Ahora que estamos todos bastante al palo con el Mundial, es un buen momento para repasar los partidos más chivos, los más bravos de los que le toca jugar a los autores que todos los días salen a la cancha a darle vida a esa magia llamada historieta.
El clásico de siempre, me parece a mí, es Guión vs. Dibujo. Lo ideal es que ambos sean de competentes para arriba, pero ¿qué pasa cuando eso no sucede? ¿Qué ahuyenta más lectores? ¿Los guiones carentes de imaginación, onda o consistencia, o los dibujantes que desconocen toda noción de anatomía, perspectiva, iluminación y la pifian hasta en los marquitos de las viñetas?
Yo creo que, en general, les ha ido mejor a las historietas mal escritas que a las mal dibujadas. El hecho de que la historieta sea un arte visual habilita (muy a mi pesar) que una obra bien dibujada automáticamente llame la atención, o incluso saque chapa de clásico, sin importar mucho la calidad de los guiones. El caso más alevoso debe ser el Tarzan de Burne Hogarth, cuyo status de Obra Maestra del Noveno Arte se debe obvia y exclusivamente al trabajo prodigioso del dibujante, que malgastaba su infinito talento en unos guiones realmente deplorables, reiterativos, faltos de profundidad, sin nada para rescatar. Esos mismos guiones, dibujados por cualquiera un poquito menos inspirado que ese Hogarth nivel Dios que vimos allá por 1947-50, alcanzaban para hundir a cualquier obra en el más merecido de los oprobios.
Cuando la ecuación es la inversa, se hace todo un poco más difícil. Una historieta bien escrita pero con dibujantes chotos tarda más en lograr el reconocimiento, necesita más del boca-a-boca, del apoyo de la crítica, y rara vez logra posicionarse entre los greatest hits. Si alcanza el escalón de “historieta de culto”, puede sentirse realizada. Los casos que primero me vienen a la mente involucran a Grant Morrison, pobre pibe, que dejó la vida escribiendo series magníficas como Zenith o Animal Man para encontrarse con que la impericia de perros catatónicos como Steve Yeowell o Chas Truog le bajaban muchísimo el techo a la repercusión y las ventas que esos guiones merecían. Bien dibujadas, esas mismas historias podrían gozar tranquilamente del mismo éxito y el mismo status de clásico indiscutido del que goza All-Star Superman, por ejemplo.
O sea que, desde mi punto de vista, somos minoría los que descartamos una historieta si no nos copa el guión, aunque los dibujos sean espectaculares. En general se da lo contrario: el lector le escapa al comic mal dibujado, a veces sin darle la oportunidad de que te seduzca por el lado de los guiones.
Otro partidazo peleadísimo, aunque más sutil, es el de Guión vs. Argumento. Seguro que alguna vez te pasó: un comic te engancha con el planteo, con el tema que aborda, con lo que sucede, pero te hace ruido, te incomoda o te rompe mucho las bolas CÓMO sucede, la forma en que el autor elige mostrarte eso que pasa, que a priori estaba bueno.
O al revés: un comic te engancha con diálogos copados, bloques de texto de gran vuelo literario o incluso poético, te sorprende con transiciones entre secuencias novedosas y bien logradas, te atrapa con un muy buen ritmo narrativo… pero en un punto te cae la ficha de que lo que te están contando es una pelotudez cósmica. La gracia es cómo te lo cuentan, y fuera de eso no hay mucho para ponderar. Ejemplos de esto último encontrás, por ejemplo, en Astonishing X-Men de Joss Whedon, donde el guión hace magia para que se te haga llevadero y hasta ganchero un argumento por momentos muy flojo, muy centrado en peleas absurdas que no aportan casi nada al avance de las tramas. O en obras como The Pathetic Life de Mel O´Griffin, de Nicolás Brondo, donde el argumento es muy básico, muy esquemático, muy chiquito, y el guión es brillante.
Y ejemplos para el lado contrario (buenos argumentos lastrados por las malas decisiones del autor a la hora de escribir el guión) veo mucho en el manga. Hetalia, por ejemplo, parte de una premisa alucinante y choca la calesita contra un poste, culpa de un montón de malas decisiones que toma Himaruya Hidekaz a la hora de convertir esas ideas en secuencias de viñetas. Es un ejemplo típico de una obra que se te presenta como potencialmente intensa, atractiva, pero rápidamente se convierte en una sucesión de chistes pelotudos, diálogos livianitos, conflictos evanescentes y roscas volátiles entre nenes caprichosos. A partir de una gran idea, Hidekaz te da un manga muy difícil de leer, que se hace denso muy rápido. La muy consagrada Ghost in the Shell (de Masamune Shirow) también muestra muchos de esos problemas que hacen cuasi-ilegible una historia en cuyo núcleo había ideas muy interesantes.
No sé tú, pero yo me quedo con los primeros ejemplos, los de los guionistas que pelan recursos ingeniosos para pilotear dignamente un argumento que –despojado de los yeites narrativos, diálogos copados y demás- venía medio enclenque.
Lo idea sería que estos partidos no se jugaran nunca, que a los buenos guiones siempre los acompañen buenos dibujos, y siempre los sostengan buenos argumentos. Pero a veces eso no pasa, y se ven estos contrastes medio brutales. Como todo (en el futbol y en el comic) esto es sumamente opinable y discutible, por eso la idea era tirar la pelota a la cancha, y que ruede, a ver qué pasa.
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