Odiar al mundo y sus alrededores, matar a padres/ tutores/ encargados incapaces de comprender nada de la vida, vociferar a los cuatro vientos sobre el sinsentido de las institución educativa, aborrecer de políticos y empresarios que se llenan los bolsillos a costa de nuestra miseria, destruir un sistema mediático propagador de mentiras, abandonar todo y empezar de cero… ir de frente, en definitiva, contra una sociedad dedicada a la represión sistemática de sueños y libertades. Quien no haya manifestado en su juventud al menos una de estas sensaciones, puede tener a bien abandonar la lectura de este texto (y de paso, pincharse el dedo, a ver si tiene sangre en el cuerpo). Porque de lo que vamos a hablar a continuación es de un comic que sabe condensar en sus 56 páginas toda la frustración, la rabia, la locura y el deseo irrefrenable por acabar con todo de dos jóvenes adolescentes de Londres, pero que bien podrían ser de cualquier lugar y época de la historia. Sus creadores son Grant Morrison (claro) y Philip Bond, y su título es tan directo y provocador como cada una de las páginas que le siguen: Matá a tu novio.
Huele a espíritu adolescente
Micros de doble piso, barrios de casas bajas, viejos con monóculo y Margaret Thatcher: estamos en Inglaterra a fines de la década del ‘80, y allí está también la protagonista de nuestra historia, una adolescente cansada de la escuela, de sus compañeros, de que sus padres hurguen en el cajón de su ropa interior para ver cuán provocativas son sus bombachas, de los analistas que pregonan la falta de respeto de la juventud hacia sus mayores. Pero cansada, sobre todo, de su novio, un nerd presumido de su intelecto y su superioridad sobre los demás, que alega quedarse encerrado el fin de sema para estudiar cuando, en verdad, lo único que hace es tocarse a escondidas. En el momento exacto en que la chica está por mandar todo a la mierda, aparece un muchacho vecino del barrio, que entre charla y tragos de vodka le propone un nuevo esquema para su vida, o mejor aún, identificar cada uno de los esquemas posibles y destruirlos por completo: “Vos estás aburrida. La única forma de dejar de estarlo es hacer algo interesante o criminal. Que en estos días viene a ser lo mismo”. Y ahí nomás salen a la calle, a romper autos especiales para discapacitados, a tirar piedras a las ventanas de las casas, hasta llegar, sobre el final de la noche, a lo del título. Ella toca la puerta de la casa de su novio, y su compañero, sin apenas mediar palabra, lo liquida a balazos. Tranquilos, no hay spoiler, la aventura recién acaba de comenzar. A partir de ese momento los jóvenes empiezan un raid que los llevará a desenmascarar la hipocresía de la “gente de bien” londinense, a subirse al autobús de un grupo artístico que piensa a la violencia como una forma de arte, y a un final estremecedor en Blackpool, una típica ciudad de veraneo y esparcimiento sobre las costas del Mar de Irlanda.
Kill your boyfriend se publicó por primera vez en 1995 bajo el sello Vertigo, en la efímera colección Vertigo Voices. Podría resumirse como la clásica historia de amor de jóvenes en fuga alla Bonnie & Clyde, pero contada al estilo Morrison, con varios momentos, frases y detalles que la conectan con el resto de su obra. Según cuenta el guionista en el posfacio a la edición de 1998, en su esencia la historia es una actualización del mito de Dionisio, en la que el joven toma el papel del dios intoxicado, mientras que la chica pasa a ser su ménade, una seguidora que sucumbe al frenesí de locura y excesos propuesto por él. Pero, por supuesto, hay más: la influencia de los ídolos jóvenes con finales trágicos, enunciados 100% “morrisonianos” (“Te agarran cuando sos pequeño y vulnerable, y te quitan todas tus partes humanas, pedacito por pedacito, hasta volverte un juguete a cuerda. Giran la llave y lo hacen funcionar. Y el juguete va a la Universidad, consigue un trabajo, se instala junto a alguien agradable…”), y una conexión, por momentos bastante evidente, con personajes y aspectos de The Invisibles, que el escocés también escribía por esa época. Hay, además, una bajada de línea explícita contra el mundo del arte y su intento de utilizar banderas políticas surgidas de las clases populares solo como fachada para conseguir beneficios económicos y exposición mediática. El tono y la ambientación denotan el corazón punk de la historia, a tal punto que el germen de la historia es la letra de una canción escrita por Morrison, musicalizada luego por la banda Bis (la pueden escuchar aquí: https://youtu.be/xqXqsTStYUo). Pero más allá de este clima, la obra resuena por la universalidad de sus temas: no es gratuito que los protagonistas carezcan de nombre (“chico” y “chica”, no importa el tiempo y lugar) y que ella, la voz de avance de la historia, cada tanto le hable directamente al lector, contándole detalles generales y haciéndose cargo de una estructura general del relato que, con sus variantes, ya hemos visto unas cuantas veces.
Pero otro aspecto que hace única a Kill your boyfriend es el dibujo de Philip Bond, en perfecta conjunción con las tintas de D’Israeli y el color de Daniel Vozzo. Los lectores de Vertigo de los ’90 sabemos toda la magia que nos pueden brindar estos artistas, y en este caso sobresale, por supuesto, el trabajo de Bond, con toda su capacidad expresiva, con ese equilibrio milimétrico entre la claridad narrativa y la línea más deforme, más caricaturesca, y con el espíritu contestatario que recuerda a sus trabajos junto a Alan Martin y Jamie Hewlett. Imposible imaginar este comic sin la solidez y la potencia de su trazo.
Muerte al macho
Veinticinco años después de su publicación original, Kill your boyfriend sigue generando nuevas lecturas. En una entrevista con Newsarama, Morrison reivindica las decisiones y el ascenso de la protagonista por sobre su compañero: “ella realmente se desarrolla por sobre él, y se vuelve una amenaza a la sociedad más genuina y más empoderada”. Hoy sabemos que las mujeres ya no necesitan de un héroe/ anti-héroe para despertar el espíritu rebelde que le mueva el piso a un statu quo opresor y machista; y las actuales heroínas nos demuestran que el “girl power” es la mejor arma para combatir las injusticias.
Y aun después de estos veinticinco años y de haber pasado -hace rato ya, en mi caso- la adolescencia, esa voz inconformista con la que habla (y grita) este comic aun encuentra eco en mi sensibilidad de lector. En algún momento de la historia se habla de un impuesto a la realidad y de volvernos todos personajes de ficción para encontrar un escape: si esto ocurriera, no me molestaría en absoluto compartir un viaje enfebrecido junto a estos dos delincuentes, y más aún, si es con un guía para el camino como el genio de Grant Morrison.
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