Cada vez más, el divorcio se hace evidente. Cada vez más se complica tapar el sol con la mano. 2017 fue un año de baja en las ventas de los comic-books y las novelas gráficas en EEUU, y todo indica que las cifras del 2018 serán aún más desalentadoras. Comiquerías que cierran sus puertas, series que se lanzan y relanzan sin encontrar nunca el público al que salen a buscar, universos enteros que se rebootean para generar la ilusión de que ahora sí, empezamos de cero y va a estar todo buenísimo… La verdad es que las grandes editoriales de comics de EEUU hace rato que no pegan un volantazo importante, un giro que les permita no sólo subsistir un par de años más, sino capitalizar (de una puta vez) el inconmensurable impacto que hoy tienen los superhéroes en la cultura popular gracias a las películas y las series de TV.
Pará-pará-pará… ¿Vos me estás diciendo que mientras los personajes de los comics estallan a nivel mega-masivo los propios comics se están yendo a la B? Sí, por ahí va la cosa. Antes (en los ´90, ponele) el estreno de una película de Batman le traía nuevos lectores a los comics de Batman. Ahora, una película de los Guardians of the Galaxy o una serie de Luke Cage no alcanzan (por más éxito que tengan) para que los comics de esos personajes se sostengan mensualmente en las bateas. Obviamente, ni Groot ni Luke Cage tienen la fuerza icónica de Batman, y sin embargo los productores de cine y tele timbean millones de dólares para convertir en franquicias rentables a conceptos y personajes que siempre fueron segundones. Y lo saben desde el Día Uno, no es que Stan Lee o cualquier otro vendehumo profesional los convence de que Groot y Drax son los personajes más populares de la historia de Marvel. Claramente los muchachos de Hollywood confían en poder convertir en productos atractivos a casi cualquier personaje que les revoleen.
¿Por qué las editoriales no logran beneficiarse de este auge de los superhéroes que ya linda con la más grotesca de las hegemonías? Yo creo que porque se nota demasiado que apuntan a otro público. A la industria del comic-book la salvó de la extinción la movida de fines de los ´70 y principios de los ´80, cuando se replegó de los kioscos y se refugió en las comiquerías. Es decir, renunció a la masividad y prosperó al reconvertirse en una industria de y para el nicho. Como los trencitos en miniatura o el rock sinfónico. En 40 años, el desfasaje entre “el mundo real” y esta dimensión alternativa del “mercado de venta directa” se convirtió en una grieta profunda y brutal.
Los comics de superhéroes muestran a los héroes clásicos muchas veces reemplazados por suplentes a los que el gran público desconoce (Iron Heart debe ser el ejemplo más contundente), escritos por cuarentones y cincuentones que no tienen idea de cómo enganchar a los lectores jóvenes, se publican en un formato de mierda, muy caro para el contenido que ofrece (casi cuatro dólares por 20 páginas que son la quinta o sexta parte de una aventura, chupame un huevo), las historias no terminan nunca, se cruzan de una serie a otra, son cada vez más autorreferenciales, se reescriben para atrás retroactivamente, un mismo personaje aparece en cinco colecciones, la numeración de las revistas cambia o se reinicia cada dos años, hay 18 versiones distintas de cada personaje y ninguna coincide 100% con la que se populariza en el cine o la tele…
Lo más probable es que el neófito que encuentra una comiquería y trata de engancharse con las historietas del personaje que descubrió en la tele termine rápidamente mareado y diga “nah, ¿este es Legion? ¿cómo que el Capitán América es nazi? ¿Thor es una mina? ¿cómo no hay comics de Iron Fist, Black Lightining, Supergirl, Agents of SHIELD…?”. Posta, a estos nuevos posibles lectores hay que hacerles más fácil la llegada al mundo de los comics. El tipo tiene que salir del cine prendido fuego y ahí mismo, al lado del puesto de pochoclo, tiene que poder comprar por dos mangos un buen comic de Spider-Man, Superman o Black Panther que empiece y termine, que no requiera lecturas previas y que muestre versiones de los personajes coherentes con las de las películas. Eso tendría que vender fantastillones, y eventualmente, lograr que algunos de estos nuevos fans dediquen tiempo, guita y banda ancha a investigar acerca de las versiones “clásicas” de esos héroes y heroínas, y en una de esas se acerquen al material que los comiqueros consideramos canónico.
Por ahí esto tampoco funciona, y resolvemos que lo que sucede es que la narrativa gráfica, que te obliga a leer y mirar al mismo tiempo, no atrapa al público acostumbrado a la narrativa audiovisual. También puede ser. Pero yo lo intentaría. Me parece que es un gran momento para que desactivemos esta tierra paralela en la que los comics de superhéroes son patrimonio exclusivo de lectores con 35 años de lectura acumulada, erudición multiversal, compulsión por el coleccionismo y excesiva tolerancia hacia el “continuará” infinito. Quizás sea hora de dejar de complacer al ghetto y crear comics que seduzcan a la gran masa del pueblo, que ya demostró ampliamente su apoyo incondicional a estos personajes… en otros soportes narrativos y con otra estrategia comunicacional.
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