Mundo Morrison

En formato de lujo y a un precio desorbitado, en 1989 Grant Morrison y Dave McKean nos propusieron un viaje a las entrañas de la locura.

Arkham Asylum

19/12/2023

| Por Andrés Accorsi

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En 1989, cuando la bati-manija fruto del estreno de la película de Batman dirigida por Tim Burton escalaba a niveles supraterrenales y los títulos mensuales del murciélago (fogoneados por la reciente muerte de Robin) llegaban a la cima de los rankings de ventas, a DC se le ocurre publicar una novela gráfica en formato comic book, pero en tapa dura, al precio por entonces disparatado de u$ 25, es decir, lo mismo que costaban 25 revistitas comunes de 30 páginas.

Pero claro, la consigna era irresistible: Batman contra el Joker, en versión «para adultos». Si la peli de Burton era oscura, un poquito perturbadora e incluso un toquecito kinky, la novela gráfica le cantaba «quiero retruco» y la convertía en un episodio de los Ositos Cariñosos. La coordinadora del proyecto fue Karen Berger (quien nunca ocultó lo poco que le interesa Batman), y el equipo estuvo integrado por nuestro guionista de cabecera, el maestro británico Dave McKean (que venía de asombrar con su Black Orchid) y el mítico y prolífico letrista Gaspar Saladino. Juntar a Grant Morrison con Dave McKean era una idea brillante: el escocés estaba en pleno estallido y McKean era (junto a Bill Sienkiewicz) el emblema del «estilo pictórico» que para 1989 estaba muy de moda, y parecía ser el vehículo infalible para venderle a los adultos comics de superhéroes.

La novela gráfica (aparecida en Octubre, casi cuatro meses después del estreno de la película en EEUU) está teñida de mitos y leyendas: el famoso cheque por royalties que se llevaron los autores, las protestas de los fans y comerciantes por el precio de tapa, la intervención editorial de DC para bajarle el tono a las insinuaciones sexuales que lanzaba el Joker (originalmente disfrazado de mujer, con un atuendo que podría haber usado Madonna en alguno de sus videoclips más provocativos), el vano intento de «meter en continuidad» los sucesos que narra la graphic novel al conectar el bolonki en Arkham con lo que sucedía en la miniserie Invasion!… Todo eso (y obviamente la chapa de los autores) le dio al proyecto una pátina de importancia, un protagonismo… que después hay que sostener 90 minutos en la cancha.

El problema que tiene Arkham Asylum es que no hay un verdadero encuentro entre Morrison y McKean. El guion y el dibujo nunca comulgan, nunca se amalgaman. Es como si saliera Led Zeppelin a tocar Whole Lotta Love y adelante aparecieran Barishnikov y Julio Bocca bailando El Lago de los Cisnes. Son todos genios, pero nos quieren transmitir cosas muy distintas, que no se ensamblan. Hay alguna que otra secuencia en la que Morrison afloja con los textos y McKean pone su arte al servicio de la narrativa, pero son muy pocas. En general, a lo largo de las 100 páginas y piquito que dura la historieta, tenemos unos textos tremendos de Morrison (una prosa evocativa, de alto vuelo, diálogos perturbadores, una verdadera y muy bella incursión en el mundo de la locura) y unas viñetas de McKean de un nivel indescriptible, que podrían recortarse y exhibirse en cualquier museo como si fueran cuadros. Pero falta lo que Thierry Groensteen llama «solidaridad icónica», son dos capos armados hasta los dientes detonando arsenales enteros de talento, sin lograr esa conexión, esa simbiosis que McKean sí lograba con Neil Gaiman, por ejemplo.

Entonces te perdés: te colgás con la prosa intrincada del guionista y te olvidás un toque de los dibujos (y de Batman, y de esos villanos a los que buena parte del público no conocía y Morrison jamás presenta); o al revés: alucinás con esas imágenes pesadillescas, que combinan decenas de técnicas pictóricas una más zarpada que la otra, y te desconectás de la trama, y medio que ya no importa qué carajo está pasando, quiénes son los personajes y cómo se va a resolver el conflicto. Y ese es el punto más flojo de Arkham Asylum: terminado el festival de la locura, la violencia y las insinuaciones sexuales, hay que resolver el conflicto y tiene que ganar la cordura (o algo así). Y Morrison lo resuelve medio así nomás, con la hoy clásica sugerencia de que por ahí Batman también está para el loquero y en una de esas el mundo «cuerdo» no está muy lejos de los niveles de demencia que vimos puertas adentro del Asylum.

En definitiva, como aventura de Batman, Arkham Asylum es chota. Como exploitation de la película de Burton tampoco funciona, porque estéticamente no tiene nada que ver. Como upgrade de la pica entre el Joker y Batman tampoco, porque nunca la pudieron encajar en la continuidad. No presenta nuevos villanos, no establece un canon acerca de qué es y cómo funciona el Asylum (porque el que decidía esas cosas era Denny O´Neil, que nunca fue fan de esta historia) y no avanza ningún plot planteado por otros guionistas. Es un comic que sirve, básicamente, para flashear. Para leer a un Morrison más retorcido y más ambicioso que en sus típicos trabajos para el mainstream superheroico y para babear con esas ilustraciones de McKean que están más allá de toda exégesis. Y sirve también para el adulto que se quiere comprar un comic de Batman y el Joker sin sentir que está comprando una pelotudez para nenes de 10 años, que dura 15 minutos, está impresa en un papel de cuarta y se tira a la basura cuando la terminás de leer.

Arkham Asylum se queda en el recorrido tumultuoso y pretencioso por la galería de los criminales más trastornados de Gotham, vistos como nunca antes y nunca después. Es impactante, es estremecedor, por momentos es hasta poético y alcanza cotas de belleza poco habituales para los comics de Batman, tanto en la prosa como en las ilustraciones. Pero, paradójicamente, nada de eso le alcanza para ser una buena historieta, o por lo menos una historieta que se lea de manera fluida, ágil, con cierta consistencia entre texto e imagen.

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