Después de siete años desde la publicación de esa biblia llamada “Scalped”, y con una chapa de popularidad super considerable en lo más mainstream de Marvel, en Abril de 2014 Jason Aaron vuelve a publicar una serie creator owned, esta vez en Image y junto al talentoso Jason Latour. La colección en cuestión es la hermosa, violenta e inconclusa Southern Bastards.
La historia situada en Craw County, Alabama, inicialmente nos presenta a Earl Tubb, un veterano de Vietnam, con pinta de muy curtido y uno de los pocos habitantes que a priori parece tener más de dos gramos de ética, quien vuelve a este pueblo miserable a resolver asuntos vinculados con la muerte de su padre, el antiguo sheriff local. Por otro lado, tenemos a su contrapartida Euless Boss, el DT (o coach) del equipo de fútbol americano local, los Running Rebs, un jodido con una mala leche tan cuantiosa como su impunidad, producto de ser el técnico que le consigue títulos al equipo local. Claramente los caminos de Tubb y Boss conducen a una colisión inevitable entre los antagonistas y es esa rivalidad, la que uno como lector piensa que será la autopista principal por donde circulará la trama. Pero rápidamente Jason Aaron nos tira un caño a Yepes y, con un tremendo volantazo, dispara la historia hacia varios arcos más allá del que parece obvio.
Para poder construir este ecosistema jodidísimo donde reinan la sordidez y la guachada, el guionista diseña (con las herramientas que lo consagraron en Scalped) todo un escenario que se ubica en la frontera de lo creíble y lo inverosímil: el pueblo de Craw County. En esta comunidad, repleta de esos clichés que parecen ser habituales en el sur de Estados Unidos, como los bares/paradas de camiones con la testosterona saliendo por las ventanas, rednecks increíblemente brutos, básicos y violentos, e iglesias donde parecen suceder tantos pecados como los que allí se confiesan. Un pueblo con un calor y una vegetación exuberantes, donde tanto el fútbol americano como la convivencia basada en la violencia son los ejes rectores en la vida de sus habitantes. Aquí se cocina el caldo de cultivo ideal para las acciones atroces con las que Boss y sus secuaces mantienen su statu quo de poder fáctico en el pueblo, que empieza a mostrar fisuras cuando sus dirigidos se comen un baile importante en una fecha clave del campeonato. En adición, el equilibrio de poder se complica aún más con la ampliación del elenco recurrente, con personajes que tienen sus propias motivaciones y que no necesariamente son compatibles con el delicado y oscuro andamiaje social sobre el que se sostiene la población local.
En lo visual tenemos a Jason Latour con un nivel superlativo, con un estilo expresionista que vomita la violencia y el grotesco que atraviesan las vidas de los habitantes de Craw County. Al igual que en el guion, nada está sugerido y el dibujante muestra sin ningún pudor cualquier atrocidad que el guion le requiera, sumado al color, producto del propio Latour, que ayuda a crear e intensificar esas atmósferas siniestras, calurosas y opresivas.
Southern Bastards es una serie donde Aaron maneja los tiempos, se dedica a tirar un pase hacia adelante y después construye a los costados para apoyarse en su elenco. Así, el inicialmente sencillo “Coach” Boss se vuelve un jugador completísimo, con varios números dedicados a edificar la personalidad y darle un carnadura tan potente que, al descubrir aspectos de su vida oculta en esa cáscara de maldad e impunidad asquerosa, termina por generar un poco de empatía, entre el asombro y el desprecio. Lo mismo sucede al sumergirnos en el pantanal de Craw County, donde la narración nos facilita imaginarnos los olores a fritanga, a humedad, a vestuario sudado, escabio, sangre y dolor. Supongo que los lectores que conozcan los misterios de un deporte tan horrible como el fútbol americano tendrán un plus con la historia ya que está plagada de tecnicismos al palo, estrategias y situaciones propias del ambiente competitivo futbolístico, donde Jason Aaron pela chapa y maneja data como si estuviera imbuido por los conocimientos de los equivalentes del Gonzalo Bonadeo y el “Coco” Basile de ese deporte.
Lamentablemente, la serie se encuentra parada desde la publicación del número 20, allá por mayo de 2018, y desde entonces no hubo novedades sobre la continuidad de la misma. Solo queda esperar que los autores continúen esta obra visceral, que es tanto un canto de amor como una fuerte denuncia de ambos (oriundos del sur de Estados Unidos) y que nos muestra, disfrazada de ficción, una realidad que no nos es tan ajena. No hace falta viajar hasta Alabama para sentir cerca el mundo de los barrabravas, la corrupción a la vuelta del deporte con los tiburones que se alimentan de los sueños de los pendejos que fantasean con romperla en primera, y los peligrosos que se creen por encima de las leyes, con una impunidad construida en base al apriete, la violencia y el apoyo de unos descerebrados organizados.
5 comentarios