Esta vez, la mirada al pasado es el elemento en común. El comic es un medio que permite reinterpretar la historia desde diversos géneros: El superheroico, humor o aventuras épicas.
La era espacial
Es curioso pensar que el personaje con el que más ahondan los valores humanos en DC es Superman. La riqueza del mito tiene su magia en su humanidad, algo que puede ser irónico, pero es ahí donde está la esencia del personaje. Superman: Space Age es un comic que mezcla la historia de los Estados Unidos, específicamente la muerte de Kennedy, la amenaza nuclear, el caso Watergate y otros con los superhéroes clásicos de DC.
Al tratarse de Superman, la GRAN amenaza está presente. De hecho, el comic comienza con la destrucción del mundo en 1985, como un guiño a la Crisis. Por supuesto, la historia se desarrolla a través de flashbacks a partir desde 1963, con los que hay un recuento del origen del azuloso y su mundo mientras se mezclan con los eventos claves de la historia de los Estados Unidos. Es así, como de a poco, y con gran inteligencia por parte del guionista, los elementos de ciencia ficción y cósmicos terminan por repercutir y mimetizarse con esos hitos históricos. Por supuesto, al tratarse de Superman, es un mundo más luminoso, donde reinan la esperanza y el sueño americano es una realidad.
Hay una realidad social que contrasta, gracias al rol de uno de los Batman más interesantes que leí en los últimos años. Russell encuentra una vuelta de tuerca muy inteligente inspirada en la trilogía de Nolan, con la que eventualmente Bruce Wayne toma conciencia de la realidad social en la que vive y pasa a buscar ser un artífice de un cambio positivo en una Gotham que se desmorona. La figura de Bruce Wayne empresario y playboy pasa a tener mayor peso, e incluso llega a robarle protagonismo a la saga de Superman.
Sin embargo, hay que decir que Mark Russell peca de exceso de ambición. Es evidente que, para él, Superman representa un sinfín de atributos positivos matizados por la dualidad del ser y el mito. Por un lado, está la faceta humana, embebida de los valores de sus padres adoptivos y una mirada simple del mundo; por el otro, el heredero de un mundo científico que busca solucionar todo tipo de problemas desde la ciencia. Esto deviene en monólogos larguísimos en los que hay un enfoque de temas interesantes, algunos que se resuelven de manera filosófica y otros no, simplemente son repetitivos y terminan por ser densos. Fuera de esto, Superman: Space Age es un gran comic que mezcla distintas facetas del género de superhéroes con la historia americana.
La parte gráfica a cargo de Michael y Laura Allred logran darle la grandeza que el comic necesita. Lo suyo es llevarnos por un recorrido de años por las ciudades icónicas de DC y, también por ese cosmos donde se dan los mega-eventos de la editorial. Es muy interesante ver cómo esas locaciones evolucionan con el pasar del tiempo, como también así hay personajes que envejecen y le dan ese sentido de evolución temporal a la obra. Por supuesto, siempre presentes el dinamismo pulp y la elegancia a la que nos tienen acostumbrados.
Superman: Space Age podría haber llegado al podio de las mejores historias del kryptoniano, pero la ambición de Russell terminó por generar un doble guion donde coexiste una historia de vida desde el enfoque superheroico y por el otro, monólogos reflexivos en los que los personajes buscan respuestas profundas a cuestiones del ser. Muchos de estos malogrados y prescindibles.
La edición local de Ovni Press, impresa este año, es bastante digna y hace honor a la obra, incluso con esas dos páginas apenas más pequeñas que el resto y que no entorpecen la lectura a menos que tengan un lindo TOC.
Pociones mágicas y autoayuda
El Lirio Blanco es un álbum muy especial en la historia de nuestros galos favoritos. Por un lado, es el Vol. 40 de la serie; por el otro, es el primero con Fabcaro como guionista. Este autor, conocido por Zaï zaï zaï zaï, se las arregló para traer la magia de antaño al reutilizar con mucha inteligencia varias de las fórmulas con las que René Goscinny logró guiones inolvidables.
El guionista anterior, Jean-Yves Ferri apuntó a dar pequeños giros a las historias de siempre y romper con la estructura clásica de Ásterix. Fabcaro apuesta todo a jugar con las fórmulas del guionista original. Es consciente de que mucha de la magia de los álbumes clásicos radicaba en las interacciones entre personajes y la capacidad innata que tenía el gran René para llevar a los personajes a situaciones caóticas y que se sienta como lo más natural del mundo. Claro está, esto depende del manejo de los diálogos en el que cada uno de los habitantes de nuestra aldea gala favorita llegaban a tener una identidad propia y su rol en el crescendo de discusiones que llevaban al caos. El nuevo guionista, consciente de esto y también de que el público iba a exigir algo nuevo, jugó con dos líneas argumentales. Un elemento externo que llega para alterar el status quo en la aldea: Viciovirtus, médico en jefe del ejército romano, y creador del “Lirio Blanco”, una mezcla de autoayuda, pensamiento positivo y coaching. Por un lado, busca moralizar a las tropas romanas con ese método y por el otro, alterar el status quo en la aldea y generar una suerte de letargo en los galos.
Por otro lado, el romano secuestra “pacíficamente” a la esposa del jefe, Karabella para desmoralizar a los galos y conseguir al fin la rendición de la aldea. Astérix y los suyos salen al rescate y Fabcaro logra junto a un Didier Conrad una muy linda road story de persecución por las carreteras romanas.
Sin ser algo brillante, ni novedoso, El Lirio Blanco tiene el honor de ser el primer álbum de Astérix en años que logra sacar carcajadas y que también es de lo más divertido que tiene para ofrecer el comic europeo actual. El dibujo, sobresaliente.
La edición Argentina está a cargo de Ediciones del Zorzal.
El berrinche de los monitos
La última obra de Dolores Alcatena, ¡Basta, monito! puede encasillarse como una historieta de género dentro de la bibliografía de la autora. Al estar basada fuertemente en el Ramayana, tiene una estructura de fantasía épica más marcada: Héroes que tienen aventuras en tierras exóticas donde se enfrentan a peligros sobrenaturales. Por supuesto que va más allá, es una reinterpretación de esa obra fundamental de la literatura india, que también tiene la épica en temas mucho más trascendentes que ahondan en el ser. En este sentido, la narrativa es mucho más ordenada que en otras de sus obras y cada capítulo está marcado por un peligro o desafío x en el que vamos conociendo a los verdaderos protagonistas, los monos.
Parte de la magia de Dolores Alcatena está en encontrar detalles que por lo general pasan desapercibidos o como una curiosidad, explotarlos y darles un giro argumental interesantísimo a sus obras. Basta pensar en la importancia de la risa de las hienas en “Locas”. Como ella contó en entrevistas, necesitaba saber la razón y se volvió algo vital en dicha obra. En el caso de “¡Basta, monito!” la autora menciona que, en la India, estos animalitos son conocidos por ser caprichosos. ¡Y vaya que lo son también en momentos claves de su comic! De hecho, esos berrinches hasta sirven de motor para resolver problemas, ¿Cómo? Lean el comic.
Upendra, el protagonista, es un monito diminuto que ve el mundo desde su inocencia y no logra comprender del todo la magnitud de lo que está pasando. No es ningún héroe, es caprichoso, al igual que su gran amiga Aditi y es débil. Sus patitas no están hechas para caminar esas grandes distancias que pide el relato.
Este cambio de enfoque hace que se rejuvenezca una obra tan antigua como lo es el Ramayana y la autora pueda imprimirle su propia personalidad. Otro gran acierto es comenzar la historia directamente desde la mirada de los monos, con la historia ya comenzada e ir dando pantallazos de lo que sucedió hasta el momento y darle mucha más fuerza a los primates como personajes.
En cuanto al dibujo, el apellido Alcatena es sinónimo de calidad. Dolores supo reflejar muy bien la mitología hindú, con sus templos, vestimentas y todo aquello que conlleva horas de investigación con la forma en la que representa a sus personajes más vulnerables, en este caso el pequeño Upendra. Es fascinante como no aparentan ser héroes, sino pobres bichitos que no sabemos si llegan al final del comic.
“¡Basta, monito!” se suma a esa biografía tan interesante con la que ya cuenta la autora, y da un giro a los lugares a los que nos tiene acostumbrados. Esta vez apuesta por reinterpretar un clásico y hacerlo suyo. Imprimirle su personalidad y revitalizarlo gracias al berrinche de unos monitos diminutos.
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