Historieta a Martillazos

En The Sculptor, Scott McCloud nos cuenta la historia de un artista que busca la trascendencia por medio de sus esculturas.

“The Sculptor” + Trascender

16/07/2024

| Por Pablo Jiménez

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Invitados: Scott McCloud, Martin Heidegger, Søren Kierkegaard, Jean-Paul Sartre, y otros amigos.

Nací. Crecí. Viví. Hice. Envejecí. Morí. ¿Fin? No necesariamente…
¿De qué forma podemos trascender a la terminación de nuestros cuerpos?
Si dejo una huella en el mundo, transformándolo como un artesano,
¿trasciendo a la muerte física?
Entonces, ¿Qué relación tiene el arte con la muerte?

Estimados alumnos/as, debajo encontrarán el programa de la materia “Práctica de Historieta Avanzada” de la cátedra McCloud, la misma se dará en el salón web “Taller Alcatena” de la Universidad Nacional de la Comiqueando, PÚBLICA Y GRATUITA SIEMPRE.
Está permitido el mate con bizcochitos.

Hay personas que han nacido para enseñar, para transmitir conocimiento y lograr que otros den lo mejor de sí mismos, pero que no han podido ser ni siquiera catalogados como “buenos” en la disciplina en que se desarrollen. Mientras que otros nacieron para hacer, para desplegar sus destrezas y hacer infinitamente fácil aquello que es abrumadoramente difícil para el resto de los mortales, pero que no han sabido proyectar toda esa habilidad en forma de un saber hacia otros (piensen sino en cuantos grandes directores técnicos han sido mediocres futbolistas y viceversa).
Pero cada tanto surgen unos pocos, pero asombrosos, casos que combinan la sabiduría de una gran docencia, con el despliegue magistral del mejor ejecutor. Scott McCloud, el maestro que entendió la mejor forma de transmitir el lenguaje, los recursos y casi todos los detalles de nuestro medio lecto-visual favorito en “Understanding Comics”, es sin dudas uno de los mejores exponentes de ello. Y si tienen dudas de este postulado, entonces les doy la bienvenida a este fuerte trago agridulce llamado “The Sculptor”, donde el autor demuestra lo grosso que es dentro y fuera de la cancha.

“Harry, mis sueños siguen creciendo, aunque mis oportunidades se sigan diluyendo… Es como si desearan ser vistos y existir, pero mi miedo es no poder terminar ni uno solo.
Por cierto, hace muchos años que no te veía, la última vez que te ví estabas… Muerto.
Fragmento de “The Sculptor”

Contrario a las pocas expectativas que podrían tener sobre este texto, no vamos a hablar de lo que ocurre después de la muerte, ni del alma (un abrazo de gol a Platón, que fue de los primeros de quien tenemos registro en haber postulado la inmortalidad del alma), ni del cielo o el infierno, tampoco a citar a Víctor Sueiro y mucho menos vamos a hablar del Más Allá. Todo lo contrario, metámonos de lleno en lo más interesante que tiene la vida: El más-acá, todo eso que hace que exista uno de los eventos más increíbles en la historia del universo: nuestra existencia.

¿Por qué es increíble? Porque hay pocas preguntas más inquietantes que el hecho de cuestionarse, en palabras de Martin Heidegger, ¿Porque <<hay>>, cuando pudo no haber habido nada? Pero sin embargo sabemos que hay, lo que sea, el nombre que elija la humanidad luego de un congreso interminable para definir qué es lo hay. Pero de lo que no hay dudas es de que hay. Hay al menos, un <<ser-ahí>> diría Heidegger, una humanidad que “es” en un tiempo y espacio determinado, desde hace muchos miles de años. Y es mayormente por, aunque sean mínimos, rastros arqueológicos de elementos de arte que podemos imaginar o conocer cómo era la cultura de una civilización que ya no existe.

Y como dijimos arriba, McCloud no es ningún salame al elegir la profesión de nuestro protagonista David, un crack del arte (esa cosa que es un grito del alma transformado en un artefacto externo a nosotros) con una historia familiar tan triste como su presente profesional. No por falta de talento, algo que a David le sobra desde el vamos por tener una imaginación enorme, sino porque a veces la vida es una cagada y parece disfrutar de poner palos en la rueda de la felicidad de las personas.

-Mi arte es todo lo que tengo en la vida, Harry.
-¿Qué darías a cambio de lograr tus sueños y dar a conocer tu arte al mundo?
-Daría mi vida.
-¿Pero estás seguro? Mira que hay muchas cosas buenas que…
-DARÍA MI VIDA.
Fragmento de “The Sculptor”

¿Es posible ganarle un partido de ajedrez a Ll Muerte? Es complicado cuando tu rival sabe todos tus pasos. Sin embargo, es posible que esta no nos termine de matar del todo, cuando tu obra, ya sea de arte, sean tus ideas, tus escritos, tus acciones o cualquier otra ejecución, quede para una posteridad que la reciba y la reproduzca en su tiempo. Acá nuestro artista integral deja absolutamente el alma en la cancha, con una narración que balancea perfecto los elementos de la metafísica con el costumbrismo hipnótico de Terry Moore en Strangers in Paradise, al mismo tiempo que en el apartado visual genera una sensación tremendamente admirable… porque no olvidemos que cada una de las maravillosas obras de arte que crea David en la historieta, primero tuvo que pasar por la cabeza de McCloud, algo que solo los más grandes pueden lograr.

También podríamos decir que hay algo de la “angustia existencial” de Søren Kierkegaard, que juega como el impulso de David a desafiar las convenciones y hacer un pacto con la Muerte. La necesidad de dejar una huella duradera en el mundo se convierte en una obsesión que lo consume, que tan desesperado está porque la gente recuerde que pacta con la Muerte un poder ilimitado para transformar la materia, a cambio de un tiempo finito y limitado de vida para poder aprovecharlo. Esto que en manos de Geoff Johns sería una historia de origen de un personaje olvidable, Scotty lo transforma en un viaje introspectivo y un dramón adictivo que no te va a dejar alejarte del libro sin pensar en cuál será el destino de estos nuevos amigos de lápiz y papel que nos acabamos de hacer. Porque el protagonista no está solo, y si hay un personaje que está hermosamente construido, será el de su interés amoroso: Meg.

-¿Sabés qué? Que se vayan a cagar todos los críticos, estoy enamorado.
-Odio tener que recordártelo, pero en unos meses vas a estar muerto. Si ella se enamora también de vos ¿estás seguro de querer hacerla pasar por esa situación?
Fragmento de “The Sculptor”

Hubo una vez un tipo llamado Jean-Paul Sartre, que rechazaba cualquier noción de trascendencia o vida después de la muerte en un sentido metafísico o religioso. Pero a cambio de ello, defendió con uñas y dientes la responsabilidad de nuestras elecciones (“el hombre está obligado a ser libre”, y por lo tanto a elegir) en un mundo que parece carecer de sentido. Aunque la muerte sea inevitable, nuestras obras y acciones pueden tener un impacto duradero en el mundo y en otras personas que nunca llegaremos a conocer.

Al final de cuentas, David y su búsqueda de la trascendencia por medio de sus esculturas, son una hermosa metáfora sobre la humanidad entera en busca de esculpir su propio destino y así romper con las reglas del tiempo y la finitud de nuestros cuerpos. El poder transformador del arte (en la forma que sea, hasta incluso en este texto tan… digamos “criticable” por ser buenos, que estás leyendo) es el arma máxima que tenemos en este mundo para lograr que la verdadera trascendencia no radique en alargar nuestra presencia física en este mundo, sino en el impacto emocional y espiritual que dejamos a través de nuestras obras para con aquellos que puedan recoger el guante y desafiar nuevos límites.
Es en el acto mismo de elegir y crear nuevas obras, podemos dar sentido y valor a nuestras vidas.

Nacé. Crecé. Viví. Hacé, hacé, hacé, y no dejes de crear. Viví eternamente.

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