En el número 258 de la revista "Tango Reporter" se incluye un artículo publicado hace unos 20 años en el diario Clarín, que dice...

Tirao en un rincón

25/09/2010

| Por Berliac

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En el número 258 de la revista «Tango Reporter» se incluye un artículo publicado hace unos 20 años en el diario Clarín, que dice:

«Resumiendo, por los años de la década de 1950, el advenimiento de la sociedad de consumo descubrió a una juventud con nuevas necesidades. Entonces le
prefabricaron los gustos y le brindaron, como única alternativa a esas necesidades, los productos que la gente del negocio consideró oportunos para su
propio enriquecimiento. En consecuencia, ¿qué ocurrirá con las nuevas y futuras generaciones si no se difunde -lo cual no significa que no lo haya- un
cancionero tanguístico que presente los tiempos que les toca o les tocará vivir? El interrogante aún sigue».

No es la primera vez que siento que alguien que escribe sobre tango, sin darse cuenta, también escribe sobre la historieta argentina. También me pasa con
el boxeo. Tango, boxeo e historieta: tres marcas registradas nacionales, grandes nombres a nivel mundial, tres glorias caídas en el olvido o su antítesis
igual de perversa: la reivindicación barata.

Del párrafo citado, basta con reemplazar «cancionero tanguístico» por «nuevas historietas» para que más o menos se entienda lo que quiero decir. Por ejemplo,
en el párrafo anterior al ya citado dice:

«Con todo, desde entonces la difusión de un repertorio fuera de época, de viejos cantores en las últimas, de algunos nuevos que parecen haber aprendido muy
bien los defectos de los malos intérpretes, no pueden competir con el arrollador avance del nuevo rock, al que para colmo denominaron «nacional».

Las coincidencias se mantienen. El lector de historietas promedio se niega a olvidar -y en esto los medios juegan gran parte, en su eterna reivindicación de
«El Eternauta» versión ’57- a aquellos que dejaron su cuota ineludible en la historia de la historieta argentina, pero que hoy son, como dice el párrafo recién
citado, «un repertorio fuera de época». Que conste que una buena obra nunca muere, de acuerdo, pero para quien que ya la leyó. De ahí a que para un nuevo
público «presente los tiempos que les toca o les tocará vivir», hay un trecho más largo de lo que muchos están dispuestos o son capaces de recorrer. Y por nuevo
público no me refiero precisamente a nuevas generaciones, sino a también a no pocos adultos que, gracias a la progresiva entrada del cómic en las librerías, se
acercan a la historieta por primera vez.

Habla de «los malos intérpretes», también, y de «viejos cantores en las últimas». De ellos no quiero hablar. Alguna vez lo hice y estuve esquivando cascotazos
por una semana. Pero, como las brujas, que las hay, las hay.

¿Y el «nuevo rock que para colmo denominaron nacional», qué vendría a ser? ¿Esa copia descarada a lo peor del cómic norteamericano de los ’90, con sus clichés
narrativos y argumentales, su mismo aspecto gráfico e idiosincracia, todo aquel patético desfile de encapuchados hablando en criollo? Puede ser.

Sigo leyendo el artículo, siempre de adelante para atrás. Y miren, acá habla del Lápiz Japonés y de El Tripero:

«De todos modos, la juventud intelectual no tardó en interesarse por el nuevo cauce del tango conocido como vanguardismo. En 1955, Astor Piazzolla, su líder,
daba un concierto en el aula magna de la Facultad de Derecho, al frente de su Octeto Buenos Aires. Estudiantes e intelectuales se acercaban a su tango; los
tradicionalistas lo negaban».

Personalmente soy de creer que el cómic argentino entra en debacle por no sortear el duro obstáculo que supone un paso de la popularidad a la vanguardia, de
cultura de masas a legitimación como rama del arte. En resumen, la historieta se pierde por no atar bien los nudos. En el nexo está la clave, en un vínculo
sólido. Si ambos extremos se hubiesen conjugado exitosamente, no como fruto del azar, sino de una recíproca influencia, es decir si los autores y editores de
cada vertiente hubiesen encarado sus respectivas búsquedas estudiando un poco mejor los modos y tácticas del otro, quizá al lector no se le hubiese impuesto
con tanta brusquedad todo un conjunto de nuevas condiciones. De esta forma, soy de creer, no hubiésemos perdido contacto con ese lenguaje que alguna vez nos
fue de lo más natural (como el tango, como el boxeo), y la historieta argentina sería la bande dessinée o el manga de América Latina, esos dos paises en donde
la historieta se disfruta como una forma más de sano entretenimiento, o la más rebuscada forma de arte contemporáneo, pasando por la pornografía, la denuncia
social, el humor y los cuadernos de viaje.

Pero pasó lo que pasó. Y yo que frecuento varios blogs donde autores, lectores y periodistas se sientan alrededor de una mesa virtual a debatir, siento que los
defensores y detractores de ambas partes siguen sin querer darse la mano. Cheto o Cabeza, River o Boca, Ford o Chevrolet, Arte o Entretenimiento: esa característica
tan argentina sí que la afilamos todos los días. Nuestros tesoros, en cambio, los tiramos por un rincón y los sometemos al mismo juego absurdo.

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