Me cuesta creer cómo a esta altura, en este país, la Novela Gráfica (se llama así, y encima lo exagero con mayúsculas) sigue siendo un plato caliente, difícil de agarrar para aquellos que si las cosas no tienen manija ni siquiera las tocan, no sea cosa que se le arruinen las uñas.

Puñados de tierra

14/11/2010

| Por Staff de Comiqueando

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Me cuesta creer cómo a esta altura, en este país, la Novela Gráfica (se llama así, y encima lo exagero con mayúsculas) sigue siendo un plato caliente,
difícil de agarrar para aquellos que si las cosas no tienen manija ni siquiera las tocan, no sea cosa que se le arruinen las uñas.

Abundan los berrinches, pedacitos de algodón con los que se busca tapar los agujeros en el casco por donde se hunde la historieta popular, barata, en
los kioskos y -ya que estamos- faltas de interés real, repetitivas, y por sobre todo casi inexistentes.

Para estos quejosos, el formato revista dejó de ser sólo eso, un formato, y lo convirtieron en su estandarte ultraconservador. Quieren hacer pasar
cuestiones de formato por punta de lanza con la que desestimar la creciente importancia de la Novela Gráfica, reduciendo el fenómeno a algo pasajero,
o lo que es peor: a algo snob, ergo malintencionado. Pero lo saben bien: la Novela Gráfica no es un formato, ni una extensión en páginas, ni un tipo
de encuadernado: es una sensibilidad, una manera, una manera en la que el único condicionante al que se enfrenta el autor, es a sí mismo.

A continuación, esbozo tres posibles orígenes de estos berrinches.

En una entrevista, Eddie Campbell nos cuenta de una visita a una librería, donde en los estantes:

«(…) las novelas gráficas reales estaban ordenadas de la A a la Z por autor. Y pensé, «bueno, esto encaja con mi teoría sobre que la voz del autor es
un elemento fundamental en el concepto de novela gráfica». En otras palabras, el resto de material ordenado por superhéroe, es básicamente el material
de superhéroes convertido en libros. Llamalo como quieras, pero yo lo llamo cultura del comic. Pero aquí es donde está realmente la novela gráfica, esta
A a la Z por autor. Esta es la idea pura sin adulterar de la novela gráfica. Todo lo demás es material que se ha subido al carro, diría yo».

Origen del berrinche 1: estos quejosos pasan de exponentes de la Primera Clase en la escala de «Valores Historietísticos», inamovible y francamente
aburguesada (las «buenas costumbres» del buen guión, la narrativa entendible, anatomía y perspectiva impecables), a ser una especie de polizón en esto
de la Novela Gráfica, hecha ya no por «profesionales» sino por unos bichos raros que ya no buscan entretener al lector sino decir, aún a fuerza de historias
sin principio, ni nudo ni desenlace, ni nada. Por esto mismo:

Origen del berrinche 2: el terreno seguro, la Troya conservadurista, museística, y estéticamente jerárquica sobre la que se apoya la carrera y todo a lo que
aspira el historietista clasicón se tambalea con este cambio de paradigma. Este pasaje del «comic de entretenimiento» al «comic es cultura» es un baldazo de
agua fría para aquellos fiacunes sin ambición que se respaldan tras la excusa del «arte menor y proletario». Llegó la hora de expresar algo y de repente:

Origen del berrinche 3: un enorme miedo al ridículo, aquel que brillantemente resumió Alan Moore en esta frase:

«Nos han pillado en la calle principal de la cultura llevando la ropa interior por fuera».

Es decir, que cuando finalmente el grueso del público se asome al comic como medio de expresión, cuando de forma arbitraria el comic sea «Arte», «cultura»,
o como catzo se les ocurra llamarlo, estos dibujantes que quieren hacer creer a la gente que una manera de trabajar (Novela Gráfica) es en el
fondo un formato (papel brillante y tapas duras) van a quedar expuestos como unos tipos sin nada que decir salvo un par de chistes
con malas palabras o unos cuantos músculos más o menos bien dibujados.

De acuerdo, pero ¿dónde están esas dichosas novelas gráficas argentinas?

Seguimos con Eddie Campbell:

«La definición se origina básicamente como un término de conveniencia, y sólo gana peso a medida que surgen ejemplos».


Es decir, si en efecto el mote Novela Gráfica responde a una táctica comercial, ¿qué pasará una vez que, en efecto, ciertas historietas empiecen
a tornarse indisociables, desde fuera y desde dentro (por los que la leen y por los que la hacen), de esa nueva forma/contenido? Como dice Campbell,
a medida que se publiquen novelas en forma de historieta, el término «gana peso», que es casi como decir «se justifica». O dicho de otro modo: ¿qué pasará
cuando las generaciones de futuros historietistas empiecen a dar la talla, a crear estas Novelas Gráficas? El término dejará de ser «conveniente» y se
tornará indispensable.

Por lo tanto, que en este país los editores, acostumbrados a ver cómo tarde o temprano todas y cada una de las tendencias editoriales del extranjero
encuentran un hueco en el mercado, comiencen a querer publicar novelas gráficas es cuestión de tiempo. No falta mucho, algunos ejemplos han surgido.
A los más exigentes: démosle a estos primeros intentos la oportunidad de salir mal, puesto que son los primeros de una larga lista que el futuro inevitablemente
nos depara (la novela gráfica no corre los 100 mts llanos al igual que las revistas, sino más bien una maratón). Tan sólo algunas novelas gráficas argentinas
de estos últimos tiempos:

«Nadie», de Massei y J. C. Aguirre.

«La Burbuja de Bertold», de Agrimbau e Ippóliti.

«Don Quijote», de Reggiani y Coronel.

«Mano de ángel», de Cortés y Sánchez Brondo.

«Buenos Aires Eterna», de Sergio Carrera.

«Cena con Amigos», de Vergara y Santullo.

«Nocturno», de Salvador Sanz.

«Dora», de Ignacio Minaverry.

«El Síndrome Guastavino», de Trillo y Varela.

«El Hipnotizador», de De Santis y Saenz Valiente.

(*ver nota al pie del artículo)

Entonces, es hora de sincerarse: la historieta argentina en su vertiente popular, barata y de kiosko, la sabemos suicidada desde hace un mínimo de quince años. Pero
acaso por nostalgia o necrofilia la sentábamos a la mesa igual, «hacíamos de cuenta que». La llegada del libro es una evidencia innegable, un aviso: «el cadaver
empieza a oler», y nadie quiere un muerto en su mesa. Cada libro es un puñado más de tierra que se echa sobre el féretro.

(*Nota: agrupé las últimas 4 novelas gráficas por una obvia razón: fueron serializadas en la revista Fierro, la única que circula de manera sustentable en kioskos
de todo el país. Esto podría ser un argumento a favor del lector de historieta en su formato clásico, pero personalmente me pregunto si la serialización de estas
obras no es un «paso intermedio» hacia el libro, que sería un «fin último». Dicho de otra forma: ¿estará el autor pensando en el libro desde el comienzo, y publicar
en la revista Fierro es una manera de obtener una remuneración más o menos regular y adelantada mientras se le da forma a la obra final? En todo caso, creo, esto
no habla a favor del sistema de producción tradicional, sino de la revista Fierro en particular, ya que no mantiene los derechos por sobre las obras publicadas
permitiendo su reedición).

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