La Mansión Wayne

En 1969, Héctor G. Oesterheld y Alberto Breccia le dieron un tinte mucho más político a su remake del clásico El Eternauta.

Otro país

02/11/2021

| Por Bruno Magistris

37 comentarios

fragmento-de-la-legendaria-el___jmL7METc3_720x0__1Cuando leés el Eternauta por primera vez, y sos un pibe que creció en los´80, la primera reacción es la de tener en tus manos algo trascendente, importante, que supo volverse mítico y atravesar las eras enfundado en un cono de grandeza. Conseguí mi primer ejemplar en una comiquería que ya no existe, a un precio irrisorio: tapa dura, apaisada, voluminosa. La historia me fascinó, ambientada en Buenos Aires (algo no tan común para la época), llena de localismos y de idiosincrasias bien nuestras. Con los Manos, los Gurbos, Salvo, Favalli, todo el elenco. Una aventura grandilocuente, que termina mal, por cierto, y que te deja con un sabor amargo pero lleno de cierta cualidad de rebelión eterna que emana de cada acto heroico de estos hombres, comunes, en circunstancias extraordinarias. De pibe, como dije, la vi como una gran aventura, y se me escapaban las otras capas de sentido que la historia, aún en su primer volumen, comenzaba a delinear.

La segunda parte ya empieza a ser otra cosa. Con el endurecimiento del héroe, con la guerra mucho más cruda y marcada, con la crueldad de las decisiones de combate más a flor de piel, con la reminiscencia montonera que Oesterheld hacía trasuntar ya no tan solapadamente, sino al contrario, de forma más que explícita. La tercera parte no merece siquiera una mención, ya que no estuvo a cargo del maestro, y no vale gran cosa.

unnamed-2Pero lo más interesante de todo es que en 1969 el gran Germán decide hacer una reversión de la primera parte, nada más y nada menos que con la colaboración en la faz gráfica de quien quizás haya sido el más grande dibujante mundial: Alberto Breccia. Y en la revista Gente, paradójicamente. Quizás los directivos de la revista no pensaron que una historietita podía ser causa del enojo de las señoras pacatas que no solo tenían que interpretar las manchas de tinta de un Breccia on fire, sino que tenían que soportar el nivel de bajada de línea esta vez tan claramente marcado hacia la izquierda política del autor. Aquí, la invasión a la Tierra es paliada por las grandes potencias imperialistas que transan con los invasores, a los que entregan sus “patios traseros” a cambio de su propia seguridad. América Latina en primer plano. Y la “aventura”, la “hazaña heroica” que podía verse en la versión original, se vuelve algo mucho más denso, más arriesgado, más imposible de lograr, si se quiere. Obviamente, cuando la catarata de quejas y objeciones empezaron a llegar a la editorial, la historieta fue cancelada abruptamente, y en un número tuvieron que cerrar un plot que tenía todavía mucho hilo en en carretel.

¿Qué versión está mejor? ¿La original, o la “combativa”? La primera es perfecta, redonda, con Solano López a un gran nivel. Introducción, nudo, desenlace. Con bajada de línea, sí, pero no tan frontal. La versión brecciana es otra cosa absolutamente. Desde lo visual, es una explosión apabullante: quizás lo más recordado sea aquel dibujo de Juan Salvo con máscara mirando a cámara, con la máscara puesta, sorprendido por algo o alguien agazapado en algún lugar. Desde lo argumental, todo se vuelve casi un panfleto, interesantísimo, sí, pero hecho para otro público, con otro fin.

unnamed-3No sé si se ha dado un caso similar en el mundo, en donde un autor retome una obra ya hecha y consagrada e intente volverla claramente algo mucho más delineado de su pensamiento político. La Argentina de aquellos años era un hervidero sociocultural, desde el ´55 en adelante, sin parar, caótica, una bola de nieve de ideas que se desarrollaban entre balas, muertes, ideales, asesinatos. La historieta (y quizás la cultura en general) era un medio que todavía podía generar que la gente que la leyera pensase por su cuenta, y las dictaduras que se sucedieron en el poder no dejaron de tomar nota al respecto.

Si lo pensamos hoy, resultaría casi increíble que un escritor de historietas fuera considerado tan peligroso como para provocar su secuestro, tortura y eterna desaparición. Aunque su compromiso político ya lo había hecho miembro de Montoneros y tenía ciertas funciones dentro de la organización, lo que incomodaba era su pensamiento político, cada vez más extremo.

unnamed-1Qué tragedia tan grande la de la familia Oesterheld. ¿Qué pensaría Germán en su secuestro, en las horas postreras y casi finales en donde no solo debía hacerle frente a su inminente muerte (y de la peor manera imaginable o inimaginable) sino que también debía lidiar con la gigantesca tristeza (¿y quizás culpa?) por sus hijas desaparecidas y muertas (todas), no verlas más, no ver a sus nietos, no ver a su mujer. ¿Y Elsa? Quizás la que más perdió en toda esta pesadilla. Y los lectores de un escritor tan maravilloso, y la cultura en general.

Cosas de otra época. De cómo uno estaba dispuesto a entregar la vida en pos de un ideal. En cómo, desde el otro lado, no había impedimento alguno en tomar esa vida y destruirla, con tal de que no obstaculizara los intereses que esta gente defendió y defenderá siempre.

eternauta-pc3a1gFormas de ser. De tipos que, teniéndolo todo (en el caso de Oesterheld, fama, buen pasar económico, una familia maravillosa, salud) optaron por el camino más arriesgado sabiendo que el peligro era el máximo posible, que podían perderlo todo y de la peor manera y aún así, decidieron dejar de lado sus comodidades y jugarselá entera por el sueño de un país más justo, equitativo, vivible.

Pero todo terminó mal, como solía pasar en sus propias historias. Como en aquel final del primer Eternauta, en donde la frase “¿Será posible?” cerraba con un interrogante de casi total incredulidad acerca de lo que parecía ser el devenir indetenible de los acontecimientos.

Y fue posible, y el horror llegó y se llevó su vida, y la de miles que intentaron lo mismo que él. Porque el poder estaba cansado de tanta “subversión”, y mostró los dientes de una forma incontestable y final, para arrasar con una idea que nunca llegó a materializarse: la de la patria socialista.

Oesterheld sí logró lo que no pudieron evitar: ser no solo un héroe, sino el héroe eterno. El que siempre vuelve con sus historias, el que lleva su arte hacia un fin no solo de entretenimiento, sino de cambio social real. El eterno, el Eternauta.

Que en paz descanse, donde sea que esté.

Compartir:

Etiquetas: , ,

Dejanos tus comentarios:

37 comentarios