Hay noticias que revelan el delicado proceso de digestión de muchos lectores. Cuando el otro día se anunció el proyecto Before Watchmen, el mundo -comiquero- pareció explotar.
Miles de voces en contra, algunas a favor, y todos discutiendo como los viejos de los Muppets sobre cómo DC -que pareciera muchos la consideran una ONG- está violando por todos sus orificios al gran comic de superhéroes moderno. ¿Qué fibra toca esta noticia en el lector de historietas? Esto es muy sencillo: Watchmen es para muchos la relectura definitiva del superhéroe en tiempos políticos, en épocas donde la realidad aplasta y los vigilantes deben ajustarse a los intereses sociales que rigen en el país en que viven. Es una deconstrucción -esa palabrita que tanto gusta- precisa sobre el concepto del héroe y un acercacmiento a una posible realidad. Alan Moore -el guionista, por si alguno vivió los últimos mil años aislado del mundo- construyó una épica sólida que aún hoy respira vanguardia. El extra, el mérito de todo esto es, además, que le bastaron 12 números para desarrollar un universo amplio con pasado, presente y futuro, en el que dos generaciones de personajes ensamblaban a la perfección dos épocas sociales que poco tenían en común.
Y después la hecatombe: Alan Moore veía de afuera como DC se hacía rica con esta obra y el guionista pasó a engrosar la triste lista de autores que se tarde se desayunaron sobre los llamados «derechos de autor» -evidentemente la anécdota de Siegel y Shuster de poco sirvió a la industria-. Los fans siempre apoyamos a Moore y condenamos a DC, y para muchos esta precuela es más grave que resucitar al tío Ben. Es cagarse en la obra de Moore y no sólo eso, sino también salir a ordeñar las tetas de una vaga gorda que, para muchos, era sagrada. Y resulta que DC -siguiendo la analogía vacuna- se avivó que la tiene atada, y que va a usarla con el objetivo de recaudar algunos millones más. ¿Esto está mal? Para nada, DC es una empresa y la lógica de que varios autores puedan manosear los mismos personajes es la base con la que se construyeron estos universos que tanto nos entusiasman. Con Watchmen duele un poquito más, pero no tiene sentido darle la espalda a una obra que pinta tan bien -y sino vean los autores-. No podemos ofendernos por esto, NO DEBEMOS, porque si Brubaker no hubiera llegado a Captain America, si Simonson no hubiese tocado a Thor, o Miller a Daredevil, o Bendis a los Avengers, o Byrne a los F.F., o mil ejemplos más, todavía estaríamos leyendo las mismas historietas de Kirby y Lee, pensando que ésa es la única óptica posible. Las precuelas de Watchmen son una realidad y hay que esperar que sean dignas, y si resultan ser una porquería, será porque son mala en sí, y no porqué en sus páginas hay un tipo azul que no logra la profundidad que alcanzaba en manos de Moore. Son personajes fabulosos porque tuvieron la suerte de caer en buenas manos, pero eso no quita que en otras también puedan lograr un nuevo nivel de grandeza. O al menos, así debería ser.
Por último, el libro de Nick Hornby, Juliet Naked, es de lectura obligatoria. Ahí van a reflexionar mucho sobre la ridicula obsesión que muchos fans tiene por sus obras predilectas.
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