LO BARATO SALE CARO
«Aquel que se sienta y espera» compra casi exclusivamente en comiquerías. Cuando se trata de material nacional, es el primero en quejarse de
los precios, como si los costos de impresión y distribución se hubiesen congelado en el 1 a 1 menemista. Pero el material extranjero, en cambio, lo
compra aún con cierta resignación, o la variante más común: el odio al librero, «explotador malnacido». Este odio no tiene mucho goyete, si tenemos
en cuenta que nadie nos obliga a comprarle. Somos nosotros los que decidimos qué leer, cuándo, y a cuánto; no el dueño de una comiquería. Podemos
no comprarle* (ver nota al final del artículo).
Pero esta rebelión es impensable para «Aquel que se sienta y espera», ya que rebelarse significa levantarse de la silla, y hoy mismo. Prefiere seguir
comprando donde y como siempre, haciendo pasar sus penurias de consumidor por un castigo divino. Peligrosamente, decide comprar lo que hay, no lo que
quiere. Digo peligrosamente porque un día, poquito a poco, «lo que hay» y «lo que quiere» se vuelven una misma cosa: adicción. A partir de allí,
mantendrá con la comiquería una relación junkie-dealer. «Aquel que se sienta y espera» se verá arrinconado por dos flancos: lo que el librero importa,
y/o lo que su bolsillo le permite. Bueno y barato ya no serán sinónimos, y esto no es casualidad. Según como lo veo yo, es decir de una manera salvajemente
simplista, funciona más o menos así:
En todo sistema de producción moderno se tiene un capital inicial, el cual se invierte en manufactura, publicidad, y distribución/venta. En el caso
de los cómics: ¿en qué se invierte, tradicionalmente, el capital? (Tachar lo que no corresponda)
a) En una obra hecha por gente entrenada para repetir fórmulas, a fin de conseguir más por menos, pagándole así al autor un precio acorde a un esfuerzo
que no vas allá de la simple ejecución técnica.
b) En una obra para la cual el autor exige a cambio, una remuneración bastante más elevada que la de alguien que dibuja una y otra vez lo mismo sin
detenerse jamás a reflexionar qué, o porqué hace lo que hace, ya que el autor de esta categoría debe emplear casi todo su tiempo, desde la reflexión
inicial hasta su hechura, para la cual a su vez no está entrenado a tiempo completo, ni mucho menos de una forma mecánica, sino que se cuestiona
sobre la marcha, todo el tiempo, cada uno de los aspectos formales, sin llegar por esto a cumplir nunca la periodicidad necesaria en toda producción
en masa con el fin de abaratar los costos (ni qué decir que no pocas veces las reflexiones de los autores de la categoría b) ponen en cuestión la
mismísima validez de las obras de la categoría a), atentando así contra la industria… desde la industria misma, algo totalmente inconcebible! Por esto
mismo sostengo que la invalidez intelectual del comic de entretenimiento masivo no es sólo el resultado de su «sistema de producción»: es también su base
ideológica. ¿O acaso puede esperarse que fomentando la reflexión entre los consumidores, estos compren sin chistar lo que sea al precio que sea, desde
Superman hasta Jesucristo, pasando por la guerra en Irak?
Financieramente, todo se perfila en favor de la opción a). Invirtiendo menos en la manufactura del producto, se puede aumentar la publicidad y la tirada
(lo que abarata aún más el costo por producto), es decir, podemos vender más cantidad a menor precio: mayor ganancia para todos, desde el que dibuja
(porque dibujará más cantidad, no porque le paguen más por cada historieta), hasta el librero. Inocentemente, hasta el lector cree salir ganando,
cuando se pone a comparar calidad del papel, tinta, tamaño, cantidad de páginas; en fin, todas esas cosas en las que se fija alguien cuyo nivel intelectual
es regulado desde la obra misma, haciéndole medir con la misma vara tanto su crossover «Batman vs. Superman #456«, como «Epiléptico» de David B.
EDUCAR AL SOBERANO
En relación a esto último, hace poco un colega se preguntaba (http://hablemosdehistorietas.wordpress.com/2010/07/18/de-la-importancia-de-la-edicion/):
«(…) Todo esto me lleva a pensar en la enorme responsabilidad del dueño de una comiquería a la hora de formar un público lector. ¿Será consciente
de esta responsabilidad?»
Dicho de otra forma: ¿Sabrá que si en lugar de traer «Lost Girls» de Alan Moore trae la adaptación al cómic de la enésima película del Hombre Araña
contribuye al progresivo embotamiento mental de más de uno?».
En mi opinión, más allá de tener un negocio («vender historietas como quien vende chorizos», parafraseando a Alberto Breccia), ser el dueño de una comiquería
significa también ser parte de todo un sistema ideológico: queda en el comerciante elegir cuál. El librero no es, en todo caso, un formador de público aislado,
sino parte de un engranaje, al igual que el profesional que se presta a dibujar lo que esa temporada hay que dibujar. Para poder mantener el negocio a flote,
y en lo posible enriquecerse a costa del cliente (recordemos que el comic es antes que nada un comercio, no un ente de beneficencia), el librero deberá acatar
las imposiciones del mercado, que a su vez depende de las de la industria, o como le llamé anteriormente, el «sistema de producción». Es a los intereses de
este «sistema de producción», desde la cúspide -el productor- hasta la base -el vendedor-, que se formará al lector.
En este artículo (http://www.lanacion.com.ar/nota.asp?nota_id=477718), la entrevistada lo explica de forma muy simple, basta con aplicar la idea en
lugar de al tango a la historieta:
«Un ídolo impuesto por el aparato publicitario de una gran empresa grabadora puede vender unos diez mil discos; en cambio, un clásico como Horacio Salgán, sólo
cien. ¿Comprende el negocio? Por supuesto, el ídolo es una estrella fugaz, y Salgán, un clásico. Pero todo es parte de un trabajo sutil: lograr que en la mente
de la gente entre el mandato de que tiene que comprar lo que le ofrecen porque está de moda, porque es lo que todo el mundo escucha, o porque queda bien. Comprar
lo que le mandan, pero no lo que auténticamente prefiere».
«El mandato», dice la entrevistada. Antaño, más de un paranoico diferenciaba a los que «lo hacen por dinero» de los que «lo hacen por poder», para dictaminar
mandatos. Pero todo es mucho más simple, basta con juntar ambos extremos: «se hace dinero para tener el poder de hacer dinero»; o en nuestro caso, «se embota al
público para hacer dinero, que a su vez se invertirá en embotar al público».
SUBLEVATE
Visto así, rehusarme a ser «Aquel que se sienta y espera» es un acto político. Yo elijo qué leer, y no un librero que importa su material bajo las indicaciones de
un distribuidor; y leeré a un precio que yo crea justo, y no al que el librero decida cobrarme por hacer un trabajo que yo también puedo hacer* (ver nota al final
del artículo). Yo elijo, porque lo que leo me forma como lector, y ser lector es, a mi juicio, una de las formas más interesantes y completas de ser persona.
Para otro día queda un tema que se desprende: todo lector, ya sea aquel que se forma a sí mismo, o aquel que se deja formar por el «sistema de producción», es un
autor en potencia. ¿Qué clase de obra puede salir de allí?
*Nota:
Si no esbozara una posible solución al problema que acabo de señalar, este artículo no pasaría de ser una simple queja. Afortunadamente, el problema se limita al
material extranjero, ya que los editores nacionales sí pueden ejercer un cierto control sobre el precio de venta de sus libros. Por ende insisto: comprar novedades
nacionales en comiquerías resulta ser lo más práctico (así y todo, y no excento de un cierto activismo, lo ideal es aprovechar los eventos comiqueros, puesto que
allí podemos comprar de manos del distribuidor o incluso de los mismos editores, y hacer que el dinero vaya a parar en su totalidad a manos de quien lo manufactura,
ayudando a la editorial a que su negocio reditúe de forma más rápida).
Para el material extranjero, intentaré resumir el asunto en términos numéricos:
Una vez que el librero, entre la pila de «Spiderman vs. Mario Bros», decide traer un (1) ejemplar de un cómic medianamente digerible, estamos listos para pagar
el precio que él decida, que suele ser el precio de tapa multiplicado por 7. A modo de ejemplo, «Asterios Polyp» cuesta 30 dólares (unos 115 pesos), pero en una
comiquería lo terminamos pagando unos 230 pesos, o sea unos 60 dólares. Esto significa, básicamente, que debo pagar el doble del precio real sólo porque vivo en
Argentina y no en Estados Unidos:
a) El precio de venta al público (cuando la comiquería pagó precio de comercio, que ya de por sí le brinda un 30% de ganancia).
+
b) La importación.
+
c) La ganancia para la comiquería (el hecho que yo tenga que desplazarme hasta su negocio a pedirle que por favor me lo venda al doble de lo que en realidad cuesta,
sólo porque ellos se tomaron la molestia de efectuar el punto b).
Para los que prefieren prescindir del punto c) y ahorrarse como mínimo el 50%, comprar por internet es la alternativa más fácil. Basta una tarjeta de crédito, o un
amigo que una vez al mes esté dispuesto a prestarnos la suya. El resto es, literalmente, como subir una foto a un blog.
Lo bueno es que en EEUU, un libro con un mínimo rayoncito en la tapa, la puntita de una página doblada, es el apocalipsis total, y se vende a menos de la mitad del
precio de tapa. Así conseguí, usados pero como nuevos:
-«Watchmen» a 4 dólares (unos 20 pesos).
-«V for Vendetta» a 7 dólares (unos 30 pesos)
-La adaptación al comic de «Playback«, novela de Raymond Chandler que jamás, ni en mi sueños, comiquería alguna hubiese traído: 1 dólar (unos 4 pesos)
Para las novedades, el producto más el costo de envío (unos 30 pesos) cuesta la mitad de lo que pagamos en comiquerías, y nos llega a la puerta de casa.
Por último, para material nacional y extranjero clásico y/o descatalogados, los sitios de compraventa entre usuarios resultan muy recomendables, no sólo porque
se encuentra material raro, sino porque se puede regatear el precio. Obviamente es material de segunda mano, pero suele estar siempre en perfecto estado. Así
conseguí algunas revistas «Shock Suspenstories«, de la editorial EC a 10 pesos c/u (sólo las vi en una comiquería, a unos 20 pesos c/u) y «Dime Oscuro» a 15
pesos (en castellano está descatalogado, en inglés cuesta unos 150 pesos).
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