Para Madonna, el color local es un lugar mental (y ecléctico), pero también físico. En su disco Confessions on a Dance Floor no es casual, pues, que dedique un tema a declarar abiertamente su amor por New York, meca de la mezcla, la variedad, el caos y ciudad que adoptó como propia después de abandonar su Michigan natal. De budista a cabalista, de inmaculada a erótica, Madonna ha recorrido el mundo travelling down her own road sin moverse (y moviéndose como nadie) de la pista de baile y jugando con las lenguas y los lenguajes. Caótica, mística, atlética, reinventándose en su música, ha demostrado ser más americana que el american pie haciendo, por un lado, lo que los grandes músicos saben hacer -es decir, versionando con honor algunas canciones tradicionales de su país, como Fever- y, por otro, construyendo un sonido que es a la vez local y universal. Nacida, como una virgen, para exaltar los ánimos, ha corrido la voz para fundar la iglesia o la patria de la disco y el dance -ella, la non sancta y la apátrida-. La frase I’m ready to jump, del tema homónimo, ejemplifica magníficamente ese doble juego entre religiosidad y danza: estar lista para saltar invoca un acto de fe (el salto al vacío) y el comportamiento lógico (el salto frenético de los bolicheantes) al oír su música. Con discos geniales y cambiantes, metamórficos como True Blue, Like a prayer o Ray of Light, ha logrado que sigamos preguntándonos, todavía hoy, quién es esa chica.
Un detective suelto en Londres
Pensar de tarde en tarde en Sherlock Holmes es una/ de las buenas costumbres que nos quedan, decía Borges, y esa buena costumbre fue precisamente la que produjo el encuentro de Viviana Centol (guionista y autora de cuentos para chicos) y Carlos Vogt (dibujante de, entre otras, Pepe Sánchez) en la irreal casa museo de Sherlock Holmes, 221 de Baker Street, Londres, y luego Abbeyard de Scotland Yard (Thalos, 2006, 168 páginas).
Putas, fantasmas y funcionarios
Abbeyard combina dos géneros tan populares como entretenidos: la comedia y el policial. Los diálogos, que no son hilarantes ni pretenden serlo, arrancan sonrisas pero, sobre todo, establecen un tono cómico que va de la mano de la aventura, que pone el ritmo de la lectura y hace que saltemos de un breve capítulo al siguiente con ganas y sin esfuerzo, junto con el dibujo ideal de Vogt para este tipo de relato. La intriga y el misterio, con un par de vueltas de tuerca, dan la estructura policial de este álbum autoconclusivo que revisita el caso del padre de los asesinos seriales, Jack el Destripador, a la vez que parodia la mítica figura del detective. Así, veremos a Archibald Abbeyard, oscuro archivista de Scotland Yard, tratando de resolver el crimen de Belle, una prostituta a la que frecuentaba, asesinada después de una visita suya. La primera variante con respecto al policial clásico aparece, valga la redundancia, con la aparición del fantasma de Belle.
La muerta que habla
El género inventado por Poe en aquel tríptico maravilloso de “Los crímenes de la calleMorgue”, “La carta hurtada” y “El misterio de Marie Rogêt” juega, en el comienzo de “Los crímenes…”, con la idea del gótico y lo fantasmal, para liberarse inmediatamente de eso porque el policial será un género realista, o sea, racional -esa tensión entre la solución fantástica y la realista es bien explícita en los geniales cuentos fantástico-policiales de Chesterton-. Centol hace “carne” lo que las series al estilo de CSI dicen metafóricamente: los cadáveres (los muertos) hablan. Algo de la película Ghost se cuela por acá, no sólo por el tono sino también porque va a haber alguien que verá a la muerta y que deberá ayudarla a resolver su asesinato para intentar que la pobre pueda descansar en paz.
“I can see dead people”
Si algo le faltaba al pobre, al pusilánime, al torpe Abbeyard, era ver gente muerta. Harto del sometimiento de su vida matrimonial y de un trabajo donde lo explotan y menosprecian constantemente, pero no demasiado convencido al principio con la idea de andar acompañado de un fantasma, la prostituta muerta le hace notar que con la ayuda de alguien que puede atravesar paredes y no ser vista le resultará fácil resolver su crimen y el de las otras prostitutas y obtener así una posición mejor (un puesto como detective, su sueño) en Scotland Yard. Con peleas, borracheras, más fantasmas y falsas pistas, a través de una Londres recreada con frescura tanto en sus lugares como en sus personajes por la expresiva pluma de Vogt, la puta y el archivista intentarán llegar a la verdad, pero no será tan sencillo como parece.
Elemental, mi querido Abbeyard
Por sus características, Archibald Abbeyard representa el reverso exacto de lo que se esperaría de un detective a la Holmes: nacido más bien para ser Watson, Archibald está casado, tiene un trabajo típico y rutinario y no es para nada inteligente. Desde Dupin -el personaje de Poe y padre de los grandes (y no tan grandes) sabuesos de la literatura- el celibato, el ocio y el genio hacen a la esencia del detective porque lo vuelven un marginal, alguien que está fuera de las instituciones sociales (el matrimonio, la familia), que es ajeno al circuito capitalista del dinero y que no se deja guiar por el sentido común, sino más bien por un pensamiento propio de tipo lateral. Abbeyard trabaja,para colmo, en Scotland Yard, cuerpo policial vituperado por Conan Doyle a causa de la proverbial estupidez de sus miembros (el jefe inspector y Ferguson son caricaturas de los ya caricaturescos personajes Lestrade y Gregson del escritor británico). Un rasgo conserva Archibald, sin embargo, de los detectives: el gusto por la lectura, sobre todo de los archivos de asesinatos no resueltos, aunque eso no se vuelve en su caso una capacidad para leer correctamente las huellas dejadas por el asesino en la escena del crimen.
Una (otra) de fantasmas
El misterio se resolverá para el lector, pero no para los investigadores de la ficción (como corresponde en una parodia al género), quienes no obstante perseverarán, hacia el final, en la idea de poner una agencia de detectives con la ayuda de los fantasmas que han ido conociendo en su aventura, lo cual (creen) les garantizará el éxito. La galería de personajes secundarios que va surgiendo en el recorrido, sumada a los tontos conocidos y consagrados, augura nuevas y graciosas y entretenidas aventuras a cargo de la dupla Centol-Vogt.
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