Por ahí leía unos comentarios de gente que sigue a la Comiqueando Online y que decía algo así como “ahora que está la sección Es un Genio!, se desdibuja un poco la consigna de la sección Papa Fina…”
Es así, mis amigos, y es absolutamente intencional.
Durante esta temporada, y mientras siga existiendo Es un Genio!, Papa Fina deja de ser la sección en la que la Papa (o sea, yo) repasa con ojo crítico los últimos comics que estuvo leyendo y se convierte en una sección cuyo contenido está regido por un criterio lírico-genital. O sea, escribo sobre lo que se me cantan las bolas.
La vez pasada fue La Historieta Perfecta, la próxima pueden ser intimidades y chimentos del mundillo del comic, otro día por ahí volvemos a las reseñas y un día –quién te dice- me cuelgo hablando de futbol, de minas o de por qué el rock de ahora es vomitivo y el de los ’80 era maravilloso.
«¿Por qué amo a la Historieta?», de Delcourt
Hay un libro muy lindo (que no tengo y que agradeceré infinitamente a quien me lo quiera regalar) que se llama ¿Pour Quoi J’Aime la Bande Dessinée?, o sea, ¿Por qué amo a la Historieta?. Lo publicó Delcourt en 2006, con motivo del 20° aniversario de la editorial y a lo largo de sus 120 páginas responden la pregunta del millón nada menos que 100 autores, entre ellos varios astros del mercado franco-belga (Caza, Sfar, Dionnet, Morvan, Corbeyran…) y un par de invitados yankis: Mike Mignola y Todd McFarlane. Algunos mandaron textos con algún dibujito, otros historietas completas y cada uno trató como pudo de explicar esta pasión que –como casi todas las pasiones- no tiene explicación.
¿Y vos? ¿Sabés por qué amás la Historieta? ¿Alguna vez pensaste qué cosas te llevaron a ser comiquero y no numismático, filatelista, presidente del Club de Fans de Wanda Nara, o miembro de Los Borrachos del Tablón?
Para empezar, habría que ver cuántos se hacen cargo de ser “comiqueros”. O sea, definir a quién le cabe el término y a quién no. El que lee todos los días los chistes de La Nación y una vez por año se compra el librito de Macanudo, o –Dios nos libre- de Gaturro ¿es comiquero?. El que compra la Fierro una vez por mes y no consume otras historietas, ¿es comiquero?. No, porque no hay pasión. Hay disfrute, hay un cierto grado de entusiasmo, pero no hay pasión.
Se me dirá “¿Qué hay en el mundo menos apasionante que un numismático?”. Responderé que yo los vi con mis propios ojos, cagados de frío en el Parque Rivadavia un domingo a las nueve de la matina, acechándose los unos a los otros en busca de esa fuckin’ moneda de Bélgica sin la cual la vida (su vida) no tiene sentido. Y créanme que para estar parado un domingo de invierno a las nueve de la matina en el Parque Rivadavia hay que sentir una pasión que te quema las vísceras, digna de una telenovela brazuca.
Para aspirar a la palabra mágica, la que te da acceso al grupo “de pertenencia”, es fundamental la pasión, el entusiasmo desmedido, esa sensación de “ma sí, dejo TODO por el comic”.
«Si saco la cama y duermo en una silla, ¿me entrará otra repisita?»
Si no, no sos comiquero. Lo mismo se aplica a los otakus, nuestros primos filo-nipones, con la salvedad de que en Japón la palabra “otaku” se usa en forma despectiva, para discriminar a los geeks patéticos que no tienen vida por afuera del manga y el animé. Acá escuchamos a los pibes decir “No, tal chabón es un otaku grossísimo” y entendemos que lo están elogiando. En Japón, en cambio, cuanto más otaku sos, más te asemejás a una especie de subnormal invertebrado. Es un microclima tan excesivo que la pasión le gana a la vida… como pasa acá con el futbol, bengala más, puñalada menos.
Pero seguimos sin saber por qué mierda nos picó ESTE bicho y no otro. Mi abuelo Beto tenía una colección ZARPADA de partituras de tango, con primeras ediciones de tangos grossos, autografiadas por los músicos más capos, discos de 78, instrumentos del año del orto… toda la bola. Y asi, casi de keruza, sin darle demasiada pelota, coleccionaba también estampillas y monedas. O sea, en mi entorno familiar estaba bien visto cebarse mal con algo, ser fan A MUERTE de ese algo y coleccionarlo hasta que las paredes que nos rodean digan “Pará, flaco, no doy más”. Pero, ¿por qué elegí las historietas? ¿No era más fácil carroñar a mi abuelo y coleccionar cosas de tango? ¿O cartonearlo a mi viejo, que colecciona discos de jazz y clásicos del cine yanki?
Pero no: el jazz y el tango no tenían dibujos, y a mí me fascinaban los dibujos. Miraba todos los que podía en la tele en blanco y negro, o en el cine Los Angeles, o en el Real. Y cuando yo era chico, casi todos los personajes de los dibujos animados tenían sus historietas, que
1) se conseguían fácilmente en cualquier kiosco
2) no duraban ocho minutos (como los cortos animados) sino todo lo que yo quisiera hacerlas durar
y 3) eran A COLOR!
Contaban historias, como los libritos de cuentos que me traía mi abuela y yo tiraba a la mierda sin importarme que los escribiera Oesterheld, pero acá había algo más: no sólo leías la historia, también leías la imagen.
Horas revolviendo para encontrar «esa» joyita
Y muchas veces una cosa no se entendía sin la otra! O sea, no sólo te cebaba más porque aparecían los personajes de la tele, sino que además te EXIGIA MAS! Y no estoy hablando sólo de los comics de Barks, o de Oswal, o de cualquiera de esos hiper-capos que hicieron grande a la historieta infantil… Hasta la historieta más obvia, insulsa y verdulera tenía ese atractivo extra del leguaje corporal y gestual de los personajes que DECIA COSAS, de las onomatopeyas, las formas de los globitos y esos simbolismos limados (como la bombita de luz en la cabeza del Oso Yogui) que también DECIAN COSAS que el texto, el diálogo, lo que me leían mi vieja y mis tías, NO decían!
Creo que ahí está la génesis. Si te gusta descifrar ese código semi-oculto, si te seduce esa posibilidad de leer varias veces algo y encontrarle nuevas puntas, si te copa el desafío de tener que prestarle atención simultáneamente a dos cosas (texto e imagen) que a veces van de la mano y a veces a las patadas… te va a picar el bicho del comic y lo vas a amar para siempre.
Y si encima en la adolescencia descubrís que hay tipos grandes, serios, inteligentes, que fueron a la universidad y que se dedican a escribir sobre comics, y a pelar textos que exponen y destripan la inmensa complejidad de esos dibujitos aparentemente sencillos y de la industria que gira en torno a ellos… ahí estás perdido. Vas a querer más SIEMPRE.
Vas a dar vuelta la internet 16 veces en busca de toda la data, vas a asistir a eventos en ciudades devastadas por bombas atómicas con tal de conocer a los autores, vas a bajarte comics hasta llenar bulks enteros de DVDs, vas a renegar de los deportes (aunque no necesariamente de las salidas con amigos y amigas) como si fueran cancerígenos, vas a gastar en el vicio el equivalente al presupuesto anual de varias provincias… y un día, cuando duermas en el piso rodeado de cajas con comics y de estantes que cada día se parecen más una letra U, seguramente te vas a preguntar ¿por qué CARAJO amo a la Historieta?
Seguramente la respuesta te va a hacer MUY feliz.
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