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Imaginate si Columba hubiese respetado a los autores en vez de convertirlos en engranajes de una maquinaria perversa y retrógrada...

El Juicio a Columba

28/11/2013

| Por Andrés Accorsi

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el-tony-supercolor-7-los-aventureros-pepe-sanchez-james-bond-5154-MLA4249006327_052013-FEsto es algo que, me parece, nos debemos todos los fans de la historieta argentina. Estos últimos años se habló bastante del tema, un poco a raíz de los múltiples homenajes a Robin Wood, un poco por las reediciones de alguna series clásicas en España, y un poco porque sí, porque en algún punto es inevitable.

¿Qué onda Columba? ¿Qué se puede reivindicar y qué requiere un categórico Nunca Más de todo lo que hizo la famosa editorial entre 1928 y 2001?

Para mí, es fundamental empezar diciendo que Editorial Columba fue una empresa que durante décadas apostó a la historieta adocenada (o “por kilo”, como me gusta decirle a mí), reiterativa, maniquea, obvia. Columba condicionó y censuró a sus guionistas, le robó los originales a los dibujantes, los obligó a copiar a los autores más exitosos, y premió a los más prolficos por sobre los más talentosos. Alineada ideológicamente con cuanta dictadura militar padeció el país durante el Siglo XX, Columba fue una gigantesca picadora de carne, que jugó fuerte para imponer un concepto de historieta de aventuras que hoy, felizmente, está extinto, pero que dejó a cientos de miles de lectores convencidos de que esas fórmulas retrógradas (gastadas varios lustros antes de que la editorial desapareciera) eran las únicas viables.

Conti+067Pero claro, dicho todo esto, también hay que reconocer que a pesar de todas estas limitaciones, en las revistas de Columba aparecieron artistas que lograron expresarse, desarrollar una voz propia, y aprovechar la masividad de las publicaciones para convertirse en íconos de la cultura popular. Por supuesto ninguno puede aspirar al impacto que logró –a partir de su debut, en 1967- el maestro Robin Wood, pero puestos a enumerar, seguro me van a quedar afuera varios autores, sobre todo los anteriores a 1967. Aún así, hay que destacar la labor de tipos como Lucho Olivera, Carlos Casalla, Alberto Salinas, Carlos Vogt, Cacho Mandrafina, Lito Fernández, el propio Solano López, Ricardo Villagrán, Ernesto García Seijas, José Luis García López, Enrique Breccia, Rubén Marchionne, otros guionistas como Ray Collins, Ricardo Ferrari o el mismísimo Oesterheld… son unos cuantos, y eso sin salir de los que me gustan a mí. También habrá gente a la que le gusten los que a mí me resultan irredimibles (Armando Fernández, Rezzónico, Furlino, los hermanos de Ricardo Villagrán y un infinito etcétera).

Cuando la picadora de carne funcionó en su máximo esplendor (1970-82), hizo falta sumar carne y Columba se convirtió durante esos años en un promisorio semillero de nuevos dibujantes que empezaron de muy pibes, con cero experiencia, y se curtieron en ese laburo ingrato e impersonal hasta convertirse en monstruos legendarios, en nombres clave de la historieta argentina (y a veces mundial). Así surgieron animalitos como Jorge Zaffino, Eduardo Risso, Rubén Meriggi, Walther Taborda, Carlitos Gómez y varios más a los que Columba virtualmente les pagó por aprender y años más tarde dejaron huellas importantes en este camino y esta profesión.

DA partir de 1989 (fecha clave, porque es la primera vez que la otrora próspera editorial entra en cesación de pagos) la calidad de las historietas, que ya venía en baja, derrapa hacia un abismo sin fondo. Y Columba debe salir al rescate de las historietas que muchas de sus luminarias realizaban directamente para el mercado italiano, donde eran conocidos por sus trabajos tanto para estas revistas como para las de Record, y donde –a partir de la crisis que devastó a nuestro país a fines de los ´80- los artistas se sentían económicamente más seguros. En esa movida, Columba tuvo que hacer concesiones: estas historietas hechas para Italia eran bastante distintas a las clásicas. Tenían menos texto, cada tanto algún desnudo y se metían en temas de los que la conducción (reaccionaria al mango) de la editorial no quería que se tocaran en sus revistas. Los desnudos eran fáciles de censurar, el resto no tanto. La ítalo-dependencia llegó a su punto máximo en 1994, cuando los editores italianos le dicen a Robin Wood que no escriba más a Nippur (lejos el personaje más exitoso de Columba) y se concentre en Dago, Amanda y Martin Hel. Por supuesto, Columba respondió con infinitas reediciones de los episodios viejos, y los fans respondieron comprando menos revistas.

Esos primeros años ´90 (92 al 95-96) fueron turbulentos, con varios cambios brutales en la cúpula de la editorial y en los cargos intermedios. Después de esas experiencias (patéticos manotazos de ahogado), sólo faltaba la agonía, la peor época, en la que las revistas se llenaron de reediciones, apenas mechadas con material nuevo de bajísima calidad. Y un día el imperio se desmoronó y con él se murió la producción industrial de historietas en nuestro país.

2AFColumba le dio laburo a muchísimos artistas, buscó como nadie expandir el consumo de historietas al público femenino, cuidó como nadie la llegada de sus publicaciones a todos los putos kioscos del país y en su época de esplendor pagó maravillosamente bien las colaboraciones. Imaginate si además hubiese apostado a la calidad en vez de a la cantidad y hubiese respetado a los autores en vez de convertirlos en engranajes de una maquinaria perversa y retrógrada…

Lindo tema para debatir, no? Escucho otras opiniones.

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