Tengo que confesarles algo. Cambié a último momento dos de los títulos por las nominaciones de los Oscar. Me alegró muchísimo ver dos películas basadas en novelas gráficas que no son de superhéroes. Es decir, pensar en que hay vida más allá de las capas y de un género, que si bien me encanta, no es todo lo que el comic tiene para ofrecer. Volviendo a las películas, ver las adaptaciones de Robot Dreams y Nimona me puso la piel de gallina, sobre todo porque fueron libros que disfruté muchísimo en su momento y me abrieron las puertas a artistas que tienen una producción muy interesante.
Donde coexisten la ciencia y la fantasía
Nimona nació como un webcomic en el tumblr de Noelle D. Stevenson. A pesar de que fue pensada originalmente como un ejercicio de personajes, la calidad de la obra ganó un gran número de adeptos y eventualmente llamó la atención de grandes editoriales, lo que llevó a Stevenson a vender los derechos a Harper Collins. En el 2015 los fanáticos de Nimona y el gran público al fin pudieron comprar sus ejemplares en papel de la novela gráfica.
Es curioso pensar que hay mucho que cambia entre la edición mexicana, a cargo de Océano, y la española, de la mano de Astiberri. Más allá de los formatos, hay diferencias la traducción de los nombres y varias expresiones hacen ruido en ambas.
Al principio, Nimona es una sucesión de secuencias de acción y gags de humor ácido. La historia transcurre en un futuro donde aún hay lugar para la magia, los caballeros y las aventuras de capa y espada. Aun así, lo más interesante es la interacción entre Nimona y un caballero devenido en villano, Ballister. Hay un choque entre la mirada que tienen ambos respecto a enfrentarse al status quo. El ex caballero tiene un código de honor muy recto que lo aleja de la violencia y ser impulsivo. Nimona es todo lo contrario. Cuestiona la falta de estímulo y acción de su “mentor” en situaciones que son cómicas al principio y eventualmente van en un crescendo dramático con grises y conspiraciones inevitables. Por el otro, mientras se devela el pasado de los personajes, la novela gráfica se va alejando del tono cómico para adentrarse en una narrativa mucho más seria e incluso violenta. Hay momentos muy dramáticos como la caída de Ballister, la traición de su amigo más íntimo, Ambrosius, mientras que Nimona no quiere hablar de su pasado traumático – cosa que se refleja en su forma de ser-. En medio de todo, Stevenson deja entrever una historia de amor entre los amigos que no llegó a desarrollarse del todo y solo dejó heridas y frustraciones. En lo que considero una movida narrativa magistral, Stevenson hace que sea aún más dramática al dejarla en segundo plano cuando la historia llega a ese tercer acto violento y brutal donde la furia de Nimona se desencadena.
El debut de Stevenson le valió un lugar en la historieta actual, un premio Eisner en el 2016 y le abrió puertas para el mundo de la animación. Una obra hermosa, cargada de fuerza narrativa y muchísima imaginación.
¿Sueñan los perros con androides oxidados?
Cuando artistas de otras áreas se animan al comic pueden surgir cosas muy interesantes, o lamentablemente horribles y olvidables. En el caso de la ilustradora y escritora de cuentos infantiles, Sara Varon, fue lo primero. En el 2016 sorprendió con Robot Dreams, una novela gráfica sin diálogos que, entre gags y situaciones agridulces, ahonda en temas profundos como la pérdida de la amistad, la culpa y la necesidad de compañía. Al venir del mundo de la ilustración infantil, Varon supo crear un mundo colorido, costumbrista, donde coexisten animales antropomórficos, muñecos de nieve pensantes y, por supuesto, robots. Son personajes carismáticos, llamativos que dan vida a cada una de las páginas que dibuja la autora.
El protagonista es un perro que vive solo y evidentemente necesita compañía, amistad. Un buen día llega una caja con un robot para armar. Lo curioso es que es un ser sensible, pensante, cuyo único objetivo es ser amigo del que lo compra. Hay secuencias muy bien narradas de cómo se desarrolla una linda relación entre los dos hasta que deciden ir a la playa. Un día hermoso donde nadaron en el mar y después tomaron sol. Y sí, el robot se oxida y no se puede mover. El perro no sabe qué hacer y en una movida desesperada, lo abandona. El armatoste de metal queda tirado, en medio de una playa vacía, solo. Absolutamente solo. Es aquí donde, al igual que en Nimona, la narrativa simple da lugar a temas más profundos que Varon desarrolla con una sutileza y elegancia notables. El robot, tirado, sueña. Imagina, dando lugar a secuencias poéticas dentro de lo que permite el género infantil. El perro, por su lado, intenta llenar esa amistad con un muestrario de personajes que lo abandonarán por una u otra razón. No nos olvidemos que el género infantil tiende a ser cruel. Entre chistes y chistes pega golpes bajos, que para un público infantil puede ser una risotada. Para los adultos que pueden leer en otros niveles, un mensaje doloroso. Pero a la forma en la que Varon encara todo eso es notable. Son tópicos muy complejos de tratar y ella lo logra con maestría en una novela gráfica muda. Es una lástima que no tenga mucha producción comiquera, porque el agridulce de Robot Dreams deja con ganas de más lecturas.
En definitiva, una novela gráfica que aparenta ser simpaticona, pero logra ahondar con sutileza en cuestiones muy humanas como la necesidad de amistad, la soledad y la culpa. Es una de esas sorpresas que da el comic y hay que agradecerle. Atentos a la película.
La divina mentira
Cuando Paolo Pinocchio hizo su debut a mediados de la década del 2000, Lucas Varela nos demostró que aún se podía reinventar el humor negro. Lo hizo desde el lugar más inesperado: una parodia levemente inspirada en La Divina Comedia y obviamente con la mejor versión del personaje de Carlo Collodi. En sus desventuras nos dimos con un fullero descarado e inmoral, capaz de cualquier cosa con tal de salir bien parado. Un encanto para las viñetas. Sin embargo, le faltaba algo… Un antagonista, “el adversario”. Algo que lograse ponerlo en jaque y que lo obligara a usar todas sus artimañas. Hacer que su mente estratégicamente inmoral brille hasta convertirse en lo que más odia: un héroe. Bueno, en el caso de Paolo, un anti héroe.
Ya con el Adversario pisando fuerte en la obra, La última comedia de Paolo Pinocchio comenzó a brillar con fuerza desde las primeras viñetas. Varela redobló la apuesta de la primera saga para llevarla a un nivel épico en el que se acentúan los elementos que tomó prestados de la caída que se vieron en La Divina Comedia de Alighieri y en Paraíso Perdido de Milton. En ese origen del todo, donde el mismísimo Dios va a dar origen a la existencia, descubrimos que la nariz del muñeco es nada más y nada menos que el sello de las musas. Esto le va a traer muchos dolores de cabeza, tanto con agentes del cielo como del infierno. En la última comedia, Paolo la pasa mal. Evoluciona, se transforma a medida en la que la desventura épica avanza. Como es sello de Varela, el humor negro está a la orden del día, y esta vez es más corrosivo que nunca. También se anima a la tragedia, haciendo honor a las máscaras de teatro que aparecen en las primeras páginas.
A nivel gráfico, Varela se inspira en grabados de la época, pinturas de El Bosco, y luce un despliegue narrativo y técnico impresionantes. En la última comedia puede pasar de todo y el dibujo está a la altura.
La última comedia de Paolo Pinocchio es, sin dudas, una de las obras más notables que se publicaron el año pasado en el país, de la mano de Hotel de las ideas. El desenfreno imaginativo y el bagaje cultural de Lucas Varela coexisten en una novela gráfica paganamente divertida y sumamente inteligente, por no decir genial.
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