Este mes nos embarcamos en un viaje por tres maneras distintas de pensar el futuro.
¿Sueñan los androides con vírgenes eléctricas?
El pasado Agosto tuvimos, como cada año, la peregrinación a Rosario para disfrutar de uno de los momentos más importantes del calendario comiquero: la Crack Bang Boom. Y como suele suceder luego de un evento así, uno de los momentos más lindos es ese en el que al fin te podés sentar a leer todos los libros y fanzines que te trajiste. Yo tuve la suerte de volverme con unas cuantas joyas bajo el brazo, entre ellas una de las novedades de editorial Deriva: La virgen de los mil amperios de Berliac.
El libro reúne sus trabajos publicados entre 2022 y 2025 en la revista japonesa Avalon y podríamos pensarlo bajo la luz de la pregunta que el propio autor le retruca a Philip K. Dick: “¿A quién le rezan los androides?”. Con esto quiero decir que, lo que al principio parece solo una recopilación, pronto se revela como el tapiz de un mundo futuro bastante complejo, donde las creencias y los vínculos parecen ser lo único que nos queda.
En ese futuro posible, el campo y la ciudad encarnan dos modos distintos de lidiar con la devastación. Mientras en el campo los sobrevivientes de una guerra civil se aferran a la devoción de una virgen que llora sangre -un culto que combina la imaginería católica con prácticas mágicas y santería-, en la ciudad lo cotidiano se organiza alrededor del mestizaje entre humanos y androides, con avances tecnológicos que permiten la modificación corporal, la expansión de los sentidos o la confusión entre cuerpos orgánicos y cibernéticos. Ese contraste no es simplemente geográfico: habla de cómo se reconstruyen los sentidos de comunidad después de la catástrofe. Por un lado, lo religioso como refugio frente al horror; por otro, la hibridación tecnológica como horizonte inevitable. Berliac no presenta estas realidades como opuestas, sino como dos expresiones distintas del mismo impulso humano de crear vínculos y dotar de significado a lo incierto.
En lo visual, encontramos la experimentación habitual del autor. Algunos capítulos fueron trabajados sobre fotos impresas, lo que suma textura a un estilo deliberadamente sucio y cargado, apoyado en claroscuros que densifican la página. Persiste la influencia del gekiga en la expresividad de los rostros y en la economía del trazo, pero aparece una estética que me recuerda al anime sci-fi de los ´80 y ´90, con arquitecturas saturadas y atmósferas densas de humo y cables.
En fin, La virgen de los mil amperios imagina un futuro donde lo sagrado y lo artificial conviven hasta volverse inseparables. Y tal vez la respuesta a la pregunta de Dick esté ahí y los androides le rezan a los mismos santos que nosotros.
Un recuerdo para salvarnos a todos
La lectura del libro anterior me llevó, salvando las distancias, a otra obra que quería comentar hace tiempo: Precious Metal, de Darcy Van Poelgeest e Ian Bertram. Una precuela de la ganadora del Eisner, Little Bird, ambientada 35 años antes de aquella historia de iniciación en un futuro distópico.
Si bien no es necesario haber leído ese libro primero, vale recordar que la misma seguía a un grupo de rebeldes en su cruzada contra el régimen teocrático del Imperio Estadounidense. En este nuevo relato, el protagonista es Max Weaver, un cazador de “mods” que ha sido contratado para atrapar a un niño con esas características, es decir, un humano modificado genéticamente; pero pronto se encuentra con que su misión es mucho más complicada: al niño lo buscan varias organizaciones, a la vez que puede ser la llave para recuperar sus recuerdos perdidos, puesto que posee un poder especial que se irá develando con el correr de la historia.
Como dije, esta historia también explora el papel de la fe en un mundo arrasado, con la diferencia sustancial de que en el caso de Precious Metal la religión no es tanto un consuelo para el pueblo como es la mayor arma de control para un gobierno absolutista y despiadado. Sin embargo, el viaje que Max hace para recuperar sus recuerdos y entender la propia historia es el verdadero leitmotiv del relato equiparando lo sagrado con la construcción de la identidad.
Sin dudas, esta es una obra compleja, pensada desde su forma como una lectura desafiante que requiere de un lector activo. El apartado gráfico se encarga de transmitirnos esa sensación sofocante y de desconcierto tanto como de explicarnos el mundo poco a poco. Leyendo este comic te sentís tan perdido como su protagonista, en busca de pequeños indicios de su pasado y de lo que, en efecto, está sucediendo. Además, el color de Matt Hollingsworth y sus texturas transmiten a la perfección la extraña composición del mundo que Max habita.
Este nuevo viaje al mundo de Little Bird es, para mí, igual de grandioso y desafiante, sino más. El trío de artistas eleva la apuesta y se superan a sí mismos para dejar a sus lectores completamente atrapados en sus páginas.
El precio de una fe obediente
Ahora bien, si vamos a hablar de futuros oscuros y mundos cínicos, me van a disculpar, pero voy a tener que hablar de otra obra de Rick Remender que me fascina y que va muy bien con el tono de los espacios que venimos explorando. Y es que The Sacrificers es una de esas historietas que parten de una premisa sencilla para desplegar una reflexión mucho más amplia sobre el mundo que habitamos.
La obra nos sitúa en un mundo gobernado por dioses caprichosos que exigen ofrendas humanas para sostener el orden. Cada familia debe entregar a uno de sus hijos como sacrificio, lo que convierte a la infancia en una moneda de cambio y al ritual en un mecanismo de control social, aunque, claro, es planteado como un pequeño precio a pagar a cambio de que todo vaya bien. A partir de esta premisa, Remender se sirve de unos protagonistas bastantes curiosos (un hijo que debe dar su vida por una familia que nunca le mostró amor y una hija privilegiada que quiere destruirlo todo) para explorar la tensión entre obediencia y rebelión, tradición y ruptura, y preguntarse qué significa realmente sobrevivir en un sistema que impone el sacrificio como norma.
En el aspecto visual, nuestro compatriota Max Fiumara despliega un trazo expresivo con personajes de anatomías elásticas y rostros cargados de dramatismo. Su estilo combina lo grotesco con lo lírico: criaturas divinas de formas desmesuradas conviven con figuras humanas frágiles y vulnerables. Los colores de Dave McCaig acentúan esta dualidad, alternan entre tonos apagados que sugieren opresión y estallidos vibrantes que marcan lo divino o lo violento. El resultado es una estética que traduce en imágenes la tensión de la historia: lo bello y lo terrible se funden, y la religiosidad se muestra tanto como fuente de esperanza como de horror.
En conclusión, The Sacrificers se erige como una alegoría poderosa sobre el peso de las estructuras de poder si las naturalizamos y no las cuestionamos. Remender combina la crítica social con la épica fantástica y lo hace con una voz clara, aunque, como con la mayoría de sus narraciones, hay que darle tiempo a la historia para comprender en dónde nos estamos metiendo. No obstante es, sin ninguna duda, otro giro interesante a este cruce entre creencias y futuros posibles por los que estuvimos navegando.