La Mansión Wayne

Y de pronto, ese libro te cautiva, y te rescata, y te hace pensar que sí, que el prejuicio va a estar allí ad eternum, pero esto hay que defenderlo.

Defender la alegría

08/11/2016

| Por Bruno Magistris

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s_13700-mla93042120_3585-oPor algún tipo de patriotismo ciego, solamente leía Patoruzú. Quizás de chico ejercía, sin saberlo, un nacionalismo a rajatabla siguiendo las doctrinas políticas que de tanto en tanto escuchaba en casa. Pero lo cierto es que así era: ¡aguante Patoruzú canejo!

Santiago, un amigo de la época, por alguna razón que desconozco empezó a leer también historietas, pero su acercamiento vino de la mano de Perfil. Eran los días de secundaria, y cuando llegaban las vacaciones teníamos tres meses para hacer lo que nos viniera en gana. Y esto solía ser jugar al Mortal Kombat, tomar Coca helada, y jugar al fútbol con una pelota hecha de jirones de medias, en su patio.

liga-justicia-internacional-d_nq_np_13651-mla3323473610_102012-fEn algún momento nos habremos aburrido, creo yo, y de pronto trajo su colección. Serían unos 20 números de la Justice League de Giffen. El cebamiento muchas veces necesita compañeros, así que empezó a romperme las bolas para que las leyera. A regañadientes (recordemos mi empecinado nacionalismo comiquero) le dije que bueno, que a la noche me las llevaría si dejaba de molestar.

La noche llegó, tomé mi bicicleta y emprendí el regreso a casa. Cuando llegué, luego de la cena, las saqué de la mochila y las comencé a hojear.

Quizás fue algo mágico. Quizás fue algo que trasciende una explicación racional… pero lo cierto es que a los pocos minutos, me había enamorado de esas revistas. Y hubo un problema (qué más que problema, fue un propulsor de cebamiento nuclear) y es que la saga principal no tenía final. Es decir, mi amigo tenía varios números, pero no el que concluía la historia.

Creo que al otro día ya volví a putearlo, a decir “cómo no tenés el número en el que la historia termina, salame!”, y entre su risa (de comprensión de que el virus ya había sido transmitido) y la mía, pasamos aquella tarde comentando aquellas historias que, para mi, expandía el medio de una manera insospechada. Ese mismo día, me enteré de que este amigo mío esperaba desde hace meses (se había anunciado con bombos y platillos) algo llamado “La muerte de Superman”.

muerte-de-superman-perfil¿Superman muere? Naaa… estás delirando. Debe ser una saga en la que “parece” que muere, pero que seguro sale vivito y coleando… ¿cómo va a morir? Pero al parecer, la onda era esa y no cabían dudas. Creo que la semana siguiente, vi en la casa de mi amigo el tomo: gordo, gigante, lleno de notas, historia del personaje, toda la bola. No esperé ni diez minutos. Lo saludé cordialmente, tomé mi bici, y fui al puesto de diarios más cercano. Por la módica suma de 8 pesos… (¡8 pesos!) me hice con mi ejemplar. Fui a casa, y luego de la cena (bife con ensalada, clásico de mamá), me fui a su cama, prendí el velador, y empecé a disfrutarlo.

A la mañana siguiente ya lo había terminado… y si bien todos sabemos que no es la mejor historia que vamos a leer en nuestras vidas, ni mucho menos, en su momento (empezando a leer, a esa edad) fue generadora de un cebamiento como nada podía lograr.

¿A qué voy con todo esto?

Me estaba preguntando si no es necesaria una cuota (grande, enorme) de amor para cruzar el umbral del desencantamiento que a todos nos llega. Me refiero a ese momento en el que empezamos a dejar de ser chicos (¿lo lograremos alguna vez?) y la vida empieza a poner ciertos frenos a determinadas actividades, leasé leer historieta en el tren luego de los 17 años, por ejemplo.

¿Cómo es que no tenés el final de la historia, la rep#t@ que te p@r#º?!?

¿Cómo es que no tenés el final de la historia,
la rep#t@ que te p@r#º?!?

Quiero decir: en este medio, tenemos todo, TODO para poder en algún momento colgar los guantes y dedicarnos a cosas “más serias”. La presión social, el desconocimiento de las grandes obras maestras que son papel higiénico para la mayoría de los mortales, el desprecio a un medio artístico que no se cansa de luchar contra él aunque la batalla se pierda una y otra vez.

Tenemos TODO para decir “bueno, hasta acá llegué” y pasar a la literatura, o al cine, o cualquier otro cebamiento. Increíblemente, te van a mirar mejor y con menos pensamientos de “qué boludo es este pibe” si coleccionás latitas de gaseosa, o marquillas, o pelotudeces similares que son tan vacías como el producto que son, a si te descubren con más de un libro de Superman en la repisa.

Y entonces… ¿para qué? ¿Qué ganas tengo de ser el pelotudo de turno en toda reunión familiar, social y laboral en la que siempre alguien saca el tema de “ah… a vos que te gustan los superhéroes”? ¿Para qué tener que siempre sonreír, y a comerla, cuando alguien tira un chiste de “las revistitas que lee éste”? No, se van a cagar, ya no estoy para estas cosas. Ahora soy grande, tengo novia, gano guita y… ¿la voy a gastar en estas cosas vergonzantes que me van a tildar por los siglos de los siglos en “nerd”?

55_272-prometheaPero de pronto… el milagro. Cae en tus manos un tomo de Promethea, por ejemplo. Y lo empezás a ver y no sólo te vuela la cabeza el guión (del Más Grande) con sus personajes creíbles, modernos, que respiran y están más vivos que el portero del edificio en que vivís y con los que te identificás como si los conocieras de toda la vida. No sólo te vuela la cabeza eso, sino también (y quizá en la misma medida) el arte. La puesta en página original, fresca, que derrama talento en cada dibujo y que dice en cada cuadrito “esto me llevó mucho tiempo”.

Y de pronto, como dije, ese libro te cautiva, y te rescata, y te hace pensar que sí, el prejuicio va a estar allí ad eternum, pero esto hay que defenderlo.

Porque cuando ves a esos tipos que dejan la vida en cada diálogo, en cada viñeta, en cada color… sentís que es gente que está defendiendo y reivindicando algo con lo que creciste, algo que te ayudó a vivir tu vida con más alegría y fascinación de la que tenías. Y ese laburo, ese dejarlo todo en cada página, está lleno de amor por un medio que tiene el potencial de ser el más grande de todos, pero que nunca lo será.

promethea21p14and151Y aunque sea Moore en este caso, y lo tilden de que odia los comics y que se caga en la industria, cada una de sus historias son la perfección absoluta. Y Promethea, además, está llena de amor. Nadie escribe eso sin amar lo que hace. Y sin amor, esa historia, esa revista, ese libro… no existe.

Quizás, cada vez que leemos una obra como esa, hay un nervio dentro nuestro que vibra y que agradece que alguien se dedique tanto a hacer una historia en el mismo medio en el que se publicaba Condorito.

Quizás, cada vez que alguien nos toca ese nervio, no sólo amemos la obra en sí, sino que nos refuerza todavía más las ganas de defenderlo a muerte.

Porque la alegría que me da Promethea, es quizás la misma que tuve allá hace tiempo cuando, pendejo feliz, leí por primera vez cómo el kriptoniano más grande caía definitivamente ante una muchedumbre horririzada.

Ambas historias son diametralmente opuestas en su nivel de calidad.

Pero ambas tocan algo dentro mío que no puedo definir, que no puedo precisar.

Una la perfección, otra el pochoclo.

Pero ambas, el amor y el agradecimiento que uno le tiene a ser parte, vaya uno a saber por qué revés del destino, de este mundo lleno de colores y aventuras.

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