Para Andrés Calamaro, el color local es una dulce condena. En una entrevista concebida después de su regreso martinfierrista a la música y a la Argentina, declaraba: “Había empezado a vivir de la nostalgia, y me parecía injusto. No sabía muy bien a qué volvía a Buenos Aires. Porque fue un Año Nuevo muy solitario, en mi casa, mirando la tragedia de Cromañón por televisión. Pero tenía que hacerlo. Porque, cuando dejás pasar tanto tiempo, empezás a pensar que el reencuentro puede llegar a ser peligroso”. Buenos Aires y sus no tan buenos aires mataban a la distancia a este “gauchito nuevo” y lo más lógico le pareció volver, como en el tango, género nacional que luego homenajearía en sus personales versiones de Tinta roja y en alguno que otro suelto en sus discos anteriores. A Calamaro, como a un porteño de ley, le gusta el misterio, le gusta la amistad, le gusta el encierro. Por eso vuelve menos hablador, por eso vuelve a las rutas argentinas de la canción en las letras tan nuestras de su amigo Marcelo “Cuino” Scornik -“Estadio Azteca”, “Vigilante medio argentino”, “Revistas” (ese sentido recuerdo a las historietas de Columba)-, por eso vuelve a los estudios de grabación de Nueva York, monumentos ya a la historia del rock&pop nacional. Increíblemente, supo pasar sin tropiezos de retratar las costumbres argentinas del modo más indirecto en contenido a partir del título más directo a temas como “Mi bandera” o “Punto argentino”, con explícita argentinidad al palo en título y letra.. No es casual, entonces, que haya elegido como socios de sus últimas movidas a La Bersuit y a Litto Nebbia, verdaderas marcas registradas de la música argentina de hoy y ayer. Y, como buen argentino, supo ser un argentino en la corte del rey Juan Carlos y conquistar España como la mitad de la mitad argentina de Los Rodríguez, y supo también, ya españolizado, ser profeta en su tierra, nuestra tierra, como si se hubiera ido para poder jugar mejor aún con el idioma español en todas sus formas. En la misma entrevista, Calamaro decía que en el país había más que buena carne y buenos vinos y buenas mujeres: hay buenos cantores. Al país de los cantores pertenece también él, el cantante. Hotel Calamaro, El Salmón (esa quíntuple locura), las Grabaciones encontradas, El regreso y tantos otros discos justifican, en su conjunción de amor y nación (oíd, mortales, “Crímenes perfectos”), el espíritu y la carne argentinos del calamar.
Belleza sudamericana
Para los que todavía se preguntaban si la historieta argentina realmente estaba renaciendo de sus cenizas (o decían que se había “quemado”, que es casi lo mismo), el 2007 nos recibe con una excelente noticia por partida doble: la reedición, en un solo volumen, de Suda Mery K! 1 y 2 y la aparición del flamante y quemante número 3. Tercera entrega, entonces, de un lujo que el tercer mundo apenas soñaba. Y si bien de los tres editores sólo uno es argentino -y encima solamente en parte porque también es francés-, la fuerte presencia de historietistas del país y el lugar de edición la hacen un producto sumamente argento por donde se lo mire.
El indómito Juan Sáenz Valiente, siempre osado y audaz y ahora amigo de Fierro, se despacha con una portada inmensamente expresiva para la recopilación del año 1 que nos hace revivir aquellos momentos increíbles encarnados en las ya imborrables secciones de Suda Mery K!: los variados intentos de determinar la imposible biografía de Mery K., El extranjero (con entrevista y trabajo de un autor no latinoamericano: Thomas Ott en el debut, el gallego Miguel Brieva en la segunda parte, que en este caso es buena), Los de A K! (con joyitas como las adaptaciones de Cortázar a cargo de Nine y Salva Sanz), History K! (sobre el pasado de la historieta latinoamericana) y El Alkimista (dedicada a la experimentación con la narración secuencial). Todo eso, claro, en una versión revisada, aunque no aumentada (o sólo aumentada por la portada de Sáenz Valiente y un prólogo alusivo).
El episodio tres de esta aventura de edición respeta a rajatabla esa receta: if it ain’t broken, why fix it? Y el plato principal sigue siendo igual de bueno, igual de tentador y rico en medio de la pobreza sudamericana. En este nueva entrega, nos enteramos de que Mery K. es (también) una jinetera cubana (nada románti-k) y la conocemos un poco más a través del interrogatorio de un anónimo entrevistador. El extranjero viene ahora de Alemania: Martin Tom Dieck pone no solo su maravilloso arte y sus palabras sobre su concepción de la historieta, sino también el hombro para que la portada de Suda Mery K! siga siendo una presentación a la altura del contenido. En Los de AK!, brillan los argentinos Isol (con su adaptación del tango “Amablemente”) y Rodrigo Terranova, los bolivianos Ruilova y Salazar, el chileno Vázquez y el brasileño Kitagawa. Dassance y Reyes nos ilustran en la sección History K sobre el trabajo de Cortázar en Fantomas contra los Vampiros Multinacionales y a Gustavo Deveze de Argentina le toca ser, esta vez, el Alkimista, con una gran historieta experimental ¡¡hecha a partir de una lata de atún al natural!!
Como dicen los editores en el prólogo a la recopilación, le queda al lector la responsabilidad de hacer que este sudor sudaca no se transforme en sangre y lágrimas. A transpirar la camiseta, entonces, de esta selección latinoamericana.
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