Estamos en Estados Unidos, en 1988, cuando el por entonces cuasi-ignoto Grant Morrison lanza una serie protagonizada por un personaje menos que tercerón, y encima con un dibujante de mediocre para abajo. En una de esas fueron las tapas de Brian Bolland las que hicieron la diferencia, lo cierto es que no fuimos tan pocos los que compramos Animal Man desde el principio… y el resto fue obra del boca a boca. Claramente, esta era la serie a recomendar, y así fuimos avivando gil tras gil, hasta que para cuando el escocés deja esta colección, ya era un hitazo, o por lo menos de culto.
Al redescubrir estas historias, me reconforta ver lo bien que se bancaron el paso de 30 años. El dibujo de Chas Truog sigue siendo bastante insulso, aunque sin pifias demasiado groseras. Es muy fuerte el contraste con las portadas de Bolland, e incluso con los episodios que dibuja Tom Grummett (el nº9, el 14 y la historia de Secret Origins). Pero bueno, eran los ´80, era un título al que DC no le jugaba demasiadas fichas, y de última no sé si estos guiones -con el grado de elaboración que uno percibe- necesitan de un dibujante más espectacular, más virtuoso o de mayor despliegue.
El trabajo de Morrison es realmente impecable. En los primeros cuatro números, presenta de cero a un personaje que nadie tenía en el radar, lo dota de un lindo elenco de secundarios, le da una motivación y le suma otra sobre el final del arco inicial. De paso reintroduce a otro héroe antiquísimo, también en desuso, que era B´wana Beast.
Si todo terminaba ahí, era una excelente miniserie de cuatro episodios. Pero no terminó, y al toque Morrison jugó su as de espadas: The Coyote Gospel, desgarrador tributo a los dibujos animados del Coyote y el Correcaminos, y además el primer escarceo con un elemento que será central en esta serie: los distintos niveles de realidad. Una historia absolutamente impactante, que en su momento me dejó perplejo, boquiabierto, estupefacto.
Después vienen cuatro episodios más básicamente autoconclusivos (uno de ellos bastante enganchado con Invasion!), donde Morrison demuestra una vez más que 22 páginas le recontra-sobran para contar una buena historia, y de paso empieza a hilvanar un par de sub-plots y a integrar a Buddy Baker un poco más al Universo DC, en la época en que este funcionaba como tal.
Enseguida llega otro arco de cuatro episodios que es vanguardia pura. Es algo arriesgado, rupturista, incluso leído hoy, más de 30 años después. Morrison se decide a explorar las sutiles inconsistencias entre su Animal Man y el clásico, aquel oscuro personaje que acumuló poquitas apariciones durante la Silver Age. En el medio pasó la Crisis on Infinite Earths, y el escocés se agarra de eso para analizar a fondo las consecuencias de las reescrituras en la continuidad del Universo DC, algo que ningún otro autor se había animado a hacer en los años posteriores a aquella famosa saga. Por supuesto que, para que todo tenga más impacto, Morrison adorna estas reflexiones con un contexto de aventuras y peligros, pero lo que realmente le interesa es pensar en cómo cambió la forma de escribir a los superhéroes entre los ´60 y la bisagra entre los ´80 y los ´90. Ese aspecto que Morrison había sugerido muy astutamente en “The Coyote Gospel” (el de la existencia de distintos niveles de realidad) empieza a cobrar otra sustancia en este arco, que es genial en sí mismo pero que va a cobrar mucha más relevancia a raíz de lo que va a pasar después.
Pero también hay grandes episodios unitarios, como esa historia durísima ambientada en el peor momento del apartheid en Sudáfrica, o ese episodio 100% de transición, en el que Morrison siembra puntas argumentales que veremos dar sus frutos más adelante. Otro unitario retoma el tema de la lucha a favor de los animales (acá Buddy se reencuentra con un par de excompañeros de los Forgotten Heroes), un número en el que Morrison se propone mostrarnos lo mucho que se desaprovecha el género superheroico cuando se lo reduce a las luchas entre “buenos” y “malos», y otro episodio áspero, incómodo, en el que Buddy debe enfrentar las consecuencias de sus acciones a favor de la liberación de animales en cautiverio que están siendo sometidos a experimentos científicos.
El final de la Era Morrison en Animal Man llega en el nº26 y es un cierre rarísimo, anticlimático, con momentos en los que decís “pará, ¿acá no se venía una mega-crisis cósmica, con caos de continuidad, choque entre distintos niveles de realidad y toda la fanfarria?”. Sí, pero los aliens amarillos (que vendrían a ser algo así como guardianes del meta-relato) desactivan todo de cuajo, gracias a que Buddy Baker aprende a manejar a su favor el hecho de que sabe que es un personaje de comics.
Básicamente, lo que pasa al final es que Morrison blanquea que le chupa un huevo la aventura.
El escocés nos contó estas historias de Animal Man para bajar línea, para reflexionar en voz alta acerca de cómo se trastocó el concepto de los superhéroes desde su infancia hasta 1990, para exorcizar algún mambo suyo, por qué no. Y la forma que elige para explicarle esto a los lectores no puede ser más rupturista. Si alguien hace eso en una película, por ejemplo, la gente le prende fuego a los cines. Y si bien el impacto es fuerte, y si bien uno le cree a Morrison cuando declama su amor por los superhéroes, no se puede soslayar el mensaje que transmite este cierre de Animal Man: Los comics de superhéroes son, en esencia, papelitos de colores. Una acumulación de caprichos de los guionistas, volantazos de los editores, olvidos injustos, contradicciones involuntarias, accidentes –en una palabra- producto de la vorágine de llenar chotocientas páginas por mes para tener siempre alimentado al fanático. Más o menos lo mismo que (en esa misma época) proponía John Byrne en las páginas de She-Hulk, pero con la diferencia (vos sabrás si a favor o en contra) de que Morrison lo aborda desde un costado dramático y Byrne desde la joda.
Este mismo material, con mejores dibujantes, seguramente hoy sería considerado un clásico absoluto, un pico en la narrativa superheroica difícil de superar. Pero tenemos a estos dibujantes: un Truog errático, bastante precario, un Grummett muy correcto, y sobre el final, un numerito a cargo de Paris Cullins, lejos de su mejor nivel. A favor de ellos hay que decir que les tocaron guiones muy difíciles de dibujar.
En general, cuando Grant Morrison deja a un personaje o una serie, no lo vuelve a escribir nunca más. Con Animal Man hizo una excepción en el año 2006, cuando se hizo cargo de todas las secuencias que Buddy coprotagoniza con Starfire, Adam Strange y Lobo en la serie semanal 52.
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