Para Plauto, el color local es un palimpsesto. En su comedia Menaechmi, el personaje-prólogo critica un uso muy extendido entre los comediográfos latinos: «Los poetas cómicos tienen la costumbre de decir siempre que la acción transcurre en Atenas, para que el público tenga la impresión de que es más griega la cosa. Yo no lo diré más que cuando ponga que realmente ha sido allí». Situar la acción en el ática era una convención genérica en homenaje a la Comedia Nueva de la que los romanos tomaban la mayoría de sus argumentos o de la que directamente traducían las obras. También, una forma de hacer más soportables las comedias o su intención satírica, ya que al criticar los comportamientos de una sociedad directamente se puede provocar el rechazo de los espectadores y no su moralización. (La comedia, como la sátira, tiende a ser levemente conservadora). Volviendo al palimpsesto, pues, cabría decir que la representación espacial y temporal romana se escribe, en general, sobre la ateniense, que no obstante la cubre. Y sigue el prólogo: «Si bien se va a mirar, la historia esta es greguizante, pero no atiquizante, sino sicilianizante». El autor no nos lleva a Atenas, sino a Sicilia (más cerca del Lacio que de Grecia), y mantiene convencionalmente los nombres griegos para los personajes, que vestirán también el pallium, vestido típico griego, de donde el nombre de «palliata» dado a este tipo de comedia. Roma constituye, entonces, una ausencia en Plauto, una marcada ausencia, pero como suele ocurrir en literatura, lo que no se nombra es siempre lo más importante. Según el filólogo Gratwick, las obras de Plauto se sitúan «en la misma civitas graecoromana, una ciudad universal tan amplia como el mundo civilizado. La ciudad de la escena es notablemente objetiva y cosmopolita». Sin embargo, el público sabe que se habla de Roma y de los romanos, o que se alude a ellos. ¿Cómo? Por el uso del lenguaje cotidiano u obsceno al que están habituados, por los conceptos de derecho romano aplicados en la obra, por la aparición de dioses romanos como los Lares. El autor parece decir: «Sé que tú sabes que yo sé», y el público responde a ese estímulo riéndose de otros y, a la vez, de sí mismo. El principio es básico: «Hablemos de nosotros mientras hablamos de ellos». O: «Donde se lee ‘Atenas’ debió leerse ‘Roma'».
Sarna con gusto… ¿no pica?
El álbum Sarna (Buenos Aires, Iron Eggs, 2004), presentado por Carlos Trillo y Juan Sáenz Valiente en el Museo de la Caricatura Severo Vaccaro, tiene la particularidad de ser un trabajo por encargo: después de ver los impresionantes dibujos de Sáenz Valiente, una editorial francesa le encargó a Trillo escribir un guión para este artista «adolescente». El producto resultante presenta, así, una buena oportunidad para reflexionar sobre el fenómeno del color local.
En la presentación realizada en el Museo, Trillo contaba que los franceses siempre entendían todo mal o que, al menos, trataban de anclar todo lo que leían de Argentina en la realidad social. Y contaba cómo habían hecho de su obra Cosecha verde una metáfora sobre la dictadura de Videla. No obstante, habría que señalar que también en Argentina, con la publicación de esa historia en Colihue, la lectura se mantuvo. Sin duda fue por motivos diferentes, pero el hecho no es casual. Historieta y política han ido de la mano, desde Oesterheld o al menos desde el librito de De Santis Historieta y política en los ’80. Trillo no contó exactamente las condiciones exigidas para el guión, pero no destacó que le hubieran dicho que debía ser algo local. De hecho, tratando de huir del localismo, sitúa su historia en Santa, una ciudad de resonancias literarias parecida a Buenos Aires, pero con playas tropicales. La relación con nuestra urbe es, de todos modos, directa, sobre todo por el tipo de personajes que la puebla y por el lenguaje (nadie escribe como Trillo -Trillo escribe como nadie- los hipérbatos y los giros del habla rioplatense, en historieta o en literatura). La pregunta es, en realidad, si Trillo hubiera imaginado la misma historia en el caso de haber sido planteada para el mercado argentino. Y creo que la respuesta es sí porque tiene todos los ingredientes de un guión trillano (pero no trillado): un protagonista que marca la historia, personajes secundarios bien delineados (Mae Sandalia, Mostrenco, Judith, Sofía), una trama con múltiples sub-argumentos y un desarrollo narrativo coherente y cerrado. Quizás no sea el mejor trabajo de Trillo, pero si hay una segunda parte, como le gustaría, los personajes y las situaciones podrán seguir profundizándose y adquiriendo nuevos matices y posibilidades.
Aldo Rico en Sarna
Sarna es el apodo que le dan todos los personajes a Lucho Lasabbia, un policía que fue torturador durante la última dictadura en Santa, varios años antes de esta historia. Su sobrenombre se parece, por aliteración, al nombre de la ciudad, del que es en realidad su opuesto, su costado irónico. La historieta se abre y se cierra con una escena violenta, para marcar el tono: en ambas, un hombre diferente es atropellado por un colectivo. En la primera no sabemos por qué ni por quién; en la última, sí. Tiene además una coda a modo de epílogo que deja abierta la posibilidad de una continuación, aunque las principales líneas narrativas planteadas (la lucha de Sarna contra el abogado, la relación con Sofía, el asesinato de las prostitutas) se resuelven, «para bien o para mal».
Esta historieta se inscribe, a su vez, dentro de una corriente ficcional que ha tomado fuerza en los últimos años y que consiste no en representar los años mismos del Proceso, sino el después, la «reorganización nacional» tras el retorno a la democracia. La última película de Agresti y las novelas Memoria del río inmóvil y Como viejos lobos son ejemplos de ella. A la manera de los nóstoi (regresos) épicos que narraban el retorno de los héroes a sus hogares una vez sometida Troya, se nos cuenta aquí una de tantas consecuencias de ese período de nuestra historia, que sirve para cuestionar sobre todo la nunca bien ponderada «obediencia debida». Este concepto se ve duramente aplicado en el momento en que Sofía, hija de desaparecidos, cumple una orden de Lucho y le dice a su víctima: «Perdoname, ni te conozco pero a mí me mandaron». Más allá del omnipresente Lasabbia, el álbum toca de diferentes maneras el tema de la dictadura, sobre todo a través de Sofía, que en otro momento dice, mirando la televisión mientras es entrevistado Lucho: «No, no… Desaparecé, por favor». Y también hay un momento, una escena puntual, en la que «el general» (un ultrarrealista Aldo Rico) recuerda los tiempos de Lasabbia en los chupaderos y reflexiona sobre la situación presente de Santa y de Sarna.
En cuanto a la parte visual, todo elogio que se haga de Sáenz Valiente está condenado a quedarse corto. Apenas maculan en grado muy mínimo esta obra perfecta algunos despistes y desprolijidades ortográficos que podrían subsanarse fácilmente. Como dijo Eduardo Ferro en la presentación, cada cuadrito es un cuadro que podría colgarse en cualquier galería. Detallado hasta el extremo, expresivo hasta la médula, narrativo en sentido pleno, su dibujo puede parecer dulce por su colorido y su plasticidad, pero tras él se esconden altas dosis de realismo y de violencia en muchos casos contenida. La publicación de este álbum, primero en Argentina y luego en Francia, garantiza que Sáenz Valiente será profeta en su tierra y, como corresponde, también fuera de ella. (Hernán Martignone)
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