Nuevo martes, nuevo mes, nuevo puñado de reseñas de historietas de ayer y hoy que vale la pena leer.
Empiezo con una “de ayer” que además viene “de afuera”: la miniserie Sachs & Violens, originalmente publicada en la colección Heavy Hitters del sello Epic (el Vertigo de Marvel Comics, aunque empezó antes) durante los años 1993 y ´94, cuatro numeritos cargados de sexo y violencia, pun intended, de la mano de Peter David y George Pérez, una dupla perfecta porque obran un milagro: convertir un comic escabroso en una obra de arte. La cosa viene así: Juanita Sachs es una modelo de fotos pornográficas y Ernie Schultz es su fotógrafo, veterano de Vietnam apodado, adivinaron, Violens. Una amiga de Juanita, también modelo porno, es asesinada durante el rodaje de un snuff (películas que registran asesinatos “reales”, que en realidad suelen ser ficcionados, pero bueno, no es el punto de discusión de esta nota), lo cual lleva a que, en paralelo primero y luego juntos, Sachs y Violens salgan a buscar respuestas a la vez que matan a todos los que están contra ellos. David elige contar una historia densa con personajes malhablados y marginales (más que buenos contra malos, es un malos contra peores), pero no es burdo: no hay exceso más allá de mostrar un par de tetas y algunos litros de sangre, y nada es gratuito como ocurría en los comics publicados en esos años. Peter, que decidió laburar esta mini con el “método Marvel”, se encarga de dotar el desarrollo con capas y capas de problemas, algo que en cierta forma le juega en contra: el último número parece bastante colgado en relación a lo que se cuenta antes. En el medio involucra una secta filo satánica que secuestra nenes para prostituir… (si, acabo de decir que el gordo es un medido pero mete pedofilia). Un poco se empastan las cosas, me da la sensación que les costó encontrarle un punto final a una historia que solamente sabía escalar en cuanto a bardo, y alejarse de la posibilidad de un final feliz o redentor. De golpe hay un cuarto número que parece funcionar como “otra aventura más de Sachs y Violens”, como si fuera una dupla superheroica, sin embargo esto no le resta genialidad. Como si fuera poco, todo esto lo dibuja George Pérez con las recontra pilas puestas y lo interesante es que el dibujo es muy coherente. Pese a tener distintos entintadores y coloristas, al genio no lo tapa nadie y pone su maestría y sus mujeres sensuales al servicio de la mala leche. Si en Future Imperfect, el binomio David/ Pérez la rompió, acá se consagra definitivamente.

Bajamos al Mercosur para lo que resta. Como varios antes que yo, caí rendido ante los pies de Santa Sombra (2022, Barro) de Paula Boffo (artistx antes conocidx como Sukermercado), una versión expandida y corregida del fanzine “La sombra del altiplano”, publicado en 2018 por la misma editorial). Aquellas 40 páginas iniciales se convirtieron en un tormentoso recorrido de 200. Pocas historietas manejan, además de una intensidad constante, un respeto absoluto por los temas que tocan. Paula Boffo usa la triste y real idea del secuestro de mujeres con respeto y altura, es un móvil para que Juana, el personaje principal, actúe. Pero no es un elemento pensado para generar un golpe bajo, no se queda sólo con eso. Lo más interesante que tiene Santa Sombra es la cantidad de matices y capas que presenta, lo cual explica la brutal extensión que hay entre el prozine original y el libro terminado. No sólo porque ahora se encarga de darle (todavía más) sentido a lo narrado, sino que tridimensionaliza (con perdón de la palabra) a Juana en maneras colosales. De golpe, esa colla violenta que posee dos machetes “encantados” que vimos en La Sombra… pasa a ser una chica víctima del bullying escolar que además no es comprendida en el seno de su familia, representada en una matriarca que de tan arraigada a sus costumbres, maltrata a Juana por cometer el simple pecado de estar más en la luna que conectada con sus raíces. Esa precariedad es sostenida por Marisol, su hermana mayor que intercede en los momentos más drásticos. Sí, la historia comienza con un típico relato de angst preadolescente que, de un capítulo a otro, se convierte en una búsqueda en todo sentido, y que, sobre el final, termina resignificando esa búsqueda identitaria con la que inicia el relato.
Muchas son las maravillas que hacen a este guion sólido, ¿pero el dibujo? Propongo el ejercicio de agarrar La Sombra del Altiplano y comparar las páginas que aparecen ahí con las que figuran en Santa Sombra, completamente redibujadas, más allá de algunas viñetas que son idénticas. Por un lado, se va notar un salto cualitativo más que importante: facciones menos adustas y más limpias, ciertamente más simplificadas (dicho esto para bien). Pero la acción sigue igual de impecable. No solo tiene una influencia clara del manga shonen de peleas por la agilidad y la forma de pensar las páginas, aunque los grados de hiperviolencia y de “splatter” presente también dialogan con la forma de pensar la violencia gráfica gente como Paul Gulacy o Goseki Kojima, sino que también hay una onda noir impecable con el claroscuro, algo emparentada con Sin City (que a su vez le debe demasiado -si no todo- a nuestros valores locales Alberto Breccia y José Muñóz) en la forma de trabajar los entramados y las masas negras que generan el clima opresivo propio de esta obra. Es notorio cómo las expresiones de los personajes también ayudan con el armado climático, la sensación de vacío constante y de pesimismo flota sobre todos, lo que hace que la carga emotiva al momento de la lectura sea fuerte, y más aún con el desenlace. Por afano, EL comic del 2022 es éste.

Y de Argentina me voy a Chile con 1899 (2011) de Francisco Ortega y Nelson Dániel. Aquellos que escuchan el podcast de Comiqueando (y de paso leen esto), recordarán que en el episodio de Febrero Andrés recomendó la secuela. Toda su explicación (de ese libro y de este que estoy por reseñar) me cebó tanto que me obligó a pedirle prestado su ejemplar para ver de qué se trataba esta ucronía sci-fi trasandina. Por suerte no fue verso lo que se dijo al respecto de 1899: es buenísimo y cebador. Ortega, el guionista, nos muestra cómo los chilenos conquistaron la metahulla (el vibranium sudamericano, je) que les sirvió para ganar una guerra contra Perú, y las consecuencias en todo sentido, no sólo de la victoria sino del potencial que otorga este extraño mineral y cómo los ayuda para conquistar con celeridad el progreso tecnológico. Esta idea inicial y su desarrollo (sin meterme en la conclusión para curarnos del pavoroso drama del spoiler) es buenísima, digna de la época gloriosa de Metal Hurlant/Heavy Metal, cuando el futuro parecía más iluminado y futurista que el actual; aunque Francisco hace una de más y se le ocurre poner el volúmen en 11 (gracias Spinal Tap) a la cuestión de “género” y de golpe se habla de líneas temporales paralelas, ocultismo y sectas (la presencia de la Logia Lautaro es crucial, por otro lado), que entorpecen un poco el segundo y tercer acto del guion… un poco el mismo pecado que comete Peter David en el cómic que reseñé antes.
La diferencia es que Ortega y Dániel no iban a terminar la historia acá, sino que es el puntapié para una trilogía historietística. Se presentan diversos problemas y protagonistas que están explicados en un glosario (gran idea) al final del libro. Las puntas para comenzar son muchas, así que espero/imagino/supongo que las respuestas a todo estarán en los libros que me faltan leer. Más allá de lo “bueno y lo malo” del comic, Nelson dibuja con ganas, le pone inventiva steampunk al diseño de naves, robots, y estructuras retrofuturistas, con un gran apoyo de edición digital para resaltar tramas que agregan profundidad a su estilo adusto y correcto. Jodido de conseguir si no tenés un amigo o pariente cruzando la cordillera, pero vale la pena intentar leerlo. A ver si puedo decir lo mismo con su secuela ni bien pueda hacerme con un ejemplar.
Dicho todo esto, nos vemos el mes próximo.

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