La Mansión Wayne

Existe un lugar particular. En él, podés pasearte tranquilamente entre hombres vestidos de rojo y azul, con grandes capas que ondean al compás de sus bruscos movimientos...

El Sueño Perdido

23/04/2013

| Por Bruno Magistris

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cosplay03Existe un lugar particular. En él, podés pasearte tranquilamente entre hombres vestidos de rojo y azul, con grandes capas que ondean al compás de sus bruscos movimientos; mujeres despampanantes de escasa vestimenta regalan sonrisas insinuantes bajo una corona dorada, resplandeciente entre una maraña de cabellos negros como la noche; monstruos desfigurados que arrastran sus deformes miembros por entre una muchedumbre horrorizada. Más allá, puede verse un grupo de hombres sentados a una mesa, sobre la cual descansa un descomunal ejército en miniatura cuyos diminutos integrantes esperan solamente la decisión de avanzar o retroceder, como peones de una Voluntad superior; en otra mesa, a algunos pasos de distancia, descansan los poderosos naipes de aquellos jugadores incansables que sopesan en sus manos las más inimaginables criaturas, poderes, Tierras, ángeles y demonios, uno sobre el otro en perfecta caligrafía. El ambiente está poblado de extraños sonidos, lejanos rumores, sorpresivos gritos de alegría. Por momentos llega el eco de un aplauso fervoroso, mezclado a vítores de una desbordante exaltación, casi rayana en la demencia. Gente de todas las edades y géneros: niños mocosos de cabellos revueltos; adolescentes de actitudes esquivas escondidos en grandes sobretodos negros; chicas con peinados afilados, uñas de colores violentos y zapatos de extraordinaria altitud; jóvenes con grandes lentes, aros, piercings y los tatuajes más enrevesadamente complicados sobre toda la superficie de su piel. Un hombre grande, un señor, vestido completamente de gris, riendo a carcajadas; una pareja de mujeres caminando de la mano, lentamente, saboreando un helado de colores imposibles; dos chicos abrazados, sentados uno encima del otro en el reborde de una columna; artistas, dibujantes, pintores, músicos, actores, celebridades. De pronto, todo se revoluciona: un hombre camina seguido de una horda de personas sonrientes, tratando de alcanzarlo y llegar a él. El hombre intenta ser cortés a fuerza de paciencia, aunque ya no puede ocultar su cansancio.

7024w300El calor es abrasador, tiñiendo la atmósfera de un dejo oriental, como una tarde dentro de las Mil y Una Noches. Por todos lados, se respira el aroma que para muchos es una manifestación divina: el Papel. Colgados de escaparates, reposando sobre estantes tambaleantes por el peso, en pilas, exhibidos, escondidos, están ellos (o ellas). Son lo que todos han ido a buscar, toda esa maraña de tipos a cuál más imaginativo, a cuál más extraño, pero todos con el mismo fin. Uniéndose en esa extraña armonía que lograba la unidad en el caos, la cohesión en lo disforme, el balance en lo desparejo: encontrar la historia que algún Ángel Celestial ha escondido en el paraje más recóndito del lugar y que sólo él podrá valorar como se merece. Aquella historia que se volverá parte suya, inherentemente, hasta el fin de sus días; que lo volverá a la vez más sabio y más feliz; que pintará el color de su alma de otro más brillante; que hará respirar a sus pulmones con más vigor y a la vez más dulzura.

Todo allí, todos allí. Éramos jóvenes, chicos, niños. Nos latía el corazón tan descontrolada y ferozmente casi como si sintiéramos el primer amor, porque aquel lugar era una especie de sueño, nunca antes siquiera imaginado. Era el cúmulo de todos nuestros deseos hechos realidadl, la cúspide de las aspiraciones que desde tanto hacía albergábamos en nuestro interior.

Y así como llegó, se fue, como toda felicidad. Todo se desvaneció: los hombres en trajes ampulosos; las mujeres despampanantes; las mesas con ejércitos o cartas; los monstruos; los infinitos tipos que poblaron aquel recinto sepultado en historias, grandes Historias desbordantes en papel, colores y maravillas.

FantabairesAquel Fantabaires donde para muchos todo comenzó en serio, por primera vez. Donde el mundo se abrió y nos puso un espejo frente al rostro y nos dimos cuenta que ya no éramos aquel tímido imbécil que se deleitaba con nimiedades, sino que íbamos en la dirección indicada. Como imitando al Hombre de cuya imaginación salió, la Convención se fue marchitando hasta morir y desaparecer de nuestras vidas para siempre. Pero mientras más chiquita se volvía, más grande era el espacio que ocupaba dentro de aquellos que la conocimos en sus años mozos. Y aún está ahí, fresca como el primer día, desbordando memorias, recuerdos y muchas, muchas Historias.

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