La Mansión Wayne

Primera parte de una saga que llevará a cinco mitos argentinos a donde ningún hombre (o mujer) ha llegado antes.

La Liga del Pueblo (parte 1)

08/06/2021

| Por Bruno Magistris

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1 - copia1952 – Ella reposaba en su cama. En la habitación contigua, su marido y altos funcionarios del gobierno se debatían ante lo inevitable: su inminente muerte. “¿Cómo podía tanto dolor caber en un cuerpo tan chiquito?”, pensaba. Dolida por su misión inconclusa, por perder la batalla contra algo tan pequeño, sollozaba. De pronto, una luz muy fuerte le hizo cerrar los ojos. Cuando los abrió, una mujer alta y un hombre pequeño estaban ante ella.

-Eva Perón –dijeron- el universo te necesita. En esta solemne circunstancia, te convocamos.

No pudo responder. La luz brilló de nuevo y ella ya no estaba allí. Sólo se veía un cuerpo delgado, demacrado, y muerto.

1967 – El dolor de las heridas no mitigaba. No sabía por qué lamentarse más: por el fracaso, por la muerte de sus compañeros guerrilleros, por la traición de su amigo. La escuelita era oscura, húmeda, final. Esperaba lo inevitable, y estaba decidido a hacerlo con la mayor entereza posible. De pronto escuchó la puerta abrirse, y el soldado apuntándole, temeroso. “Serenesé, que está por matar a un hombre”, le dijo. El soldadito tomó coraje, y disparó. En el momento de la explosión de la pólvora, todo se detuvo. Quedó como congelado en el tiempo. Una luz muy fuerte lo cegó, y vio ante sí dos figuras desconocidas.

2 - copia-Che Guevara –dijeron- el universo te necesita. En esta solemne circunstancia, te convocamos.

La luz se fue, y él con ella, y detrás sólo quedó un cuerpo muerto, cuya mirada atravesaría las eras y los tiempos.

1978 – El dolor (del alma, no el físico) era tan grande que había desarrollado una especie de anti hipersensibilidad: el horror era ya algo normal, y pensar en él era como pensar en un paisaje difuso. Beatriz, Marina, Diana, Estela… todas muertas. Mis hijas: muertas. ¿Será posible? ¿Cómo llegamos a esto? ¿Quién nos hizo deslizar por esta pendiente sin fin que parece no acabar nunca? No debo desfallecer, no debo flaquear. Aquí hay gente que me conoce, que puede tomar fortaleza de cómo me conduzca entre esta oscuridad. Y de pronto se sintió desmayar, y que alguien lo metía en un avión, y sintió que caía al vacío. Subitamente: la luz, las figuras desconocidas, el pedido:

-Héctor Germán Oesterheld –dijeron- el universo te necesita. En esta solemne circunstancia, te convocamos.

4 - copiaY abajo un cuerpo chocó contra el río, aunque él ya no estaba allí.

1825 – La ciudad se mueve bajo mis pies, quizás intuyendo el peligro. Mi vida ha sido una constante invitación a la muerte. No me importa. La Patria algún día me lo agradecerá. Algún día mis hijos me mirarán con lágrimas en los ojos y un reflejo de agradecimiento en ellas. He luchado, he combatido, he tenido que emigrar al hermoso Perú donde hoy intento, todavía, marcar la diferencia. Con dolor, y también algo de sorpresa, veo la hoja que alguien me clava. ¿Moriré aquí, lejos de mi Patria? ¿Es que ya no podré concluir mi obra emancipadora? Caigo, oyendo los pasos asesinos que corren alejándose, y solo la noche se digna acompañar mi muerte. Pero de pronto una luz me contradice, y veo una hermosa mujer y un diminuto anciano aparecer, decirme algo, e irme con ellos.

-Bernardo de Monteagudo –dijeron- el universo te necesita. En esta solemne circunstancia, te convocamos.

5Y me fui. ¿Quién era ese que me miraba desde el piso, con mi cara?

1974 – A veces me pregunto cuál es el límite entre mis creencias y mi resolución por la lucha armada, por la defensa del pueblo ante la oligarquía mendaz y aborrecible que no deja de explotarla. A mis pobres villeros, a mis familias cuya pobreza es tan acuciante que corta el alma con sólo contemplarla. Pienso en Cristo, que dio su vida por lo mismo que yo. Quizás, si Él viviera hoy, sería también montonero. No, no hubiera llegado a eso. Pero estos tiempos son los que son y uno debe adaptarse. El auto llega veloz, alquien se baja como un rayo y me dispara… alcanzo a insultarlo, pero nada más. Nos llevan a algún lugar, pero sé que me dejarán morir. Señor, perdona mis pecados, perdona… No puedo terminar, una luz me ciega, ¿es por fin el ángel de la muerte? No lo sé, tan solo escucho:

-Carlos Mugica – dijeron – el universo te necesita. En esta solemne circunstancia, te convocamos. Y me voy. Como ascendiendo conscientemente y dejando todo atrás, sin quejas, sin dolor.

561575edc7a41_1004x873Todos estaban allí, como despertando de un sueño terrible. De esos que te hacen agradecerle a Dios el que tan sólo haya sido eso: un mal sueño. El primero en levantarse fue, indudablemente, el Che. Vio a Evita que se tomaba la cabeza intentando incorporarse y la ayudó. “Qué hermosa es”, fue lo primero que pensó. Monteagudo y Mugica ayudaban a un HGO algo mareado, y todos se miraron sin comprender. ¿Dónde estamos? –espetó alguien. ¿Quiénes son ustedes? –exigió saber otro. Y de pronto, aquellas figuras misteriosas se hicieron visibles.

-Caballeros… y dama, les pido, ante todo, moderación –dijo el hombrecito. Estamos en un lugar seguro. Sus dolencias han quedado atrás. Todos han sido traídos con un propósito que pasaremos a explicarles en este momento, si nos lo permiten.

Era un hombrecito azul, de pelo blanco, arrugado, antiguo, apergaminado. Su compañera, de afiladísima belleza, dijo también:

-Hemos transgredido toda barrera espacial y temporal para juntarlos en este lugar, a cada uno de ustedes.

Pero Eva, impaciente, la interrumpió.

-Desembuchá flaca… ¿qué carajo pasa? –dijo.

La mujer sonrió. La miró complaciente y, a la vez que firme y convencida, le contestó:

-Ustedes son ahora la Liga del Pueblo. Los hemos recogido en el postrero final de cada una de sus vidas. Todos los creen muertos, y muertos están. Al menos en determinado plano de la existencia. Pero aquí, y si nos dejan enseñarles como debemos, podrán seguir con su labor. Aquella que ninguno creyó terminada hasta este momento, ¿no es así?

Todos se miraron, entre entusiasmados, sorprendidos y, por supuesto, algo incrédulos.

Pero a la vez intuían, sabían, que desde ese momento nada iba a ser lo mismo.

-Bueno –dijo Eva. Entonces casi la pegué. No seré millones, pero seremos cinco. ¡Viva Perón carajo!.

(Muy pronto, la segunda parte)

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