El aguafuerte de hoy es una post-data a mi artículo Tres modelos de producción en la historieta argentina»,
donde resumo un poco las pautas de producción que acompañaron a la historieta en su recorrido desde una Industria del Entretenimiento hasta la situación actual, algo que Laura Vázquez estudia en detalle en su magnífico
«El oficio de las viñetas». Tanto el libro de Vázquez como mi artículo apenas bocetan un modo de producir historietas en este país acorde a nuestros tiempos. Personalmente, apenas si le puse un nombre, «Modelo Autoral»,
y sugerí unas pautas muy básicas en torno a la relación del historietista con la obra, con el oficio, con el lector, etc.
Partamos por la base: en Argentina la gente no compra la suficiente cantidad de historietas como para generar un capital que permita a un número considerable de personas vivir de la historieta.
Entonces:
Publicar historieta en Argentina no sólo no resulta redituable, sino que son tan sólo unos pocos los que pueden vivir del cómic, entonces/ porque muy pocos pueden dedicarse a esta actividad a tiempo completo. Esos pocos,
salta a la vista, están pensando más en el día de cobro que en la calidad del producto que ofrecen, y dedican ese tiempo completo a elaborar un producto que sepa satisfacer las demandas (estéticas, estilísticas y
conceptuales = políticas) de los medios en que publican (o pretenden publicar).
Después estamos aquellos perejiles que nos dedicamos al cómic a tiempo parcial, aquellos que trabajando como empleados o por cuenta propia (ya sea como ilustradores o barrenderos, es exactamente lo mismo: no es
historieta*) optamos por ganar en un mes el doble de lo que ganaríamos, aquí y ahora, haciendo un cómic que nos llevase idéntica cantidad de tiempo.
Decía Dave McKean sobre su paso por el sello Vertigo:
«Fue como si los locos comenzaran a dirigir el manicomio (…) Es como lo que sucedió en el cine norteamericano de los años ´70, cuando cineastas como Francis Ford Coppola, Martin Scorsese y compañía aprovecharon
la crisis de los grandes estudios para comenzar a contar sus propias historias».
Son célebres los casos de cineastas que como John Cassavetes eligieron darle la espalda a Hollywood, a fin de obtener una mayor «libertad creativa». Podría parecer que el «Modelo Autoral» responde a una táctica parecida,
pero la verdad es otra: en el cómic argentino no hay Hollywood, y si lo hay ya está ocupado por los 5 mediocres de siempre (y sus amigos). No hay nadie, entonces, que nos obligue a producir de una manera determinada, a
producir obras «por kilo» según la jerga Accorsiana. Hoy en día se puede elegir (intentar) hacer las cosas bien desde el principio, sentarse y pulir el trabajo todo lo que se desee, hasta que quede como a uno le gusta, sin
que esto signifique la imposibilidad de publicar. La irrupción de los webcómics propiciaron el derrumbamiento de la escala de valores en la que se apoyaba la industria para «medir» obras de arte. Esta «anarquía cualitativa»
no fue en absoluto rechazada por el público: no es casualidad que no pocos de los libros de historieta que hoy se ven en las librerías se hayan publicado anteriormente online de forma gratuita, sin filtros editoriales.
Sobre estos mismos libros: se los suele maltratar con el término despectivo «fanzines de lujo»: distribución deficiente, bajas tiradas, «bajo nivel artístico» etc. Pero al contrario que durante el «Modelo de Autogestión»,
donde los fanzines se propusieron como un «sucedáneo de industria» (tanto desde la parte organizativa – con la A.H.I con sus cuotas y sus presidentes – como desde la parte puramente física – «no hay otra cosa»- ), hoy en día
hacer circular la obra de forma reducida, salvaguardar los costos y poco más, es otra forma, simultánea y complementaria, de no dejar de hacer historieta. Porque dos cosas son ciertas:
1 – «Los industriales» se quejan de que no hay trabajo, de que no se puede vivir del cómic, de que nadie lee historietas, de que «los autorales» no sabemos dibujar y nuestras historias no tienen pies ni cabeza. En fin, se quejan
de que SUS historietas están en crisis: su castillo de naipes se desmorona, y lloran.
2 – «Los autorales», mientras, sacamos obra. En baja tirada, sólo en librerías, de lujo, en fotocopia, mal dibujadas, sin guión, en alpargatas, abajo del agua: obra.
Pero, esta obra: ¿a dónde nos va a llevar? Toda cultura por fuera del mainstream («independiente») auténtica y con peso propio, tarde o temprano es absorbida por las corrientes principales de la cultura (y como resultado –
en su relación simbiótica – por la industria, siempre en busca de productos frescos). Basta con fijarse en Harvey Pekar, el Punk, la remera de El Che, etc. En cambio aquello que los tentáculos del mercado dejaron ir, rara
vez vuelve a repetir su éxito inicial. A quienes pretendan que la historieta encuentre su lugar, que vuelva a ser un trabajo, etc, adóptese una actitud maratónica: háganse historietas con peso propio, abandónense
«los laureles que otros supieron conseguir».
*Nota: vaya uno a saber qué estúpido esquema de jerarquización indica que está bien que un historietista se gane el pan como ilustrador y/o diseñador gráfico, solo porque así «al menos puede dibujar, que es lo que le gusta».
Equivale a decir que un peluquero que trabaja de cortador de telas «al menos puede usar la tijera y el pulso». El historietista de verdad, el autor, dice lo que tiene que decir en forma de historietas, no dibujos. El dibujo
es al historietista lo que la fotografía al cineasta.
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