Invitados: Antonio Altarriba y Keko, Arthur Danto, Theodor Adorno y otros amigos.
¿Qué tienen en común la pintura en el techo de la capilla sixtina, una película de Andréi Tarkovski, Watchmen o una banana pegada con cinta sobre una pared? ¿Tiene que ver con una apreciación intelectual o con una experiencia conmovedora?
¿Tiene el arte tanta fuerza y poder como para dejar la vida en él, o justificar el arrebatarle la vida a otros?
Cuando pensábamos en Federico Klemm (el Andy Warhol argentino) y su excéntrico manierismo para presentarnos arte en televisión, todos nos reíamos… pero cuando leemos a Antonio Altarriba, un sudor frío nos recorre de abajo hacia arriba, y en nuestra cabeza se aloja el miedo de mirarnos al espejo y temer por lo que tenemos enfrente.
Cuando la estética es un valor dominante, la forma y el contenido se mezclan, se confunden y pierden su sentido. Pensar que “todo es arte”, es como quien nunca se involucró en nada y repite como loro “todo es político”, sin darse cuenta que antes que darle valor o entidad a esos términos, sólo les está bajando el precio y logrando que no tengan ningún significado. Yo no sé definir aquello que es arte, y hasta es posible que no tenga definición (¿todo tiene que tenerlo?) pero sí sé que tiene muy poco que ver con su mercantilización actual y mucho más que ver con un grito desgarrador del alma, un grito que incomoda, que altera el orden, y sobre todas las cosas, que nos conmueve. Dice Arthur Danto que estamos en una etapa “muerte” de la concepción del arte como la conocemos, pero que esta muerte puede no ser más que un nuevo inicio, una nueva forma de entender el arte.
Antonio Altarriba en el guion, un catedrático de la puta madre del País Vasco que conoce mucho de esto, Keko (José Antonio Godoy, según su pasaporte) nos proponen al artista más extremo posible, aquel que toma en una sola obra todos esos elementos que nos generan más desorden mental y conmoción emocional y que son comunes a todos: la pasión por la muerte y su significado. Claro, para vos y para mí esa pasión puede ser una sensación tóxica que nos sofoca, que nos amarga y a la que intentamos evitar pensarla porque lo único que nos hace es devolvernos, todo el tiempo, a la realidad de que un día no vamos a estar más en este mundo… luego habrá otro, o no habrá nada, pero ya no será este mundo. Sin embargo, a lo largo de nuestra Historia como especie han habido grandes exponentes del costado más oscuro y terrible de esa pasión por la muerte, ya sea de asesinos en serie o de personas capaces de matar millones de un sola vez apretando un botón o dando una orden… y Enrique, el profesor de “Historia del Arte” de doble vida que protagoniza la novela gráfica que hoy elegimos, es sin lugar a dudas uno de psicópatas más fascinantes que nos ha otorgado el comic moderno. ¿Es un genio incomprendido o simplemente un hijo de puta intelectual?
“Matar no es un crimen, es un arte. El arte para el que estamos más dotados, el que llevamos perfeccionando desde nuestros orígenes…”
Fragmento de “Yo, Asesino”
Cuando definimos al protagonista de esta manera, no se imaginen que hablamos de un Joker boludo y sádico que se ríe mientras mata y que hace las cosas sin un sentido que marque su horizonte. Muy por el contrario, Altarriba nos regala un Enrique deliciosamente pragmático, pero que no está exento de cometer errores, con plena conciencia de lo que hace y del por qué lo hace, pero que no es inmune a los impulsos del cuerpo y la mente (dejá, maestro, para eso no me regales nada). Pero por sobre todas las cosas, Enrique entiende que hoy en día, lo que vemos y lo real son una sola cosa, que la imagen copa la parada como forma y como contenido en un solo elemento, y que es ahí cuando el arte tiene que venir a romper todo esquema, tiene que llegar para irse, o para echarnos a patadas en el culo de nuestra zona de confort. Que nuestro protagonista sea un asesino metódico, inteligente, planificador y con justificaciones aborrecibles, lo vuelve un ser tremendamente enigmático, que sólo él sabe cuál serán sus próximos pasos, pero a quien la vida le depara un par de sorpresas a partir una serie de coitus interruptus en su vida marital, académica y como artista de la muerte.
¿Pero porque consideran los autores, a través de sus personajes, que el asesinato es un arte? Damos por supuesto que esto es una metáfora (¿lo es?), y que lo que se busca es la salida de la mercantilización para volver a darle paso a la expresión. Dicho de otra manera, dejar de poseer el arte (las colecciones de cuadros, de discos de música, de esculturas o de libros), para volver a contemplarlo y disfrutarlo o sufrirlo… ¿Cuántos comics y mangas has comprado para que formen parte de tu colección y que fueron directamente a tu biblioteca, sin siquiera leerlos, sin siquiera darles el sentido para el cual fueron concebidos, sin siquiera contemplarlos, sólo por el mero hecho de masturbar mentalmente un llamado “espíritu coleccionista”?
“Un crimen sólo es artístico si es gratuito… como en toda forma de arte… la utilidad es el mayor lastre de la creatividad…”
Fragmento de “Yo, Asesino”
Keko, en el dibujo, tiene un estilo tan sombrío como la historia narrada. Utiliza de manera magistral el color rojo en puntos neurálgicos del dibujo, para darnos un doble y triple mensaje, con un guiño al lector para que te metas de lleno en esa atmósfera asfixiante que todo thriller de suspenso debe propiciar. Sepan que la rabia contenida de Enrique explota en cada golpe mortal que ejecuta con una precisión que da escalofríos para generar sus “obras maestras”.
Theodor Adorno exclama por una concepción fundamental del arte como herramienta de denuncia y de provocación del orden impuesto, una resistencia última contra el consumismo y la alienación. Desafiar a la comodidad en la que la cotidianeidad nos hace sentir sumergidos, es para Adorno, un <<deber ser>> del arte como expresión, y es ahi donde Altarriba y Keko insertan un elemento tan rupturista como es Enrique y su amoralidad frente al asesinato. No comprende a la víctima como un ser pensante y sintiente, sino como un lienzo que puede ser ocupado por cualquiera, con tal de provocar, conmover y alterar el status quo de las personas que la presencian o se enteren de ella en los medios. Los monólogos del protagonista (los bloques de texto, o los captions, como le quieran llamar) son una transgresión constante de los límites del escándalo.
“El asesino trabaja con la materia más preciosa y difícil de manipular, la vida. Y, como expresión de absoluta radicalidad, crea dando muerte…”
Fragmento de “Yo, Asesino”
¿Para qué sirve el arte entonces si no es más que para molestar? Intentar responder a esta pregunta es comerse de lleno la trampa de creer que todo debe tener una utilidad, que todo debe ser un medio para un fin, y que no casualmente, ese fin siempre nos es ajeno ya que termina operando para un fin superior. Si el arte no tiene utilidad y no sirve, es porque justamente no tiene que servir, y en especial, no tiene a nada ni nadie a quién servir-le. Cualquier elemento que llamemos arte y que nos toque, nos conecte con otras realidades, o ponga a la lógica del mundo que nos rodea entre paréntesis por un rato (algo que no podríamos alcanzar de otra forma o con otras experiencias), creo yo que es una de las formas más sublimes posibles para el existir para ese algo.
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