La Mansión Wayne

Final para este relato de ficción que propone animarse a pensar desde Argentina un mundo distinto.

La Liga del Pueblo (parte 3)

03/08/2021

| Por Bruno Magistris

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curascriticosEl secuestro funcionó. No todos estaban de acuerdo en el método aplicado para financiar las operaciones de la Liga, pero no quedaba otra. Sesenta millones de dólares sirvieron, y mucho, para poder dedicarse de lleno a la misión que se les había impuesto. El tiempo pasó y la cosa fue evolucionando. El inevitable romance entre Eva y Guevara se consumó. Tuvieron un hijo al que llamaron Camilo Domingo Guevara Perón. Mugica los casó y consumó su idilio. El cura fue autor de un libro muy interesante: “Iglesia y Poder”, bajo el seudónimo de Juan Villorio, que tuvo cierta repercusión en los ámbitos culturales. Germán no volvió a escribir: afirmaba que el tiempo de crear ficciones había acabado. Sentía que era tiempo de vivir la aventura que durante tanto tiempo había imaginado y que hoy era tan real como perfecta. Monteagudo adoptó un look beatnik, con boina negra y ropas ajustadas. Al no haber vivido ninguna de las épocas modernas, eligió la que más le gustó, y se quedó con los ’60.

Pero es adelantarnos a la historia.

Con la guita del secuestro, comenzaron la Gran Obra. Primero se hicieron de un canal de noticias: tranqui, de bajo perfil, de cable, pero que con el tiempo se volvería el de más rating en ese género de programación. Muchos se sorprendían al encontrar en la TV un canal de contenido tan radical, de denuncia, de crítica, de ideales y valores muy marcados y fuertes. Si bien la grieta en la sociedad nunca desapareció (ni nunca fue el objetivo de la Liga) había cierto interés en las ideas que en el canal se desarrollaban. Macri nunca los denunció. Incluso creían que ni siquiera los había reconocido, quizás sí a Eva, pero a nadie más. ¿Y qué iba a decir? “Me secuestró Eva Perón”. Si bien en sus canales amigos no solían contradecirlo, todo tenía un límite. Volvió a su hogar magullado, humillado, e intentó sacar de la experiencia el único rédito que alguien pudiere otorgarle: el de la lástima.

Bernardo_de_Monteagudo_4Luego de la TV, fueron por la cultura. Crearon bandas adolescentes para las cuales trabajaban muy detalladamente las letras de las canciones. “Ke-Mas-A!” fue uno de los hits, que parafraseaba a un Jazzy Mel noventoso y convertía su banal canción en un himno a las masas del pueblo.

TV, medios gráficos, medios culturales, trabajo de hormiga que llevó años, pero que de a poco comenzó a dar sus frutos. La sociedad de a poco pensaba cada vez un poquito más, y el pensar siempre genera evolución. El tema era que esa evolución fuese benigna. También militaban en gremios, en organizaciones sociales. Eva y Guevara eran los que más se abstenían de aparecer en público, ya que sus rostros podían ser reconocidos fácilmente. Si bien ambos habían intercambiado apariencias (el Che afeitado y Eva recortado su pelo hasta casi tener un look varonil) el riesgo era grande y no querían correrlo. Mugica predicaba en las villas, en la calle, y fue reuniendo a un importante grupo de seguidores que no solo lo escuchaban, sino que empezaban a amarlo. Monteagudo frecuentaba las reuniones sociales y agitaba con consignas encendidas, bogando por la Revolución y la definitiva destrucción de las cadenas colonialistas.

5ccec039ccb51_324x182Apoyaron candidatos a la presidencia que no siempre triunfaban. Costeaban campañas exhaustivas que solo una vez se concretó en el objetivo principal: llevar a su candidato a la primera magistratura. Durante doce años gobernaron sopesando cuidadosamente los vaivenes de la política, pero pronto el esfuerzo no alcanzó y de nuevo el neoliberalismo volvió a encumbrarse en las sombras de su propia ignominia, y a digitar los destinos de la Patria. Lo que se había construido, se derrumbó otra vez. “Como la Fundación”, pensó Eva. “Otra vez”.

HGO-225-Max-1Cuando Guevara la vio llorar, fue el colmo. Tomó su bandera y reunió un grupo de seguidores con los que llegó a Plaza de Mayo y, entre gritos, comenzaron un disturbio. La gente se fue sumando y de pronto eran decenas, cientos, miles los que gritaban en aquella Plaza que supo siempre (o casi) ser la Plaza de la Rebelión. El Poder nunca se queda cruzado de brazos en esos casos, y tampoco lo hizo allí. La policía (de a caballo, a pie, de uniforme, de civil) comenzó la represión y ahí estalló la verdadera Revolución que Guevara venía relegando desde que esta nueva historia había comenzado. Los primeros gases hicieron aparecer las armas cortas, las metralletas, la táctica, el avance de los soldados, pero no del poder: los del Comandante. Cientos llegaron, a una señal suya, a las adyacencias del tumulto y, ante la sorpresa de los represores, tomaron la Casa Rosada. Pocos olvidarán las palabras que aquel Revolucionario dijo en aquel balcón que supo ser de Perón, y que ahora era de él, de su mujer, y de sus compañeros de lucha. Aunque el precio fue grande: Germán fue baleado en la cabeza mientras arrojaba una bomba a un grupo de milicos de choque. Cuando cayó, Mugica, descontrolado, avanzó junto a un grupo de hombres y a puro golpe y palazo redujeron a los represores. No se arrepintió de manchar sus manos de sangre. Al contrario, lo disfrutó. Monteagudo hizó la bandera con el sol de guerra en el centro, y la jornada fue memorable.

Sabían que era una victoria momentánea. Al terminar el día, desaparecieron. Nadie supo dónde estaban ni cómo habían abandonado el lugar. El gobierno ideó una historia para encubrir su bochorno y minimizó los hechos, pero algo había encendido en la gente que supo mirar. La llama de la Revolución se había encendido y no pocos reconocieron a los artífices principales de aquella tarde inolvidable. La leyenda creció y pronto había panfletos, posters, remeras, infinidad de manifestaciones donde el Che vivía, donde Eva había vuelto.

Ernesto-Che-Guevara21Los años pasaron y el viraje forzoso que estos héroes le dieron a la historia funcionó, y pronto el destino del país fue cambiando, creciendo, honrándose. Atrás quedaron la ignominia, la dominación. La Liga salió a la Luz. Los que no rezaban, lloraban de emoción. Los que no hablaban de milagro, hablaban de magia negra. Lo cierto es que nadie fue indiferente. La fórmula Guevara-Perón arrasó en las urnas. Monteagudo fue jefe de Gabinete, Mugica de Desarrollo Social. La vida del pueblo mejoró notablemente y por encima de sus cabezas, de las nubes, de las constelaciones, una mujer alta y rubia sonreía junto a su pequeño amigo azul, contentos de haber ayudado en algo a la tan postergada emancipación de los Pueblos.

-La Obra está completa – dijo la “amazona”.

No –contestó el hombre. Esto recién empieza. Le señaló a un costado, y allí estaban Mariano Moreno, Manuel Dorrego, Hipólito Bouchard, Juana de Azurduy y José de San Martín.

Este último miró a la mujer y, levantando su recuperado sable, dijo:

-¿En qué podemos ayudar?

 

 

FIN DEL ACTO PRIMERO.

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