Estamos en Abril de 2013, y la popularidad de Thanos sube en quinta a fondo gracias al espaldarazo monumental que recibió de las pelis del Marvel Cinematic Universe. Por eso, en este caldo de cultivo súper fértil para historias del Titán loco, hijo predilecto de Jim Starlin, Jason Aaron se junta con ese otro titán, el del pincel, Simone Bianchi, y entre los dos sacan esta miniserie de cinco números en la que nos cuentan el origen del genocida galáctico.
La historia comienza con el nacimiento de Thanos, un celestial mutante podríamos decir, físicamente deformado y con una inteligencia altísima al compararse con sus pares. Este bicho raro medio marginado por sus padres (especialmente su madre) tiene una personalidad bastante introvertida hasta que pega onda con un grupito de la escuela que lo acepta con todas sus diferencias y le dan cabida en la barrita, contraria a la actitud que muestran, en mayo o menor medida, el resto de los habitantes de Titán. Esta primavera de la amistad tiene su punto álgido cuando el niño Thanos conoce una nena misteriosa y solitaria con la que engancha de toque. Todo parece ir bien en la vida del protagonista que, en un claro intento de marcarnos el contraste, tiene actitudes totalmente opuestas a la que uno esperaría de un futuro genocida cósmico, al punto que se impresiona y vomita todo cuando le toca diseccionar una especie de lagarto en la clase de biología.
Pero como corresponde en el camino del villano, hay un evento que funciona como bisagra y será determinante en su vida: la muerte de sus amiguitos cuando se pierden en un complejo de cavernas y el grupo termina devorado por esos lagartos que usaban para la guía de ciencias naturales en el cole. Ante esta situación, la opinión de la población de Titan quien responsabiliza a Thanos (único sobreviviente del paseo funesto) y muy manijeado por la amiguita misteriosa, el titán violeta vuelve a la cueva y, literalmente, pasa a cuchillo a cuanto bicho pulula por ahí. A partir de ahí, le toma gustito a la sangre y, siempre con pretextos científicos y de autodescubrimiento, comienza a diseccionar a todo lo que tiene enfrente, incluida su propia madre.
Los hechos antes mencionados son el puntapié inicial para una búsqueda perversa del protagonista, que lo llevará a sumarse a una banda de piratas espaciales bien mala leche. A través de sus viajes repletos de saqueos y asesinatos, Thanos busca entender su propia naturaleza y a la vez, complacer a la entonces niña misteriosa, ahora ya una mujer siniestra que siempre le está pidiendo cuotas de muertos. Thanos no dudará en pagar con la cantidad de masacres que hagan falta, sin dejar afuera a sus muchas esposas e hijos que dejó desperdigados durante sus viajes estelares y a la población de Titan, su hogar natal. Como ya se imaginarán aquellos que conocen a la encarnación clásica del personaje, el conteo de muertos nunca acaba para el titán loco e irá subiendo la apuesta en aras de, finalmente, ser merecedor del amor y reconocimiento de esa mujer, que no es otra que la mismísima muerte.
Desde el punto de vista del dibujo, la serie es un deleite visual ya que está realizada completamente por Simone Bianchi. El italiano pela su chapa infinita con los primeros números, con ese estilo tan barroco que lo caracteriza y que se banca como si nada anatomías, arquitectura, vehículos, paisajes y expresiones. Lo único para observar, y de jodido nomás, es que se nota que para los últimos números, el dibujante está medio flojo con las entregas y trabaja con ayudante en las tintas, lo que hace que la calidad baje un poquito. El color, al principio de Peruzzi y después de Ivorcina tiene, sobre todo en este último, un predominio de colores fríos lo que nos ayuda a reforzar la idea de mundos alienígenas, distantes y medio desoladores.
Lejos está Thanos Rising de ser una obra fundamental en la biblioteca del personaje y en el currículum de Jason Aaron. Es un proyecto más entre los que manejaba el guionista en esas fechas y quizás lo que más destaque es el aspecto gráfico por sobre la trascendencia de la historia en el canon de Thanos. Aun así es una lectura entretenida, con una fragancia a espada y hechicería galáctica (sobre todo la etapa de Thanos pirata espacial), que no escatima en la violencia y que intenta darle, al igual que en los filmes, un poco de carnadura y profundidad al perfil tradicional cuando lo saca del “malo porque sí”. Por eso busca humanizarlo con escenas de su niñez a la vez que no nos da una respuesta a su origen, sino que -por el contrario- abre la pregunta sobre la motivación de sus actos.
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