Pensando, siempre pensando en este tema de los comics, llegué a una cuestión que me cuesta resolver, y quizá sea esta la forma de zanjar la duda. Tal vez alguno de ustedes, amigos lectores, me lo logre explicar.
Anoche estaba viendo (y disfrutando enormemente) Batman: The Brave and the Bold. Era un capítulo llamado “Mayhem of the Music Meister”. En él, presenciamos un musical al estilo Broadway en el que héroes y villanos cantan y bailan en una historia muy interesante. Llegué, con el transcurso de los minutos, a emocionarme, a reír, a admirar a los creadores, a agradecer a los sinos celestiales la oportunidad que me daban de, otra vez, poder disfrutar de una obra de arte como esa. Pero el capítulo finalmente terminó, y con él, mis ansias de ver más se multiplicaron.
Debía cambiar el disco en el DVD y, por error (¿casual?) metí uno no de ese Batman, sino del pergeñado por Bruce Timm y compañía. Como ya había vuelto a la cama cuando me di cuenta del error, refunfuñé y, fiaca mediante, decidí ver algo de este “otro universo”. Elegí entre lo que me ofrecía la pantalla, y di play al episodio “Second Chance”, de la (creo) última temporada de la Batman TAS original, aquel en el que un encapotado lleno de culpa se debate contra un Harvey Dent perfecto. Pasaron los veintidós minutos, y la historia concluyó. En el aire quedó un dejo de amargura, de melancolía, pero también de excelencia, de perfección en una historia y su forma de narrarla e ilustrarla.
Pero la duda surgió justo aquí, luego de ver ambas proyecciones. Es decir, con la primera, me cagué de risa, disfruté, lloré de emoción y éxtasis. Con la segunda, medité, me amargué y pensé en la complicada y enrevesada vida de estos personajes tan maravillosos. Y el tema, el meollo de la cuestión, es que ambos capítulos tenían el mismo protagonista: Batman.
Todo esto lleva a una inevitable duda existencial: ¿Cómo es posible que me gusten las dos versiones? ¿Por qué una no excluye a la otra si son tan claramente disímiles? ¿Qué es lo que logra la aceptación y admiración, por mi parte, de una y otra a la vez?
¿Es que no tengo un criterio crítico? ¿Es que no soy riguroso a la hora de exigir una coherencia con un personaje que me fascinó desde el principio? ¿Es que soy ingenuamente amante de todo lo que esté basado en un comic, sea como sea el producto final? Y pensando esto, me dí cuenta de que ninguna teoría se me aplicaba porque, citando tan sólo un ejemplo, las películas de Schumacher también eran livianas, camp y coloridas, y sin embargo si veo al director por la calle lo prendo fuego. No, eliminada esa posibilidad. ¿Entonces? ¿Por qué me gustan ambas cosas?
Seguí pensando, durante días, tratando de dar en el clavo, y creo que lo he hecho.
A ver: Batman (todos lo sabemos) es un ícono, ¿y qué quiere decir esto? Que su historia, popularidad, importancia y demás lo han convertido en algo más que una figura “superheroica” (aunque no lo considero tal, pero eso ya es otro tema). Es un ícono popular, como decía, y ha trascendido muchísimas barreras: una de ellas, por ejemplo, es que mi vieja sabe quién es Bruno Díaz si se lo pregunto. Ahora, si la consulto por Peter Parker… no sé si responde. Retomando, al ser el personaje un ícono, las interpretaciones pueden variar. ¿Pero qué es lo que no puede variar, la condición sinecuanón el personaje no funciona? ¿Es algo intrínseco a él, inherente a su historia personal, a su devenir mismo?
Me debatí con esto, sopesando una y otra vez distintas respuestas, hasta que llegué a la (creo) final. Lo único que no le puede faltar al personaje, de lo único que no puede prescindir una historia que trate sobre él, es del respeto. Es decir, que lo que define prácticamente su “existir” está fuera de él; no en su propia “existencia”, sino en quien se la otorga al escribirlo, al dibujarlo, al hablar de él. Tanto Timm como los amigos de B&B aman al personaje, lo conocen, lo han leído de niños (más importante que el haberlo hecho ya de adultos), han querido ser como él, se han disfrazado para imitarlo y hasta se habrán creído dignos de convertirse en él algún día.
Y cuando todo eso sucede con un personaje, cuando todas estas variables están bien marcadas y arraigadas, entonces el producto final es impecable, trascendente, maravilloso. El respeto que tengan por el personaje del cual van a hablar, es el mismo que me estarán teniendo a mi cuando lo vea. Mientras más respeten no solo la esencia del personaje, sino su rica historia, sus múltiples encarnaciones, mejor será lo que generen en los demás. Y ese respeto del cual hablo ¿en qué se manifiesta exactamente? Tanto en el conocimiento profundo de su historia, como en la dedicación a la estética con que plasmen su visión de él (llamesé animación misma, diseños, tipo de narración, música, etc.) que se muestra en cada episodio.
Así que entonces he llegado a este pensamiento: lo más importante de un personaje, no es el personaje en sí, sino el respeto con que el artista encare el modo de contar una historia con él. ¿Entonces los personajes en sí mismos no son buenos ni malos, sino que lo que define su valor será el artista que les toque en suerte? ¿Es lo mismo un “Power Ranger” que un “Jesse Custer”? ¿Es diferente un “Swamp Thing” de Alan Moore que de Len Wein? Resumiendo: ¿no hay “Grandes Personajes”, sino tan sólo “Grandes Artistas”?
No sé, ya no sé nada. Apelo a la ayuda de todo aquel que pueda brindarla.
Lo único que quiero decir para cerrar, es que si lo veo a… no, mejor le hablo directamente. Joel Schumacher, si te veo por la calle corré, porque si te agarro te cago tanto a trompadas que seguramente vas a ver autos subiendo por las paredes, pero esta vez de verdad.
6 comentarios