pero, curiosamente, utiliza elementos caricaturescos para contar cosas muy dramáticas. Por momentos, las expresiones de sus personajes recuerdan a la escuela franco-belga de Franquin. Los rasgos son ágiles, los personajes graciosos y grotescos, pero la trama está llena de suicidios, atentados y vidas destruidas. El contraste logrado es muy interesante: es como si Tezuka nos dijera que el mundo siempre es mucho más oscuro de lo que parece, y que, valiéndose de un lenguaje gráfico que luce fresco y jovial, resulta más llevadero hablar de las miserias humanas. Y esto es una cualidad intrínseca al comic, más que a cualquier otro medio.
Con los años, Tezuka continuará abordando temas profundos, y (anti)heroínas complejas y muy bien construidas. El peso de este Libro de los insectos humanos dentro de la novela gráfica universal es fundamental.


