Hace poco pude rever la maravillosa Avengers: Endgame.
No es mi intención volver a reseñarla, sino centrarme en la emotividad que me genera (y creo que a muchísimos comiqueros también). De más está decir que a continuación viene una serie de SPOILERS gigantesca, aunque dudo que haya alguien que a esta altura aún no la haya visto. La primera vez que la vi, llegado el momento épico de la batalla final, lloré de emoción. Hoy, que consigo la copia en HD, vuelvo a hacerlo. Y cada vez que, ya sea en el teléfono o en alguna compu, la vuelvo a ver, no deja de piantárseme un lagrimón. ¿Por qué, me pregunto? ¿Qué tiene ese momento en particular que me conmueve hasta las lágrimas como no logró ninguna de las pelis anteriores del MCU? Si dejamos de lado lo perfecto del guión (sí, yo la banco aunque haya muchos que la critiquen bastante). Si dejamos de lado la grandilocuencia de una batalla final por la vida misma en la que todos dan lo último que tienen en pos de un ideal. Si dejamos de lado el esfuerzo de producción que juntó miles de actores de todas las épocas fílmicas de la editorial en un solo producto. Si dejamos de lado el sacrificio final de Stark chasquido de dedos mediante. Si dejamos de lado los diez años de historia que tienen aquí su desenlace y conclusión perfectos. Si dejamos de lado todo eso, que de por sí ya sería mérito propio para empapar diez pañuelos… Si dejamos de lado todo eso, digo, ¿qué nos queda para, todavía, sentir que el corazón nos explota en el pecho?
Creo que es el agradecimiento por el respeto, por el amor, por la coherencia, por el infinito laburo que han hecho los creadores (con los hermanos Russo a la cabeza) por todo eso que han tenido para con estos personajes con los cuales hemos crecido y que son parte nuestra. Pero esa parte eternamente vilipendiada, boludeada y bastardeada por el gil de turno que te señala con sorna si te ve con una remera de Black Panther. Acá Los Avengers son Gardel, Le Pera, San Martín, Maradona, Perón y Charly todo junto. Acá los personajes están vivos y respiran como vos y yo. Los vemos ahí en la pantalla y una pequeña parte nuestra siente que de alguna manera son como nuestros hijos que han crecido y nos dejan, se van, para ya nunca volver al seno ignoto del cual salieron. Están ahí, luchando, siendo héroes, bajo nuestros ojos llorosos que no pueden evitar sentirse orgullosos de ver cómo han crecido y de lo que son capaces.
Ya no serán bastardeados. Ahora rompen records históricos de taquilla. Ahora venden merchandising a morir. Ahora están en boca de cuñados, tías y sobrinos. Ahora aparecen en las tapas de revistas y en los suplementos de los diarios. Ahora son mochilas, cartucheras y hasta perfumes. Ahora están ahí… y ya no necesitan que los defendamos a capa y espada ante aquellos giles que antes hablaban y ahora tienen la remera del escudo puesta. Ahora se defienden solos…
Y por eso las lágrimas, de esa perfecta mezcla de amor, tristeza y felicidad que se llama melancolía, y que sentís cuando algo hermoso te ha dejado para siempre. Aquí estaremos viendo cómo siguen su camino aquellos personajes que leíamos debajo de las colchas con una linterna; que leíamos en el bondi vergonzosamente, que fueron los mejores amigos que supimos tener en un mundo hostil que se empeñaba en dejarnos afuera. Allá van… destruyendo recaudaciones. Y desde aquí, cual padres orgullosos de sus hijos, no podemos dejar de sentir que algo mejoró en el mundo, con ellos en él. Y llorar… Sin poder parar. Aunque con esa sonrisa comprensiva que entiende que, en la vida, «no son las cosas que dices las que te definen, sino las que haces». Snif.
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