La Mansión Wayne

El cuarto apestaba. Un olor rancio y putrefacto infectaba cada rincón. La poca luz que se colaba por la ventana manchaba las paredes sucias, maltratadas.

El diablo es una tapa fluo

19/01/2014

| Por Bruno Magistris

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exorcistEl cuarto apestaba. Un olor rancio y putrefacto infectaba cada rincón. La poca luz que se colaba por la ventana manchaba las paredes sucias, maltratadas. El Padre Mazzucchelli entró por fin, decidido, con mirada firme y punzante. Miró al otro fijamente, como presentándose por anticipado como un rival a temer.

El otro, sucio, arrogante, fétido, lo miraba sin pronunciar palabra. Sus brazos ni siquiera se agitaban ahora, tranquilos bajo las ataduras que habían dejado ya su marca punzante en la piel.

El Padre apoyó su maletín sobre un pequeño escritorio lateral. Despacio, suavemente, extrajo de él una pequeña botella. El otro dejó escapar un leve gruñido, no sin un dejo de burla. El anciano se acercó por fin a la cama, levantó su mano derecha y, casi como para sí mismo, murmuró: “In Nomine Myler, Morrisen e Spiritus Vaughen”.

-¡Ha! –lanzó el otro, con voz ronca. La botellita se alzó rápidamente, y luego cayó, derramando agua sobre el rostro y cuerpo del hombre acostado. De pronto se escuchó un ruido siseante, como si el agua le hubiese quemado, y prorrumpió en un grito horrible.

-¡Atrás! –gritó el padre Mazzucchelli, sin ceder un centímetro ante lo que era el primer ataque de la Bestia. -¡Por el poder investido en mi por el bardo de Northampton, expulso tu espiritu impuro! ¡Atrás, Satanás!

-¡Perro maldito! –gritó el otro con voz inhumana, ¿Crees que con una simple agüita me vas a parar a mí, a Mí?

– ¡Atrás, Lucifer!

Rápido como el rayo, sacó de su maletín un ejemplar gastado de Watchmen, el cual abrió al azar y que leyó a continuación:

-¡Rorschach Journal, october 12th 1985!

-¡Aahhh! –volvió a gritar. -¡Maldito cura de mierda! ¡Cállate!

El Padre siguió: -¡Dog carcass in alley this morning!

De pronto el otro se irguió más de la cuenta, como embestido de una fuerza descomunal. Su cuello se hinchó horriblemente; sus ataduras se soltaron, pero aún no lo dejaban del todo libre. Estaba casi incorporado y despedía un vapor infecto, mientras gritaba intentando evitar las palabras de su oponente y que lo siguiese rociando con su inmunda agua.

– ¡Hijo de puta! Tus palabras no son nada… suéltame y enfréntate a mí como un hombre, maldito anciano maricón…

6201_gaturro_17_tapaDe pronto el padre soltó el libro, se acercó al enfermo y puso una medalla contra su frente, la cual lo quemó horriblemente y despidió otra andanada de vapor. En su superficie plateada, podía verse el rostro de Neil Gaiman.

– ¡Bestia infecta! ¡Demonio inferior, Belial, Liefelle, Lodbello, Di-dío! ¡Abandona este cuerpo! ¡Abandónalo!

– ¡Aaaahh! –gritó el otro, cediendo un poco ante el ataque del cura. – ¡Perro, todos están aquí! ¡Siegel y Shuster comen mierda, y ambos arden en el fuego eterno de mi reino! Gritan:  “¡Tenemos hambre! ¡Hambre de gloria!” ¡Ayúdalos si puedes, perro!

– ¡Fuera de este cuerpo, te comando! ¡Abandona a este hombre que quiere vivir su vida plena, con su gente amada y su arte inmaculado!

– ¡Jajaja! ¿Arte? –contestó el otro que aún se debatía. El arte no es nada, puto maricón, me limpio el culo con tu Watchmen de mierda. ¡Hitler lee Gaturro en el infierno!

– ¡ATRÁS! –gritó el padre con énfasis aún superior. ¡Tus palabras heréticas no doblarán mi brazo poderoso!

Pero de pronto, y antes que pudiera decir más, el otro abrió la boca y lo escupió con una especie de tela pegajosa que se le incrustó en los ojos. El padre trastabilló y cayó hacia atrás, las manos frenéticas en el rostro intentando liberarse. Con un último y supremo esfuerzo, el hombre rompió finalmente sus ataduras y se levantó, lentamente, saboreando la inminente victoria. Silencioso, siniestro, caminaba hacia él.

¿Dónde está tu mesías ahora, eh? –susurró en su oído.

De pronto, la puerta estalló. El anciano, a medias liberado de la tela en su rostro, pudo ver cómo su fiel Constantino, sin poder esperar más, entraba en su ayuda. Rápido como un rayo, y sin palabra mediante, arrojó un pesado libro a la cabeza del poseído, quien reculó por el golpe y se alejó unos pasos. En el piso, la portada decía: FROM HELL.

_2009_03_exorcism– ¡Padre! –gritó, ¡Pronto, detrás de mí!

El anciano se apresuró a llegar hasta su discípulo quien, mientras lo protegía, gritaba:

– ¡Muren, Oster-held, Gosinus me protegen! ¡Millaro sagrado, por las sagradas palabras del profeta Eisnerius, te comando: ALEJATE DE ESTE CUERPO!

El otro resintió el ataque, y cada uno de esos nombres fueron haciendo mella en su entereza.

-¡Aahh! ¡52 hordas infernales se abalanzarán sobre tu alma por esto, maldito hijo de puta! –gritó.

-¡Vete de aquí! –ordenó Constantino. ¡Vete del corazón de este hombre y déjalo en paz! ¡Vete!-

La batalla duró considerable tiempo, pero por fin el enfermo fue calmando su furor y, lentamente, éste se extinguió. El Padre Mazzucchelli logró recomponerse y apretó fuertemente la mano de su querido discípulo, quien lo desobedeció al intervenir pero que, al fin y al cabo, le había salvado la vida.

El exorcisado, cuyo nombre era Juan, hablaba ahora calmadamente.

-¿Qué recuerdas? –le preguntó el Padre.

– Destellos, viñetas, nada concreto. Tapas con relieve, fluo… dientes apretados… nada más. Toda esa experiencia no me dejó nada…

– Lo de siempre –contestó. La mala historieta es tan solo eso: una experiencia inocua, pero que trae sus riesgos, como lo acabamos de comprobar. Te estabas convirtiendo en una bestia impura, impregnada de clichés, lugares comunes…

– Pero… padre, dígame una cosa… ¿cómo llegué a esto? –dijo Juan.

– Como todos: empiezas por la buena senda, y cuando te das cuenta, lees a Nik en el baño…

Juan lloró. Se cubrió el rostro y gimió como un niño. Luego miró su pila de Extreme Justice, y lloró aún más.

La familia les agradeció y hasta intentó pagar a los sacerdotes por tercera vez, a lo que volvieron a negarse.

comic-burning-Solo solicito una cosa de ustedes, en gracia a lo que acabamos de hacer. Y quisiera hacerlo público –dijo el padre, que había vuelto a su imperturbable seriedad.

A nada le objetaron, y la ceremonia se realizó.

La pira humeaba indómita, chispeante, casi eléctrica. Constantino y su mentor arrojaban ejemplares ante la mirada atónita de la muchedumbre que se acercaba desde todos los rincones. Algunos hasta tenían el impulso de salvar de las llamas algún título, pero el Padre estaba muy atento a cualquier amague.

-Padre –dijo Constantino- Padre, ¿acabará esto alguna vez?

– No lo sé, hijo mío. Pero mientras hayan crisis, infinitas o no; mientras haya un clon innecesario libre en el mundo; en tanto y en cuanto los niños de este país estén expuestos a estos bajos ardides del demonio, mientras tengamos fuerzas… daremos pelea.

La pira, lentamente, se extinguió. La ceniza se elevaba en el aire como llevada por un espíritu. La muchedumbre se fue, y ya no quedó nadie.

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