Para los que escuchan los Podcast de Comiqueando, más o menos ya conocen mi opinión (y la de muchos compañeros). Para los que no, la repito: qué embole es la revistita (o sea, el comic-book). Las revistitas tienen una razón de ser extraña, y casi indescifrable en estos tiempos que corren. A no confundir, que yo también soy un fetichista que considera el olor a libro nuevo una combinación inmejorable de la droga más poderosa con toques de un afrodisíaco cuyo objeto de deseo es difícil de vejar (la historieta, obvio). Les pregunto a ustedes, lectores que todavía compran revistitas: ¿para qué? ¿no resultan molestas? ¿no dificultan la limpieza de la habitación? ¿no son un rejunte de grapas insoportables que tienen la fecha de vencimiento tatuada en la frente? Ojo, que esto no aplica a los jóvenes, digamos….menores de 20 años. Porque la revistita, eso que hoy despreciamos, es la fuente de la vida para muchos comiqueros que se inician en este mundo. La revistita es sinónimo de compra ocasional, de un artículo (relativamente) económico y que, cuidado ahí, puede significarte una considerable suma de dinero a futuro si te entusiasmás con este medio. En la juventud, en la adolescencia, la revistita es la quinta esencia del movimiento. Porque la adolescencia respira inmediatez, necesita la droga semanal (o mensual) y la idea de leer sólo un trade paperback (tepé) por año puede ser motivo de hipertensión con facilidad.
Pero tarde o temprano, la lógica cambia, porque todos crecemos, los lugares se achican, nos mudamos, o quizás nuestras parejas nos imponen esta idea de que las revistitas ocupan un lugar innecesario, pero es innegable: algo de cierto hay. Entonces ahí es cuando pensás que tanta revistita sobra, que sería mejor tener todo eso editado en libro, de forma pareja y compilado en una misma colección que estéticamente quede más bonita. Hay que decirlo: cuesta comprar algo que no tenga lomo. Los lomos no sólo dan la sensación de un objeto “de colección”, sino que realmente las publicaciones con lomo tienen otra estética, son más lindas y hasta tienen una ventaja practiquísima: son fáciles de encontrar en la biblioteca (y sino que levante la mano el que, buscando una revista, no tuvo que dar vuelta todo mirando una a una las tapas de las 8 mil revistitas que tenía por ahí). Los lomos visten, eso es innegable. Tener bocha de tepés con esos lomos coloridos, que exhiben figuras tan disímiles que van de Superman a Rick Flagg, pasando por Spider Jerusalem, Powers o Steve Rogers, convierten una simple estructura de 8 maderas en el santuario definitivo, al que rendimos pleitesía mensualmente colocándole no velitas, sino action-figures de esos mismos personajes.
Quizás, para el dolor de nuestros bolsillos, muchos de los lomos más atractivos sean los hardcover, que no es más que una versión burguesa del tepé, un artículo que nos pichulea desde su precio la posibilidad de leer más rápido varios números de nuestras colecciones favoritas. El hardco es también una discriminación editorial, que pareciera querer bajar línea sobre cuáles son las series “importantes” sobre otras que no lo son. Los hardco son (muchas veces) más grandes en su tamaño, tienen más resistencia, pero tienen dos claras desventajas: primero, son notablemente más caros que los tepés; y segundo, pero no menos importante, son más difíciles de transportar. La comodidad de la edición, es para el lector de comics, un ingrediente decisivo a la hora de decantarse por la compra de un libro. O sea: ¿cuántas veces vieron en el bondi un tipo leyendo el hardco de Avengers Forever? (bah, les preguntaría cuántas veces vieron en el bondi alguien leyendo comics, pero no quiero pecar de pesimista). Bueno, los hardcover pesan, se abollan en las puntas, la sobrecubierta tiende a arrugarse, en fin, no es buena idea llevarlo en la mochila, y por ese motivo, terminan con varios puntos en contra, convirtiéndose en los príncipes de la biblioteca.
Claro, digo “príncipes” porque el Rey es otro, y no, no hablo de Kirby, sino del… ¡¡¡OMNIBUS!!! Ese ladrillo de construcción que no baja de las 600 páginas y que presenta el ultimate challenge en cuanto a comodidad de lectura se refiere. El Omnibus es como una mujer de Russ Meyer: tan enorme como imponente. El Omnibus es la promesa de la lectura casi infinita, de saber que (según tu tiempo libre y velocidad de lectura), podés estar meses consumiéndolo. Un amigo me dijo que estuvo casi un año leyendo –casi exclusivamente- el Quijote en español antiguo. Yo lo aplaudo, porque eso es lo más parecido a la monogamia literaria que conocí en mi vida. Es casarse con un libro, y llevarlo hasta el final, sea como sea, eludiendo los terribles deseos de infidelidad (concretados en un libro corto de apenas 200 páginas). Y el Omnibus tiene eso, que si le buscás una pausa en la lectura (aunque se intente detenerla según fueron editados los tepés que integran el libraco), termina por comerte el remordimiento al pensar que abandonaste una lectura en curso.
Pero el Omnibus, a pesar de estas contras, de ser un elefante blanco, de ser un monstruo imponente que amenaza con quebrar los estantes, también es un fabuloso artículo de decoración. Para algunos, esto es un defecto, para otros, una virtud. El Omnibus es un grandioso objeto que viste, que en sus lomos puede incluir la formación completa de los X-Men de Whedon; y es la solución definitiva al problema de las dichosas revistitas, o sea, la posibilidad de tener 50 números en un sólo libro, es simplemente fabulosa. Y el Omnibus brilla en ese punto, porque no sólo compila, sino que nos permite una lectura ordenada, prolija y cronológica de alguna saga o de alguna serie en especial. Aunque muchos lo discutan, y aunque por su propia lógica es un formato imposible de leer fuera de casa, el Omnibus conlleva en el acto de leerlo, un ritual que impone seriedad. Es como ir al cine: ahí uno se prepara, junta ganas y va, sabiendo que prácticamente nada va a alejar al espectador del mundo que la película propone. Y el Omnibus es eso, porque leerlo implica una preparación física / espacial que obliga al lector a encararlo con concentración, con dedicación y seriedad. A mí me gustan los Omnibus, creo que es un formato fabuloso para muchas etapas que merecen ese nivel de dedicación, y sino ahí están para probarlo los volúmenes dedicados a X-Statix y al Thor de Simonson, dos libracos que justifican de pleno la tala de árboles.
Pero lo cierto, es que cada lector, y cada formato, se unen de manera distinta según el material y, no menos importante, el momento de lectura. Porque los que leemos historieta en forma pasional, encontramos que desde que nos levantamos hasta que nos vamos a dormir, todas las horas son idóneas para inyectarnos viñetas, y la verdad es que discutir los formatos es tan sabio como discutir si Flash es más rápido que Superman. La inteligencia del lector no está en desmerecer un formato por otro, sino en comprender que todos son necesarios para que podamos consumir historieta las 24 horas del día, porque de eso se trata, obviamente, todo esto.
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