Sin City, de Frank Miller
Tengo un problema que a veces me despierta por las noches y me deja desvelado. Un problema que cualquier coleccionista que se precie de tal combatiría con todas sus fuerzas. Una burla de la naturaleza (y lo digo tras haber pateado por kioscos, comiquerias, puestos, casas de amigos, tan sólo para conseguir un número si había alguna posibilidad de que estuviera por ahí) si tenemos en cuenta que colecciono comics, muñecos, revistas de otros tipos y películas: pierdo cosas.
Entonces un frío nefasto me agarra a la noche y me recuerda a ese maravilloso tomo de Sin City que compré cuando todavía estaba el uno a uno y ninguno de mis amigos lo tenía y me lo pedían prestado y sólo lo presté dos veces y me lo devolvieron y el olorcito del encuadernado, los maravillosos dibujos y lo egoistamente feliz que era por tenerlo sólo yo, y yo y sólo YO!
Acto seguido, abro el cajón/caja/ropero/baúl/ataúd donde estoy seguro que lo puse. Al principio ese miedo permanece agazapado, como Wolverine esperando el momento del ataque mientras piensa: “eres mío, bub”. Pero cuando veo en el pilón que el tomito de Sin City ya no está en el lugar donde debería estar, cuando llego desesperado a las últimas cuatro revistas, cuando siento con la mano que no hay más libros dentro de la caja, ahí es cuando el miedo se hace real. No sólo con los comics. Muñecos. Si uno tiene la suerte de conservar algunos de los muñecos de cuando era chico (me hace terriblemente feliz que la plata que mis amigos adolescentes usaban en comprar la Playboy yo la usaba en TransFormers) a veces olvida si algún traspié de mudanzas, padres o amigos chorros se llevó un juguete en el medio de otras cosas.
Menazor, de los Transformers
Y sí. Me han choreado juguetes. Y por idiota, por agarrar a veinte inadaptados con los que me veía en Parque Rivadavia y cancherearles que tenía completo a Menazor, o que me había comprado un Cyclon Robotech (ambos robots ya no están en mis manos, pero si ven a un Menazor sin el arma llamen al 911 que están ante el chorro). Y eso me despertó el bichito que dice: “guarda, no vaya a ser que te choree”.
Y ni hablar de toda mi colección de He-Man que mi madre, en un ataque de idiotez debido a la falta de sexo que tiene hace veinte años, le regaló al hijo de una mucama que teníamos. Seguro que se los comieron o que hoy se encuentran juntando polvo en una fabrica de paco.
Ahora, todos son sospechosos. “Ese miraba mis X-Men de Weddon con ganas… ¡Atrapenlo!”
Esto es porque -y ahora deberíamos sacarnos las caretas- los comics son como dinero para nosotros. He visto a gente regatear de formas que asustarían a un japonés en una feria de pescados. He visto productos vendidos por nada o sobrepagados de una manera brutal. Una vez arranqué a un pibe de un puesto en el Parque para venderle yo el mismo libro que estaba buscando a menos de la mitad de lo que le pedía el ladri del puesto.
Pero el coleccionista hace de todo y vale todo. El cadáver de tu madre muerta puede ser vendido si en una convención de Kiss te lo canjean por el de Eric Carr (y no creo que falte mucho para que lo vendan, llame ya!!!)
¿Quién no tuvo un He-man de pendejo?
Sumemos mi falta de control y organización (irónica si pensamos cómo uno sigue colecciones, personajes, autores y aprendió a no volverse loco y no perderse encerrado en un nosocomio), el factor choreo es fatal. Pensalo como si fuera un CD (sí, cuando comprábamos CDs): “¿Me prestas el disco de Garompo asi lo escucho/grabo/etc?” ; “Sí, cómo no, amigo!”. Y años después, recordas que tu “amigo” (al que quizás no viste más, se murió, te lo garchaste, se fue del país o resultó ser un clon de Magneto y trató de dominar el mundo) tiene ese CD en particular.
Conclusión: fuck, que paja.
Tengo comics que son más viejos que mi televisor.
Tengo comics que compré antes de haber tenido sexo.
Poseo comics que existen hace décadas y tienen el olorcito maravilloso que te hace saber (sin abrirlos) que los colores son horribles pero las historias son maravillosas. Pero los pierdo. O los muevo y se me hacen mierda.
Lo que me lleva al punto final de esta serie de idioteces que me salen: los coleccionistas en serio no pueden tener puntos medios. Si te gusta matar prostitutas arrancándoles las entrañas, no podés tirarle con una plancha a una de ellas. Si sos coleccionista en serio, tenés que querer una libretita molesta para llevar el control de quién tiene qué de lo que prestás (si es que lo prestás). “¿Eso no será mucho, loco?”. La verdad, yo pensaba lo mismo, pero con la cantidad de comics, robots, películas, videos, pornografía, tarjetas y boludeces varias que me han choreado o se me han perdido, quiero salir a matar prostitutas yo mismo.
Que les sea leve.
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