Hay una discusión que recorre siempre las aproximaciones a la obra de Gustavo Sala y es la de si su obra forma parte de eso que podría llamarse absurdo. El absurdo no ha llegado a convertirse en un –ismo, quizás porque el absurdismo requeriría de una cierta sistematización que, en este caso, no puede preverse (o perverse).

Gustavo Sala

30/01/2009

| Por Staff de Comiqueando

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Para Amélie Nothomb, el color local es el blanco del chocolate belga y de la bandera de Japón. Hija de un diplomático belga, Amélie cuenta con maestría, en uno de sus libros de línea autobiográfica (Metafísica de los tubos), su decisión de ser japonesa. Nacida, valga la redundancia y la paradoja, en el país del Sol Naciente y divinizada por su niñera nipona, optó por mostrar primero su conocimiento de la lengua japonesa. Aunque desarrollará un lenguaje personal, el “franponés”, llegó a admitir (ya adulta y con un empleo en Japón) que durante una breve conversación telefónica con Bélgica “el fuerte acento de mi tierra me conmovió más que nunca”. Pasó también algunos años de su infancia en China, tierra que le permitió vivir su propia Ilíada cuando se enamoró perdidamente de una nena italiana llamada Helena (al parecer, Troya estaría ubicada un poco más al este de lo que suponíamos). Su paraíso terrenal tiene la forma de un jardín japonés. Su vuelta a la tierra de los samuráis de ojos rasgados, sin embargo, no resultó como lo esperaba (aunque hay que leer la reciente Ni d’Eve ni d’Adam para ver que no es tan así), según nos enteramos en Estupor y temblores, novela clave dentro de su obra: el título remite al protocolo ceremonial nipón, “que establece que uno deberá dirigirse al Emperador ‘con estupor y temblores’”. El choque de culturas se ve en sus novelas desde la perspectiva siempre atónita y única de Amélie, cuyo Japón aparece también en la excepcional Atentado, una novela de imaginación (la otra mitad de su obra) que no la tiene como protagonista. Lectora autodidacta, aprendió sus primeras letras leyendo un álbum de Tintín: en Biografía del hambre cuenta que un día su madre la vio hojeando a escondidas una Biblia, su otra gran pasión, y le dijo: “¿Para qué perder el tiempo con la Biblia cuando podrías estar leyendo Tintín?”. Fanática del chocolate, de Japón y de las citas de autores franceses y griegos, ha sido elegida recientemente como la mejor autora francesa por escribir en francés, lo que ha causado cierto revuelo ya que su nacionalidad es, en realidad, belga. Cosmética del enemigo, Higiene del asesino, Ácido sulfúrico, El sabotaje amoroso, Las catilinarias son otras de las maravillas de esta autora franponesa, ni de oriente y ni de occidente.

Sala de(s)control


Hay una discusión que recorre siempre las aproximaciones a la obra de Gustavo Sala y es la de si su obra forma parte de eso que podría llamarse absurdo. El absurdo no ha llegado a convertirse en un –ismo, quizás porque el absurdismo requeriría de una cierta sistematización que, en este caso, no puede preverse (o perverse). Sería, además, algo así como el barroco que, para algunos, no puede anclarse a un determinado período de la historia, sino que constituye una suerte de modalidad del arte, de corriente que fluye por el tiempo. Claramente, lo de Sala no es el absurdo de La cantante calva de Ionesco, y no es tampoco el fortuito y exquisito cadáver de un paraguas que se encuentra con una máquina de coser en una mesa de disección surrealista (sic). Está, si se quiere, cerca del mal llamado absurdo de Peter Capusotto. Como escribe, en forma de pregunta, Lautaro Ortiz en “La dimensión de lo absurdo” (en esas cuatro paginitas que se editaron con motivo de la muestra Desorden en la Sala en el C. C. Recoleta), “¿cómo es posible que construya con sólo algunas viñetas un mundo tan ilógico y a la vez con tanta lógica?”. Quizás no hay que buscar una respuesta, que es lo que hace el propio Sala, huir de las definiciones. Quizás haya que buscarla en la distancia que hay de una “gloriosa pelotudez” (Sasturain dixit) a una gloria pelotuda.

Soy rockero, fanzinero, ricotero, marplatense…

Tentador, sin duda, sería tratar de construir una biografía de Sala a partir de sus tiras. Podríamos caer en grandes errores o en pequeños, no interesa mucho, pero esas tiras o esos cuadros, quiérase o no, nos hablan de él, de su universo (más que mundo), de sus inspiradas y aspiradas visiones (sería tentador verlo hacer una tira autobiográfica en Historietas reales más que nada,

pero puede uno sacarse un poco las ganas leyendo la entrevista de Comiqueando Extra 12). Cabría, tal vez, hablar de delirio en el sentido etimológico del término: delirar es salirse del surco cuando se está arando un campo (Sasturain dijo, no casualmente, que “el arte de Sala desborda, se sale: del cuadrito, del género, de las convenciones, de lo debido”). Pero delirio se acerca peligrosamente a locura, y no estaría bien hablar de locura como no lo está hablar de absurdo, salvo por el hecho de que los locos, se sabe, siempre dicen la verdad, y hay mucha verdad en las tiras de Sala. Desde su fanzine Falsa Modestia hasta Bife angosto (recopilación de la tira homónima, publicada en el suplemento No de Vágina/12, a cargo de la editorial bastión del humor gráfico argentino, De la Flor), pasando por el librito Falsalarma, Sala se ha dedicado –digamos– a crear(se) y recrear(se) (en) la historieta de humor y el lenguaje y las posibilidades de la historieta en general. Y ha demostrado que le da el cuero o el papel para hacerlo, hablando tanto sobre el propio medio historietístico (con referencias más o menos claras a otros humoristas y a personajes más o menos clásicos) como sobre diversos elementos de la llamada cultura joven: el rock, los mensajes de texto, los cinéfilos festivaleros, la televisión, las tribus urbanas, el sexo, la web y las drogas.

Mi mente dormir/ bajo tu influencia


Sala reconoce influencias tan diversas como Carlos Nine, Crumb, Ren y Stimpy, El Niño Rodríguez, la revista Mad, Dani The O, Fayó, Burns, Bagge, Miguel Cantilo y Mariano Grondona. Más allá del chiste de estos últimos dos nombres, hay también ahí algo de verdad: Sala recibe inspiración de la música y de la realidad, tanto televisiva (si es posible llamarla realidad) como callejera. Sala respira esa realidad smog y eructa su bife angosto, corte bien argentino con todos los condimentos de nuestra sociedad, carne picada sobre un espejo blanquecino que tuvo, definitivamente, otros usos. Sala procesa, como una moulinex, toda la basura y todo lo deshecho (todos los desechos) para producir un alimento nacional y no perecedero, de aspecto sospechoso como una morcilla de la Costanera pero igual de sabroso. Y es en ese proceso de reorganización (ir)racional donde se forja su estilo, que para muchos se volverá, a su vez, una influencia que deberán procesar si quieren ser igual de talentosos, igual de originales. Se recomienda seguir, si quieren, las instrucciones para cocinar una tira como la suya que da el propio Gustavo al final de la recopilación de Bife angosto, en ese material extra fantástico e inédito que agrega al conjunto de las tiras ya publicadas.

Cagándose en Argentina


La sátira es, indudablemente, una de las marcas registradas de Sala, que sabe ver lo que a otros les pasa desapercibido en este mundo, tan musical y tan moderno, en el que vivimos o intentamos vivir. Desde su dibujo recargado como el chorizo Neo y perfecto porque puede representar todo lo que (se) le ocurre, hasta las palabras que escribe con su oído absoluto y su dicción argenta (muchos historietistas hay que olvidan que también se debe saber escribir para hacer historieta), Sala recoge lo que circula y agrega siempre un plus, por ejemplo al retomar el popular cantito “Luca no se murió,/ Luca no se murió,/ que se muera Cerati/ la puta madre que lo parió” que produce la muerte efectiva de la voz de Soda Stereo y su posterior reacción, ante los que lo condenaron, con un políticamente incorrecto “Cabezas…”; o cuando nos presenta a Cacho Rimbaud, el compositor de cantitos de cancha, que tiene que hacer una canción para la hinchada de Vélez, famosa justamente por tener canciones muy inspiradas y originales. Ese es, entre otros, el plus detallista de Sala y otro de los puntos en común con Peter Capusotto, en su unión de la sátira del mundo de la música con la magistral combinación de lo alto y lo bajo como en el personaje de Luis Almirante Brown. También refleja mucho de la cultura argentina y de esa costumbre tan argentina de pedir usar el baño en los bares de la ciudad en su historieta “El baño”, por la que ya alcanza para comprar la nueva edición de la Fierro y que recuerda a esa otra gran escapada de la historieta argentina que fue “Las puertitas del señor López”. En esos personajes que necesitan con urgencia ir de cuerpo (y alma) hay algo que nos representa a nos los representados del pueblo de la nación argentina, como ir al baño después de comer un bife angosto o una buena tira de asado.

Una aventura de Gustavo Chala, el historietista inflamable, en: “Pasos al costado”


Si uno mira una tira de Sala, se notan a simple vista un estilo visual ya propio, un lenguaje elaborado y entrador, una estructura prolija y sorprendente. Quizás todo eso está condensado en la presentación de cada tira, que conforma a la vez su título y su primer cuadro (por lo significativo) y su firma, aunque el nombre no se digne a aparecer ahí, pero ya toda la carne está en el asador. Tenemos primero el característico “Una aventura de…”, después un nombre reconocible y casi siempre deformado (el editor del No aventuraba que “salir en una tira de Sala es ser parte innegable de la cultura joven” o, como quería Borges, lograr “el arduo honor de la tipografía”), junto con una aclaración o declaración de la esencia o del oficio de ese personaje, más la preposición “en” seguida de los dos puntos y el título de la aventura, que suele ser una frase popular o el título de una película o el verso de alguna canción. Y eso, repito, nada más que en un rectangulito vertical equivalente en tamaño a media viñeta de tira, pero extrañamente legible. Después de esto, sí, los tres o cuatro cuadros que forman el propiamente dicho “Bife angosto”, jugosa delicia argentina de nivel internacional pero difícilmente exportable (como Inodoro Pereyra, aunque por motivos quizás distintos). Sala está en estas tiras mucho menos grosero (en sentido literal) que antes, pero sigue siendo igual de grosero (en el sentido de “muy groso” que la palabra tiene en Zárate). Está siempre avanzando con pasos al costado, moviéndose y escapándosele al molde, una forma inigualable de avanzar.

La anteSala del Oski

Quino contaba que Oski le había recomendado que, para testear cuándo se había agotado una tira, tapara el último cuadrito con una mano y se lo mostrara a alguien; si esa persona adivinaba qué iba a ocurrir en el remate, era el momento de dejarlo todo. Con Sala ocurre algo raro: uno puede tapar cualquier cuadro y hasta el lector más avezado no podrá descular la sorpresa que se esconde atrás de la mano.

Cuando en un lejanísimo futuro al inmor(t)al Sala le toque entrar en la inmortalidad, en cualquier convención de comics se escuchará, cual himno nacional, la más maravillosa música en la voz del pueblo comiquero: “Sala no se murió,/ Sala no se murió,/ que se muera (nombre de un historietista despreciado por las masas)/ la puta madre que lo parió”.

Para leer más tiras de Gustavo Sala: www.angosto.blogspot.com

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