Puedo ver en librerías y en la web una sorpresiva cantidad de adaptaciones de clásicos de la literatura al cómic. Hojeando algunas de ellas, advertí un patrón que me hizo sospechar de la existencia de una tácita «Fórmula de adaptación de clásicos de la literatura a la historieta».
Antes que nada, vale aclarar qué significa para las editoriales el concepto de «Clásico de la literatura»: «obras cuyo autor murió hace 70 años o más, por lo tanto su obra pasó a ser de dominio público y nos libramos de pagar derechos de autor». De allí editoriales distintas publiquen sus versiones en cómic del mismo libro, en su mayoría novelas del período victoriano.
Tarde o temprano uno se pregunta ¿para qué adaptar, si así como está la obra ya está bien? En un video-reportaje José Muñoz criticaba las intenciones editoriales de darles a los «tontitos» -sic- algo para leer mientras esperan a que se les despierte el interés por leer libros «de verdad». Tomando en cuenta ciertas notas de prensa de algunas editoriales extranjeras donde abiertamente admiten que su noble propósito es acercar a los jóvenes a la lectura (leyeron bien, «a la lectura», no «a la historieta»), podemos afirmar que Muñoz no anda tan lejos en sus afirmaciones. Es decir, la historieta no es nunca un fin en sí mismo, sino un medio, un puente que el iletrado total ha de cruzar para llegar al arte verdadero.?Entonces, si el arte a alcanzar son los «libros de verdad», y el puente para alcanzarlos son las historietas: ¿Qué aspecto deberán tener esas historietas? ¿A qué criterios deberán ajustarse los historietistas para llevar a cabo dicha tarea de «ingeniería», ese puente? Leyendo estas adaptaciones de las que hablaba el principio, se aprecian enseguida unos ingredientes básicos:
1- El mote.
Las adaptaciones se llamarán siempre «Novelas Gráficas», pero no del mismo modo que Maus, From Hell o Jimmy Corrigan, donde la novela gráfica es un resultado: «tengo un cómic de 200 páginas, necesariamente he de llamarle novela gráfica». En la «Fórmula de adaptación», en cambio, el mote es una pauta, un condicionante: «tengo un producto llamado Novela Gráfica, necesariamente ha de tener 200 páginas».
2- El título.
Por cuestiones comerciales, es indispensable que la adaptación pueda titularse igual que la obra original, por ejemplo, «Hamlet: el cómic». Pero al mismo tiempo, por cuestiones morales (y comerciales, vamos), el producto tiene que «merecer» ostentar el título original. Por este motivo, en esta fórmula quedan prohibidas las adaptaciones libres, lo que nos lleva al siguiente punto:
3-Un problema moral: Fidelidad al original.
En un jugo de naranja artificial, el porcentaje de jugo verdadero empleado en la elaboración de la bebida parece autorizar, moralmente está claro, a poder llamar al producto «jugo de naranja». «No es the real thing, pero nos acercamos en un tanto por ciento». ¿Cómo traspasar un texto literario a imágenes, y seguir siendo fiel al original?
Mediante esta fórmula esto se resuelve muy fácil: el texto se toca lo menos posible, uso indiscriminado de grandes cartuchos de texto con párrafos enteros del libro. De esta forma, como en el jugo de naranja, cuanto mayor sea el porcentaje de texto original incluido, más ampliamente se supera, aparentemente como veremos, el problema moral de la «fidelidad al original».
4-La realización gráfica.
¿Cómo dibujar la adaptación? Para el marketing actual, pareciera, otro componente básico de la fórmula es un dibujo «comercial», potable para un gran público compuesto en su mayoría por jóvenes más preocupados por el último modelo de teléfono celular que en las obras de Oscar Wilde. Esta idea de lo «comercial», el famoso «lo que vende», se basa exclusivamente en el criterio de editor, quien, para que negarlo, puede conocer a fondo los libros a adaptar pero evidentemente, y como demuestran los resultados, no necesariamente ha de saber en qué consiste una historieta bien lograda. Según los editores, siempre basándome no en declaraciones directas sino en el material que publican, un dibujo «comercial» ha de ser «actual y dinámico» (sinónimo de «manga y super-héroes mal entendidos»): es decir, una estética que en nada refleja la atmósfera de la obra original (para ejemplos concretos contamos con la colección de Shakespeare Manga, o la reciente película de Sherlock Holmes, entre otros).
Y acá es donde surge la principal contradicción: se le es fiel a la obra original desde el texto, no recortándolo demasiado, pero se le es infiel desde el dibujo y la narrativa, desde la forma misma: desde la historieta. Nos encontramos así con el texto original envuelto en una forma que lo traiciona.
Es también allí donde falla el propósito «educativo» de la fórmula: suponiendo que en efecto estas adaptaciones lleven a los jóvenes lectores a acercarse a la literatura, ¿qué pasará cuando el adolescente o niño que leyó primero la adaptación se acerque al texto original? Se encontrará con una obra literaria que en poco y nada coincide con la versión en cómic. Tras esto, en el mejor de los casos si es que el lector tiene dos dedos de frente, lo más probable es que termine considerando a «Los crímenes de la calle Morgue» una obra maestra, y a su adaptación al cómic un pálido reflejo.
A mí, como historietista, lo que más me apena es ver cómo, bajo esta fórmula, la historieta una vez más termina pagando los platos rotos: primero se la usa, o mejor dicho abusa, para acercar a los jóvenes no a la historieta, sino a la literatura. Segundo, la historieta, en la visión que se le brinda el lector novel, está condenada de entrada a traicionar a la obra original. Y por último, dada que la intención no es complementar a la obra original ni mucho menos superarla, la historieta siempre quedará como «lo mismo que la novela, pero más fácil de leer». Es en estos mismos puntos donde el cómic como medio se resiente, donde empieza a considerárselo «la hermana menor» de la literatura. Personalmente no tengo mucho problema con esta injustificada calificación. Pero: ¿qué clase de persona abusaría de su «hermana menor»? O partiendo más desde mi labor de historietista: ¿estoy dispuesto a dejarme abusar por mi hermano mayor de esa manera? ¿Es posible hacer adaptaciones al cómic por fuera de esta fórmula, historietas que se afirmen como algo independiente de la obra adaptada y la complementen, obras de arte en sí mismas? Alberto Breccia, Guido Crepax, Dino Battaglia y David Mazzuchelli demostraron que sí.
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