Leí con algo de extrañamiento la nota de Andrés que, básicamente, iba sobre un repudio hacia los falsos fans (a los que llamaré, como bien él lo hace, “la gilada”), que como termitas van sumando modas a sus vidas, como si fueran figuritas de un álbum que, obviamente, nunca terminarán de completar. Andrés se quejaba de la pose, comentaba sobre la convención de San Diego, compartía palabras que Seba De Caro había publicado en las redes sociales (y con las que estoy bastante de acuerdo, en algunos tramos), y otras cuestiones vinculadas a que el amor actual de un alto porcentaje de supuestos nerds (palabra de mierda pero inesperadamente necesaria), no era más que una cáscara vacía. Y ante todo, hay que decir algo: la cosa REALMENTE es así. Como descripción, la opinión de Andrés y Seba, es recontra precisa, pero como opinión, no tanto (al menos para mí). Siempre hubo modas que florecieron de manera violenta y que, de la noche a la mañana, parecieron haber copado el mundo, y todos los que consumíamos con genuino amor algún producto artístico determinado, nos sentimos vejados cuando esa bandita garage (o autor, o libro, o serie, o lo que choto se les cante) saltaba a la fama de golpe, empapelando las calles de nuestro barrio y viéndonos obligados a compartir con “la gilada” un amor que no salía, muchas veces, de las cuatro paredes de nuestra habitación. Pero lo cierto, es que ofenderse ante eso no deja de ser un acto que de poco sirve.
1_ Cierta tendencia hacia el ombliguismo: por Jefferson Airplane tengo un amor incondicional. Pasada la adolescencia, creo con seguridad que es la banda que me define, y la que también definió el que para mí es el momento de mayor esplendor que atravesó el rock en Estados Unidos. Ahora bien, ¿cuántos escuchan hoy en día Jefferson Airplane? De mi entorno, uno o dos, y si hablo en general, creo que el número sería dolorosamente bajo. Eso me parece una puta mierda, me da por el forro que nadie entienda que Jefferson es una banda que TIENE que sonar en todos lados, pero que inmerecidamente está afuera de cualquier circuito musical en Argentina. Pero claro, “la gilada” se sabe de memoria “Somebody to Love” porque la canta Jim Carrey en The Cable Guy y porque asesinos disfrazados de DJ´s la pasan en las playas de moda durante enero mientras gente indeseable toma licuados de mierda con kiwi en musculosas de Gap. Me molesta, claro que me molesta, porque tienen la puerta de entrada ahí adelante pegándoles en la cara con el picaporte, y ni por asomo se animan a abrir a ver qué onda el resto de las canciones de la banda. Ahora bien, si vienen y me dicen “¿Che Martín, te gustaría que “la gilada” se potencie y hagan de “Somebody to Love” un himno argentino al punto que Grace Slick se presentara junto al resto de Jefferson (los vivos, obviamente) en un Gran Rex?” Creo que sería muy boludo si respondiera “¡¡¡No!!!! Antes de compartir un recital con esa gente, me pego un corchazo y sigo escuchando Volunteers en la tranquilidad de mi cuarto”. Las bolas: quiero que la banda venga, que toque durante 15 horas, y aunque “la gilada” sólo les pida 36 bises de “Somebody to Love”, no me va a importar, porque para mí ese momento será único, y contradictoriamente, sin “la gilada” hubiera sido imposible. El ombliguismo tiene que ver con pensar que algo es mío y de nadie más, con pensar que lo que a mí me gusta, es en realidad una enrevesada materia que merece más tiempo del que “la gilada” está dispuesta a dedicarle, y esto nos lleva al segundo punto…
2_ Aceptar que un indeseable miembro de “la gilada” puede tener gustos en común conmigo: es simple, si considero que algo no es apto “para la gilada”, es porque ese ítem es mío, me pertenece, y yo soy quien decide dónde, cómo y por quiénes debe ser disfrutado. Nada de eso es cierto. A ver, ¿desde qué lugar pensamos que un lector que se enganchó por moda no puede disfrutar una historieta o estar capacitado para hablar sobre X serie? ¿Desde qué lugar rechazamos a los fanáticos que solo se ceban con un personaje cuándo éste protagoniza una película de Hollywood? ¿O por qué, como dicen Andrés en su nota, está mal que los nuevos fans no estén dispuestos hacer “grandes sacrificios”? Es un argumento tan sólido como exigirle a alguien que no es futbolero, que no vea el mundial. Yo no veo futbol, el mundial, en líneas generales, me chupó un huevo (de hecho en el primer partido de Argentina, aproveché para ir al supermercado sabiendo que iba a estar vacio), pero eso no me impidió salir festejar cuando Argentina le ganó a Holanda, o bajonearme cuando se perdió la final. ¿Y qué? ¿Soy un hereje? Uff, te-rri-ble. El tema es que son gustos, y nada más. Obviamente que un futbolero disfrutaría mucho más hablar con …no sé… Quique Wolff, antes que hablar conmigo, como así yo también disfruto muchísimo más hablando de historietas con cualquiera de la Comiqueando que con un oftalmólogo, porque uno quiere hablar con gente que entienda del tema, y lo más importante, con gente que a uno puede enriquecerlo. Pero de ahí a establecer una barrera moral sobre por qué tiene más valor que alguien lea historietas por sobre otra persona, es un sinsentido.
3_ Los asados: siempre salen a colación como ejemplo de charlas triviales. Los asados, al menos para nosotros, son el paradigma de los diálogos en los que personas de cualquier sexo y edad, hablan sobre temas que se suponen universales, y de los que todos pueden opinar creyendo, muchas veces, que tienen entidad para hacerlo. Pero lo cierto, es que todos opinan boludeces de temas que no suelen conocer. Y Andrés, marca la posibilidad de que estos infelices, ahora también, hablen gilada sobre los Avengers, Alan Moore, etc. Para él, está mal, para mí, está bastante bien (prefiero a un salame hablando desde una falsa sabiduría que a un subnormal opinando con burla que las historietas son pavadas). Está bueno porque, como se dijo en el último podcast, nunca los superhéroes estuvieron tan presentes en la cultura popular como ahora. Y el arte es del pueblo, qué joder. Y si tanto nos entusiasma colgarnos la bandera del pop, si tanto nos encanta hablar del pop como una forma de arte válido, entonces llegó el momento de entender que los superhéroes mainstream están pasando un momento de popularidad sin precedentes, y que gracias a la “gilada”, hay bocha de eventos, bocha de ferias, bocha de series y varias películas que nos justifican el estar vivos, y decenas (no me animo a hablar de miles) de nuevos lectores genuinos que se sumergirán en un medio que les era desconocido, y que probablemente signifiquen más plata para las editoriales. Porque claro, me olvidaba, el de las historietas también es un negocio.
A ver, yo soy un militante de la máxima de Rob Gordon en High Fidelity: “la gente vale por lo que le gusta”. Y me parece que alguien que no ame en profundidad la literatura, la música, los comics o cualquier forma de arte, está eligiendo redondear para abajo, está eligiendo perderse lo que para mí es el motor absoluto de todo, y es el amor genuino y la pasión incuestionable hacia un arte que nos hace mejores tipos (o minas) y que nos enseña a crecer. Pero “la gilada”, es inevitable, y no creo que necesariamente sea mejor tenerlos en la vereda opuesta. El gataflorismo, entonces, tiene que ver con algo de esto. Me quejo cuando somos pocos, y me quejo cuando somos muchos. Hoy, aunque “la gilada” abunde, a nosotros, los que en serio amamos este medio, nos sirven, son una especie de colectivo de idiotas útiles a nuestros fines, que básicamente consiste en dejar de ser un ghetto. Yo no quiero ser ghetto, yo quiero un entorno donde lo que amo forme parte del paisaje diario (me gusta el cine coreano, eso es ghetto, y es una mierda, y daría muchísimo por ver ese cine en la pantalla grande). Y caminar por la calle viendo afiches de Rocket Racoon a lomo de Groot, me parece un triunfo del carajo, porque mi placer individual, se convirtió en un placer colectivo. La intensidad que cada uno quiera darle, no me interesa, pero yo lo disfruto, y el resto me chupa un huevo.
Pero a no alarmarse, porque como le pasó al Parripollo en el menemato, tarde o temprano la cosa terminará. Y cuando tengamos películas de mierda sobre huracanes o cualquier moda chota que se imponga, y perdamos a los superhéroes en el cine y en la vida diaria, dudo mucho que estemos festejando que “la gilada” se haya mudado de rubro. Nosotros, los que leemos en serio, siempre vamos a estar presentes. “La gilada” siempre va a estar, y entre una moda horrible y un moda sobre los superhéroes, a “la gilada” prefiera verla contenta tomando de la mía.
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