Cada tanto me gusta pensar sobre el tema del gusto (valga la redundancia, porque está puesta a propósito), y en cómo cada lector desarrolla su propio gusto (y eventualmente, su olfato) para leer historietas.
¿Hay forma de saber de antemano si algo te va a gustar o no? Sí, alcanza con ser prejuicioso. De otro modo, se hace cuesta arriba. Yo siempre digo que con el correr de los años, desarrollé –además del gusto- el olfato. Es mentira. Yo le digo así a una sensación, esa primera impresión que te causa un comic cuando recién te enterás de que existe. Pero es una sensación, no son las conclusiones de una labor teórica ni de una comprobación empírica. Y puede fallar. A mí me falla bastante. De cada 10 comics que leo con la sospecha de que estoy frente a una aberración excecrable, por ahí hay tres a los que les encuentro cositas para rescatar. Algo, que puede tener que ver con el dibujo, el guión, la narrativa, los diálogos, el desarrollo de algún personaje, alguna apuesta fuerte en la temática del argumento… nunca sabés por dónde puede aparecer eso que te redime al comic que –a priori- despedía un hedor nauseabundo, digno de una cripta de Lovecraft. También erro para el lado contrario: De cada 10 comics que leo convencido de que me estoy por deleitar con una gema del Noveno Arte, más o menos tres me dejan la sensación de “Bue, no era para tanto…”.
El “olfato”, entonces, no es infalible, no es el sentido arácnido de Peter Parker. Pero para que falle es indispensable leer con la mente abierta. Por rescatable que sea lo que leés, si lo leés en forma dogmática, convencido en un 100% de que estás frente un aborto talidómico sin ninguna razón de ser, es casi imposible que le encuentres algo decente. Y además sos un boludo, porque estás perdiendo el tiempo que podrías emplear en leer algo mejor, o que por lo menos tu “olfato” señale como mejor. Prefiero comerme el garrón de cerrar el comic con la certeza de “esto es tan choto como mi olfato lo indicaba, o aún más”, que cerrarme a la posibilidad de que eso que huele tan mal me sorprenda con algún subrepticio chispazo de calidad.
Y para que el “olfato” falle para el otro lado, o sea, para encontrar elementos que restan puntos a lo que a priori parece inmaculado, hay que laburar un poco más. No pasa por ser un amargo, un ortiva, un mala leche al que todo le viene mal y a todo le lleva la contra. Nah, eso es gilada. O una pose que puede ser divertida un rato, no mucho más. Lo verdaderamente imprescindible para llegar a ese punto es aprender a discutir con lo que uno lee. Interpelar al texto, dirían mis amigos académicos. ¿Por qué está bueno esto? ¿Qué fines persigue? ¿Hasta dónde llega en la persecusión de esos fines? Si no los consigue todos, ¿por qué? ¿Dónde falla, dónde se queda corto?
De todo eso, lo más difícil es no convertir en palabra santa cualquier obra de los autores mega-consagrados. El fanatismo acá deja de ser motor de pasiones y se convierte en un inflitrado que caga a tiros a los de su propio bando. Es horrible darse cuenta de esto, pero TODOS los autores, mis favoritos, los tuyos, TODOS, tienen obras chotas, material que está por debajo del standard que ellos mismos impusieron. Todos tienen trabajos en los que no rindieron al máximo, en los que se dejan ver los piolines de la marioneta, o en los que se pasaron de rosca, se miraron demasiado el ombligo y terminaron por caer en el manierismo, la auto-referencia excesiva o la lisa y llana masturbación artística. Nadie está exento de eso, pero si confundís a sus comics con mandamientos sacrosantos que deben ser respetados a pies juntillas, si ya sabés que “le ponés un 10” antes de leer la historieta, sólo porque la escribío Moore, Trillo, Goscinny, o el que te guste, estás en problemas. No es que tu opinión deje de valer, sólo que tu gusto se atrofia, tu capacidad de discutir con lo que leés (cosa que se desarrolla generalmente en la escuela o en la universidad) empieza a des-desarrollarse. Seguramente ser un Moore-zombie es menos patético que ser zombie de Howard Mackie o de Armando Fernández, pero el zombie siempre es un fiambre medio resucitado que se mueve lento y huele mal.
Al final me colgué mucho con el “olfato” y poco con el gusto. Por ahí más adelante retomamos este tema y ahondamos un cacho más sobre eso. Bon apetit!
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