Invitados: Carlos Trillo + Lucas Varela, Hannah Arendt, León Rozitchner, Pilar Calveiro y otros amigos/as.
¿El mal es algo se ejerce o que se describe? ¿Es una elección o una condición que nos precede?
¿El nivel de maldad se define por la cantidad o por la calidad de sus efectos?
¿Quién decide qué actos son monstruosos y cuáles son “necesarios”?
Cuando somos espectadores del horror: ¿Somos cómplices?
“[...] los hechos no son dramáticos en sí mismos. El drama requiere la participación del que lo mira. Ver el elemento dramático (cómico, farsesco, divertido, trágico) de un acontecimiento significa tanto percibir los elementos en conflicto, como reaccionar emocionalmente ante ellos.
En este país pasaron cosas muy feas. Y las esquirlas de la peor locura han ido quedando en demasiadas cabezas compatriotas.”
Carlos Trillo

Sí frente a nuestros ojos tenemos algo que parece mierda, huele a mierda y además se saborea como mierda, pero no tenemos la capacidad de ver lo horrenda que está es la cosa (“no la están viendo” dirían algunos), seguro necesitemos la ayuda de genios como Carlos Trillo y Lucas Varela, para que nos lo refrieguen en la cara hasta que la mierda y nuestros virginales rostros sean una sola cosa, y ya no podamos escapar de ella. Hoy, uno de los mejores guionistas que tuvo la Argentina comiquera (o al menos mi preferido) nos regala una historia que por aquel entonces salió en fetas en la Fierro. Se trata de un cómic tan divertido como una vasectomía sin anestesia, tan educativo presenciar a las víctimas de un accidente nuclear y, sobre todas las cosas, tan naif como gobiernos de ultraderecha embanderados en palabras como “libertad” y “justicia”.

El Síndrome Guastavino es una mezcla muy hija de puta entre el humor más negro, la denuncia explícita del horror y una metáfora salvaje visto sobre la capacidad del mal para dañar todo lo que toca. El resultado es una obra maravillosa, un imprescindible de cada biblioteca (comiquera o no) y una joya tapadísima ¿quizás por lo cartoonish de su dibujo? Es posible, pero la puta que uno agradece la maestría de Varela para darle ese tono, porque sino esto se hubiera hecho más difícil que masticar una piedra. Y si algo podemos aprender de ella, es que el mal se hereda entre generaciones de una misma sociedad y se contagia entre sus miembros, hasta que la banalidad logra normalizarlo y la sociedad deja de percibirlo como visible.
- Me duele la barriga del hambre Elvio. Ayer tomé agua caliente e hice de cuenta que era un caldo.
- ¡Muy bien! ¡Hay que estimular la imaginación, esa es mi madre!
Fragmento de “El Síndrome Guastavino”

Cuando Hannah Arendt habló sobre “la banalidad del mal” nos hizo ver que el verdadero terror no ha venido de quienes han sido retratados con la espectacularidad de la historia, ya sea porque tenían cuernos y tridentes o un bigote particular (incluso más acá en el tiempo, ojos claros o un corte de cabello leonino), sino que mayormente las atrocidades más grandes las han cometido las personas grises, llenas de mediocridad o patetismo, pero con una capacidad enorme para seguir órdenes sin un mero atisbo de reflexión o pensamiento crítico sobre las consecuencias de sus actos. Elvio Guastavino, el malparido del protagonista, es un ser de lo más anónimo e intrascendente en la vida de cualquiera que lo rodea, mientras que en su interior tiene la cualidad invertida del Rey Midas: Lo que toca, lo convierte en dolor. Pero la maestría de Trillo hace que no sea el único por lo que cabe preguntarse ¿Qué responsabilidad tiene su madre cuando el padre traía mujeres para torturar en casa? ¿Y los vecinos que escuchaban los gritos y nunca dijeron nada?

Como en toda buena historia, un personaje encierra a muchos otros, a muchas metáforas y a muchos mensajes sobre sí mismo. Y también es cierto que cuando la pregunta de fondo es “¿Quien tortura a los torturadores?”, poco lugar hay para denunciar al Estado… ¿Pero eso lo justifica, lo explica o lo empeora? Está bueno recordar a León Rozitchner, cuando decía que el mal requiere sujetos que elijan, que actúen y que se conviertan en cómplices activos. Pero Arendt y Rozitchner no se contradicen, sino que se complementan, porque mientras la burocracia deshumaniza y convierte la protección estatal en gasto público, los despidos en líneas de excel en un balance para que la cuenta de positiva o la inversión educativa en una molestia… No hay que olvidarse que todos esos microsistemas están pensados, ejecutados y controlados por personas normales, que cobran su sueldo, y duermen todas las noches en su casa con sus familias. Nadie se levanta al otro día pensando en “Hermosa mañana para joder a la gente.. ¿verdad?”, sino que sus acciones son auto-justificadas pensando que son en beneficio de otros, o quizás lo más peligroso, que son un pequeño eslabón que no influye en la gran cadena que hace sufrir a la gente.

- A mí me duele más que a vos tontita… Si hablaras no me vería obligado a seguir haciéndote cosas feas… Además, con todo este trabajo con las tenazas y la corriente eléctrica… estoy necesitando un momento de relax, ¿sabés?
- Ayuda. Por favor…
Fragmento de “El Síndrome Guastavino”
Pilar Calveiro, una socióloga argentina que sobrevivió a un centro clandestino de detención, explica que lo que pasó en Argentina durante la dictadura no fue una anomalía histórica sino la manifestación extrema de lógicas de poder que siguen operando. Es decir, esa concentración de poder no desapareció con la vuelta de la democracia, sino qué mutó, se adaptó, encontró nuevas formas de expresarse. Pensemos en si realmente creemos que sería una locura que de acá a 50 años un archivo desclasificado de algún país del norte explique que esta ola mundial de conservadurismo, xenofobia y extremas derechas surgieron porque se llevó a cabo un “Plan Cóndor 2.0”, donde se cambiaron los chumbos y las torturas físicas, por billetes, redes sociales y torturas económicas.
Y en esto Trillo no le esquiva el culo a la jeringa: Cuando elige “síndrome” como título de la historia de los Guastavino, lo que observamos es que el castigo físico de su padre Militar ha sido mutado en una degeneración social devenida en sociopatía mezclada con brotes psicóticos, donde toda la historia es reescrita como un mal recuerdo, que a su vez es mal recordado, y que a su vez es justificado mediante una patología (inventada obvio… ¿pero no es la cualidad humana la de inventar nombres para todo?), que justifique su olvido y su perdón. Leer las atrocidades de Elvio sin inmutarse no es muy distinto a lo que la sociedad hizo pre, durante y, especialmente, post dictadura.

“¡Tomá, subversiva de mierda! Cuando me acuerdo de esas ideas que tenías cuando te agarramos me dan ganas de matarte. Pero razonando, despacito, vas a ir cambiando. Te voy a seguir explicando lo que es la Patria…”
Fragmento de “El Síndrome Guastavino”
Solo genios como Trillo y Varela pueden bajar tanta línea sin un solo sermón con olor a moralina. Es cierto que el humor negro es la única forma de sobrevivir a la lectura sin quebrarse, pero también es cierto que el nivel de reacción visceral que tengamos es directamente proporcional a la capacidad de empatía que hayamos desarrollado.
Lo más probable, es que ninguno de nosotros pueda ser el próximo Joker, el próximo Darth Vader o el próximo Hitler (entendiendo próximo como cercanía y/o como siguiente), sino que lo que más duele y horroriza es que cualquiera puede ser el próximo Batman (sin superpoderes, porque no hinchemos los huevos con que Batman no tiene superpoderes) queriendo hacer el bien por medio de la violencia en lugar de reforzar las instituciones, podríamos ser el próximo Yoda generando todas las condiciones para que aflore ese mal que tanto buscamos destruir, o podríamos ser un Eichmann de la vida, haciendo que los trenes lleguen a tiempo sin preguntarnos por qué, para qué o que transportan.
Hay que tener muchos huevos y ovarios para mirar al espejo, y bancarse que el espejo te mire a vos.



