Una serie de 10 entregas (de Marzo a Diciembre), una mega-nota coral, con muchísimos escribas de las más diversas procedencias, que repasará 100 hitos de nuestra centenaria historieta.

100 AÑOS DE HISTORIETA ARGENTINA – Parte 1

09/03/2012

| Por Staff de Comiqueando

18 comentarios

Desde Enero que estamos con el loguito y las pantallitas dedicadas a los 100 Años de la Historieta Argentina, que se celebran este 2012. Ahora es hora de empezar con los festejos posta y el primero es este: Una serie de 10 entregas (de Marzo a Diciembre), una mega-nota coral, con muchísimos escribas de las más diversas procedencias, que repasará 100 hitos de nuestra centenaria historieta. Autores, personajes, revistas y hasta editoriales que hicieron grande al Noveno Arte nacional.

Ojo, van de a 10 por mes, elegidas al voleo entre la lista de 100 y por orden alfabético. Y no elegimos sólo a los obvios. También hay artículos sobre cosas raras, poco conocidas por el lector actual, pero que también son parte importante de esta historia. Algunos de los 100 entraron por calidad, otros por popularidad, otros por trayectoria, otros por haber sido los primeros, los pioneros a la hora de introducir algún elemento que después se masificó.

Por supuesto, no son los 100 igual de importantes. Sabemos que es medio delirante sentar a un montón de estos 100 hitos al lado de Mafalda, El Eternauta o Patoruzú, porque no tienen ni por casualidad la misma relevancia. Pero también sabemos que está bueno rescatar, mostrar o simplemente recordar a un montón de maestros y de personajes que hicieron su aporte a estos 100 años de historia. Al final, en Diciembre, seguramente alguno nos mandará su infaltable “la puta que los parió, ¿cómo no pusieron a Fulano?”. Y bueno, esto es lo que hay. Si coincidimos bien, y si no, después lo debatimos.

Sin más prolegómenos, arranca el primero de nuestros festejos del Centenario de la Historieta Argentina. (A.A.)

AVENTURAS DE DON TALLARIN Y DOÑA TORTUGA

por José María Gutiérrez


Una serie anónima y hasta hace pocos años ignorada por la historia, contenía todos los recursos que definen al género y la instituyen, quizás, en la primera historieta moderna indiscutiblemente argentina que conocemos.

Publicada en PBT en 1916 como sucesora de otra serie que, como todas las realizadas en la Argentina esa década, se estructuraba en la antigua forma de sucesión de viñetas que ilustraban los farragosos textos al pie (“didascalias”), “Las aventuras de un Matrimonio Sin Bautizar”, luego bautizada “Don Tallarín y Doña Tortuga”, prorrumpió en ese semanario, no sólo incorporando el uso exclusivo de globos para los diálogos, y un relato sostenido en la dinámica de la sucesión de acciones y diálogos, sino toda una serie de hallazgos formales que la historieta argentina tardaría décadas en incorporar y que aún hoy resultan sorprendentes por su descarada actualidad.

Desde el primer episodio la serie exhibía un humor lunático y desprejuiciado armónico con el extraño (para entonces) dibujo de línea clara, progresivamente caligráfico, que el anónimo autor practicaba. Una vez bautizados por concurso de lectores, PBT lanzó otro concurso donde los niños debían proponer a la revista el modo en que el matrimonio debía morirse, y este conflicto escructuró todos los episodios de la serie hasta su abrupta conclusión, cuatro meses después, cuando aún se publicaban las cartas con las muertes propuestas por los lectores.

Publicada sin firma, la serie fue dibujada por el joven rosarino Oscar Soldati, por entonces (1916) responsable de buena parte de la notable producción gráfica de PBT. Curiosamente las dos series que publicó luego volvieron a las tradicionales formas de los relatos historietísticos de la época (sin globos). Años más tarde Soldati sería Jefe de Arte de El Hogar, suntuoso quincenario donde Lanteri en 1922 retomaría la posta del uso sistemático del globo en Argentina con su exitosa serie Pancho Talero. Luego Soldati apenas incursionó en el género, dedicándose a la pintura de caballete y a la docencia en la Escuela de Bellas Artes.

La veintena de episodios de Don Tallarín y Doña Tortuga son una dignísima introducción para la Argentina en el comic moderno, conservando aún su fresca comicidad y revelando que el trabajo de Soldati se emparenta con méritos propios con el de los más osados artistas yankis que nos deslumbran desde los albores del género.

CIUDAD

por Mariano Chinelli


Sabiendo que no logro conciliar el sueño durante los viajes nocturnos en micro, un viejo amigo me prestó un álbum de historietas. La portada prometía, pero el texto de la contratapa me atrapó: «La Ciudad es fantástica e increíble, como todo lo que en ella sucede. Una metrópolis monstruosa, infinita y sin nombre en la que todos sus habitantes son náufragos dementes: hombres y mujeres que se han perdido en alguna parte del mundo lógico, para aparecer vagando en este infierno.»

La Ciudad resultó tambien ser demente e implacable, una realidad alterna, un punto de intersección donde se entrecruzan y mezclan todos los continums espacio/tiempo de la Tierra. Los protagonistas de esta historia son Jean y Karen, apenas dos de los tantos miles de náufragos que han quedado atrapados en este laberinto urbanístico. Sus desventuras son narradas en doce episodios, uno mejor que otro; y cada uno de ellos con un ritmo tan bien calculado que obliga a una lectura frenética y apasionada. Lo dicho: aquel viaje me regaló una de las mejores aventuras que leí en mi vida. Hay lecturas iniciáticas que no se olvidan y esta fue una de ellas.

La historieta tiene ingredientes que la hacen única: mas allá de la dupla de autores (Ricardo Barreiro en el guión y Juan Giménez en los dibujos), el relato tiene ciencia ficción, aventura, terror, mitología y acción; y entremezcla estos géneros con guiños cinematográficos, literarios e historietísticos. Giménez me contó que la historieta nació en 1979 y en parte porque los autores, recién llegados a Europa, pensaron en hacer una gran historia (por su longitud) para asegurarse la subsistencia una larga temporada. Tardaron mas de un año en terminarla, entre otras cosas, por tener que interrumpirla por la colaboración de Giménez en la película Heavy Metal.

La historieta se planeó para la revista italiana Lanciostory que la publicó en 1982. En Argentina no tuvimos mucha suerte: algó publicó el fanzine TOP (1982) y salió salteada e incompleta en Tiras De Cuero (1983) y en la nueva Hora Cero (1990) publicada por La Urraca, quienes luego terminaron por editarla completa en un álbum recopilatorio (1992). Entre 1982/83 se publicó en la revista española comix internacional. En Estados Unidos, otra vez incompleta, se publicó en la revista Echo Of The Future Past (1985) de Neal Adams. Tambien hubo recopilaciones italianas y españolas, pero sin duda la mejor es la publicada en 2003 por el propio dibujante con su editorial 11:11.

GATURRO

por Martín Casanova


Gaturro es un verdadero paradigma de la historieta argentina. Por un lado, diariamente lo leen cientos de miles de personas, tanto en La Nación como en sus libros recopilatorios, hitazos editoriales. Pero por el otro, esta creación de Cristian “Nik” Dzwonik es despreciada por la mayoría de los profesionales del ámbito local. ¿A qué se debe?

Podríamos decir que Gaturro es un personaje poco original. Nació en 1993, luego de que Nik ridiculizara hasta el hartazgo el “gato” que tenía el entonces presidente Carlos Saúl Primero. El tema es que este gag lo venía haciendo Andrés Cascioli en la revista Hum®, con bastante anticipación y algo más de ingenio. La copia llegó al extremo cuando Gaturrín, sobrino adoptivo de Gaturro, rechazó hacer castillos en la playa, porque él estaba construyendo rascacielos… Historieta que apareció varias décadas antes en Mafalda. Nik se defendió alegando que era un homenaje a Quino, pero la referencia no apareció por ningún lado.

Varios se habrán querido tirar por la ventana cuando en el 2002 Nik recibió el Kónex de Platino por ser el “mejor humorista gráfico argentino de los últimos 10 años”. Pero a pesar de que Dzwonik no es el historietista más, le dio forma a un personaje que aparece ininterrumpidamente desde el año 96 como tira diaria. Sus conocimientos en Diseño Gráfico sin dudas ayudaron a que sus historietas estén muy bien organizadas, con mucho juego tipográfico y una explosión de color. Es innegable que fomenta la lectura en los niños, que idolatran a Gaturro y lo tienen en el panteón gatuno, junto a Garfield y Fellini.

La tira tiene una cierta continuidad, con una familia de clase media compuesta por los padres (sus nombres nunca se revelan) y los hijos Luz y Agustín. La personalidad de Gaturro varía de acuerdo a la necesidad del remate (por ejemplo, a veces va a la escuela), pero la constante es que vive enamorado de Ágatha, quien no la da bola. Hay otros personajes, que tienen nombres con juegos de palabras relacionados con mascotas, como Gato-vica, Gateen o Canturro.

A la fecha Gaturro acumula más de 50 libros, entre recopilaciones y novelas. En 2001 llegó al teatro con la obra «El despertar de la música», y en 2010 dio el salto a la pantalla grande, en una película en 3D. Además de Ágatha, muchos desprecian a este gato atorrante… a excepción de millones de personas en todo el mundo…

ISIDORO (Y SUS ANCESTROS)

por Diego Accorsi


Los origenes de Isidoro Cañones se pueden encontrar en la mismísima vida de su autor, Dante “el Pibe” Quinterno, de familia bien, conocedor de la noche porteña, su clase alta y sus vicios. El primer antecesor de Isidoro es -al mismo tiempo el primer personaje creado por Dante solo- un porteño piola -Manolo Quaranta, para la revista La Novela Semanal-, quien trata de ganar dinero sin trabajar. El primer personaje de Quinterno que cobra relevancia, es también un proto-Isidoro: Don Gil Contento, en 1927 para el diario Crítica, con otro porteño que utiliza su viveza para convertirse en miembro de la alta sociedad de la Buenos Aires de los Años Locos. Para reírse más de los giles provincianos, Gilito recibe como herencia a un cacique de la Patagonia, pero la tira siguiente, será la última. A los pocos días, en La Razón (septiembre 1930), aparece otro porteño piola: Julián de Monte Pío. Este personaje obtiene reconocimiento al repetir el molde clásico del ‘Pibe’: el aparentar y vivir historias vinculadas con la timba, las mujeres y las actividades nocturnas de Buenos Aires. Quinterno está convencido de que la idea de incluir a un indio para reírse de él es buenísima y no se equivoca. Julián también recibe al cacique tehuelche que de a poco se apodera de la serie. Patoruzú -quien para Julián es una fuente de dinero a la que esquilmar- es el gatillador del humor, Julián el que sufre las consecuencias y la tira se convierte en un éxito impensado aún para el joven Dante. P
aralelamente crea para ese diario (diciembre 1930) Aventuras de Pepe Torpedo, que acompaña la página de las carreras de autos: este otro porteño piola es el antecedente fierrero de Isidoro, pero aparece firmado por Escape Libre para no mezclarse con Julián. En 1931 Dante comienza para el diario El Mundo una tira que ya desde el nombre remite a un término burrero: Isidoro Batacazo, un oficinista tímido cuya afición es el Hipódromo de San Isidro (¿o San Isidoro?).

En diciembre del ’35 Quinterno arranca de cero con su famoso Patoruzú en ese diario, pero el indio necesita un compañero para reemplazar a Julián, y el resultado es una mezcla entre Batacazo, Torpedo, Gilito y Montepío: Isidoro Cañones. En contraposición a un Patoruzú súper-fuerte, bastante piola y bonachón, entra Isidoro como un porteño cobarde, frágil, fácil de tentar. Casi a la fuerza, en la primera aventura de Patoruzú, Isidoro se convierte en su padrino, el que va a cuidar de sus intereses aunque siempre trate de sacar partido de la fortuna del indio.

En 1940, en la revista Patoruzú semanal, empiezan las aventuras de Isidoro solo, con el Coronel Cañones y la timba y la noche como acompañantes, hasta que el 4 de julio de 1968 sale a la calle Locuras de Isidoro n°1 (guiones de Mariano Juliá y Faruk y dibujos de Tulio Lovato, la mano derecha de Quinterno). Locuras… resulta un gran éxito, y los trucos de Isidoro para vivir una buena vida de arriba, se suceden mes tras mes, ya sin la sombra de Patorzú. El humor y la aventura ahora transitan lo que antes se planteaba como pecado al quedar envilecido por las bondades del indio (vivir de arriba, las minas, ‘bolichear’, la timba y demás irresponsabilidades típicas de los personajes tradicionales de Quinterno). Olvidémonos de su sosa película animada y de la ideología de su creador: ¡Aguante Isidoro!

JOSE LUIS SALINAS

por Andrés Accorsi


El maestro José Luis Salinas nació en Buenos Aires el 11 de Febrero de 1908 y murió en esta misma ciudad el 10 de enero de 1985.

Oriundo de Flores, Salinas cursó apenas los tres primeros años del secundario y dejó la escuela. Tampoco estudió dibujo, fue un artista autodidacta.

Debutó como historietista en 1936, en la revista Patoruzú, donde escribía y dibujaba la seminal Hernán el Corsario, una de las grandes epopeyas de la temprana historieta argentina. En la misma revista, publicaba unas viñetas de humor costumbrista llamadas “Ellos”. En 1937, comienza a colaborar en la revista El Hogar, donde serializa de a una página por semana adaptaciones de clásicos de la literatura de aventuras, convirtiendo en historietas las novelas de Alejandro Dumas, Ridder Hagard, la baronesa de Orczy y Emilio Salgari, entre otros.

En 1949, Salinas viajó a los EEUU y presentó muestras en el King Features Syndicate. Poco después tenía a su cargo los dibujos de la tira diaria de Cisco Kid, con guiones de Rod Reed. La tira tuvo un enorme éxito y el maestro la dibujó hasta 1968. En la revista Patoruzito se conocío una versión adaptada por Leonardo Wadel.

Su siguiente obra importante es realiza Dick el Artillero, una de futbol realizada también para el KFS, esta vez con guiones de Alfredo Grassi. No le fue demasiado bien (duró poco más de un año) y Salinas se volcó al trabajo como ilustrador, principalmente en la editorial Fleetway, de Inglaterra, y más tarde en las publicaciones de García Ferré.

Premiado en América y Europa, este ciudadano ilustre de nuestra ciudad fue un artista descomunal, un verdadero prócer del dibujo académico-realista, de enorme influencia (no sólo en su hijo Alberto) y de un talento sólo comparable al de los grandes maestros como Harold Foster o Alex Raymond. Que un dibujante de la calidad de José Luis Salinas haya elegido como medio de expresión a la historieta (especialmente en una época en la que la misma no otorgaba demasiado prestigio a sus cultores) es un verdadero orgullo para todos los que amamos el Noveno Arte.

LA NELLY

por Javier Hildebrandt


La aparición y permanencia durante casi diez años de La Nelly, de Sergio Langer y Rubén Mira, en un medio gráfico de una tirada y difusión como la de Clarín es un hecho poco menos que milagroso. Los motivos son varios, y acaso no tan evidentes.

Nelly Rocaforte desembarca en el diario en 2003, en la cabecera de la página de las tiras, lugar que históricamente ocuparan historietas con un registro gráfico realista, y célebres por la sugestiva representación de la figura femenina (El Loco Chávez, El Negro Blanco, El Nene Montanaro). La protagonista jubilada y el trazo convulsionado, pretendidamente revulsivo del dibujante se presentan como su más perfecta antítesis. Los escenarios abigarrados, los colores rabiosos y los personajes intencionalmente “feos” que pueblan el universo de la tira le dan ese aspecto de “cocoliche”, de rejunte urgente y caótico, que se ha vuelto su marca distintiva. Varias veces rompe sus esquemas y se reinventa en objetos como almanaques para recortar y colgar, horóscopos y figuritas coleccionables. En 2010 el cambio de registro encuentra los límites de Clarín: Nelly da paso al regreso de Altuna al diario y se muda a la sección “Ciudad”, en las páginas interiores.

La estética de la tira tiene una correlación directa con su contenido. La Nelly recupera para la historieta uno de los géneros de más larga tradición en las letras argentinas: el grotesco criollo. Nutridos de la realidad cotidiana –a la que siguen muy de cerca- Langer y Mira la reinterpretan a través de historias –verdaderas sagas- en las que la protagonista viaja al espacio exterior, se mueve hacia el pasado y el futuro, y vive aventuras junto a estrafalarias figuras como el fantasma de la inflación (que tiene la cara de Darth Vader), o a un chorizo parlante que dice ser la reencarnación del ser nacional. El mundo de La Nelly es delirante y desmesurado, pero nunca deja de ser profunda e inconfundiblemente argentino.

Nelly es un personaje amoral y ventajero, que permanentemente busca la oportunidad de “hacer la fácil” en un mundo en el que muchos más vivos que ella ya le sacaron varios cuerpos. Sobre esta pila de ruinas del pasado, ositos de peluche importados y LCD’s para todos, Nelly se autoproclama reina y se yergue altiva con una corona de plástico comprada en el Once. En ese gesto patético es donde nace el humor de La Nelly. Una carcajada nerviosa y agónica, de esas que al final se transforman en tos.

LAS PUERTITAS DEL SEÑOR LÓPEZ

por Hernán Martignone


Cada una de las historietas breves que conforman Las puertitas… fue publicada durante la dictadura que asoló a la Argentina entre 1976 y 1983; leídas (antes y ahora) en el marco de ese contexto, son verdaderamente impresionantes porque hablan a los gritos de la represión (en el doble sentido de la palabra), de la vida con miedo o en el miedo (de la gente común), de golpes militares (sin metáforas, literalmente, en por lo menos un caso). Ese detalle contextual, para nada menor pero que quizás se pierda para futuros lectores, engrandece todavía más –si cabe– esta obra que merece un lugar entre las tres o las cinco mejores historietas argentinas de todos los tiempos. Carlos Trillo encuentra en Horacio Altuna un compañero formidable, que con su trazo mágico, preciso y perfecto le permite hablar del mundo real (la oficina, la clase media) y a la vez de los mundos fantásticos (los deseos) que se le pasan por la cabeza, y también del pasado, y de lo que se le ocurra (y lo que se le ocurre es realmente mucho y sorprendente). Trillo cuenta, en entregas de cinco páginas, historias tremendamente humanas y humanamente tremendas –ancladas siempre en ese “hallazgo de las Musas” llamado López– que nos hacen reír o emocionar con la misma facilidad (por ejemplo, en el encuentro con Dios y en la historia del perro). Altuna muestra, en todos sus detalles, un mundo al mismo tiempo realista, maravilloso y caricaturesco, y son tan importantes cada guión y cada palabra de Trillo como el dibujo completísimo y la gestualidad que Altuna le imprime sobre todo al pusilánime “señor” López, que se vuelven (para traer a colación algo que parece no tener mucho que ver) tan fundamentales como el dibujo en Inodoro Pereyra de Fontanarrosa, donde casi siempre se recuerdan los magistrales juegos de palabras y las salidas impensadas, pero en el que las caras de Inodoro o de Mendieta tenían la misma fuerza expresiva que las piruetas verbales.

Esta dupla nos ha dejado otras grandes historietas (El Último Recreo, Charlie Moon, El Loco Chávez), pero Las puertitas del señor López es, para decirlo en pocas palabras, un clásico inmortal: una obra de esas que se ven realmente muy pocas veces.

LINO PALACIO

por Amadeo Gandolfo


La primera vez que uno tomó contacto con Lino Palacio (1903-1984) fue, probablemente, en esa colección de clásicos del humor apaisados que recopilaban caóticamente parte de las tiras de sus personajes (y los de Divito). Allí uno observaba, por un lado, esa obsesión repetitiva que caracterizó a sus personajes y a gran parte de su humor, pero también la velocidad de dibujo animado que animaba sus piernitas. El mundo de Palacio es contradictorio: entre la nostalgia (en algún momento Don Fulgencio, Avivato, Cicuta, fueron personajes popularísimos, de esos que crean modismos, pero ya no más) y la modernidad (como olvidar que el mismo fue jefe creativo de agencias publicitarias, un ávido adepto a los trajes, las bebidas, los buenos cigarros). Entre el quietismo de los lugares comunes (siempre parece existir en ese universo cerrado del barrio, los hombres de traje, Mar del Plata, las esposas gordas, ese submundo cada día más perdido del humor) de esos personajes que nunca gritan (miren sus globos de diálogo, sin puntos de exclamación) y un alter ego caricaturesco que cronicó la guerra más grande del siglo pasado y buena parte de la cambiante historia política del país.

Palacio fue uno de esos dibujantes cómicos viejos zorros que terminan poniendo una línea de una pared, un arbolito, la delineación de una esquina como todo fondo, que tienden a lo abstracto, cuyos personajes se destacan por el juego verbal, por unas cuantas líneas y por una combinación de blanco y negro que pronto podría ser una bola de boliche que rueda hasta el último cuadrito. Incluso sus caricaturas políticas abusan de eso, un Mussolini que parecía un sapo, un saco demasiado grande para Illia, un bigote prominente para Stalin.

A Lino Palacio se lo suele asociar al costumbrismo, pero no fue (o no fue solo) un conservador. Perteneció a esa gran estirpe de humoristas gráficos de este país que son a la vez hombres de mundo, pertinentemente conectados a lo social, a los estereotipos y a las modas. Y que incluso llegan a crearlas.

PARQUE CHAS

por Fede Velasco


Publicada originalmente en 1987 en la revista Fierro, la primera parte de esta saga es el primer trabajo en colaboración de Ricardo Barreiro y Eduardo Risso. Se trataba de un proyecto que llevaba casi un año en un cajón de Cascioli, que recién le dio luz verde cuando Eduardo, alentado por “el Loco” lo encaró en un pasillo para mostrarle su laburo, saltándose cualquier instancia intermedia. Durante las 90 páginas que dura la obra, Barreiro se dedica a contarnos lo que yo creo que le salía mejor: pequeños relatos autoconclusivos que se unían para formar una historia en términos mas grande. Así, a lo largo de los 11 episodios que duró la serie vemos al protagonista ir desentrañando los misterios de este barrio cuya forma repite la de un signo cabalístico. Una ventana que estaba prohibido abrir, una patota de niños extraterrestres, un Falcon asesino, un monstruo que habita en las cloacas y una línea secreta de subterráneos ordenada por Perón, son algunos de estos misterios que construyen una serie muy entretenida y donde se nota que Barreiro tenia algo para decir. Por el lado del dibujo, Risso realiza su único laburo con grisados hasta el momento lo cual le imprime una personalidad especial a la obra. Venía cargando el mote de «chico de Columba» y creyó que la mejor manera de sacárselo era demostrando que podía dar mucho más, hacer algo diferente, que no se pareciera a sus laburos en la editorial de la palomita y creo que lo consiguió con creces.

Lamentablemente, debido al éxito de la saga, los presionaron para realizar una continuación y la misma dejo muchísimo que desear. Originalmente hecha para Europa, acá se publico en 1991. La historia arrancaba donde dejó la anterior y finalmente revelaba lo que pasaba detrás de la ventana tapiada, para llegar a un final de los peorcitos que hizo el Loco, lo cual no es poco decir, ya que este siempre fue su punto flaco.

PRECINTO 56

por Pablo Turnes


La versión de Precinto 56 que se mantiene presente –aún disponible en su reedición de Editorial Récord– es probablemente la más recordada. Me refiero a las historias que Ángel Fernández y Ray Collins publicaron en Skorpio entre 1974 y 1976. A principios de los ´60 había pasado por la misma tira un joven José Muñoz, quien tomaría una década más tarde el modelo del detective Zero Galván para su Alack Sinner.

La historieta es apreciable desde su kitsch pero también desde su contexto histórico. En esos años de plomo y violencia política, desde una Nueva York inventada, Collins proponía a su detective como un tipo que parecía más duro y viejo de lo que en realidad era. La pseudo poesía de la voz en off, las reflexiones internas del personaje –que se mueve en un mundo sórdido y violento, pero que siempre busca el escape de la aventura y el romance– se unían de forma extraña y bella al dibujo publicitario y pop de Fernández. Es decir: el relato parece por momentos desordenado e incongruente –fallas del guión-, las mujeres tienden a ser todas iguales –estereotipo del dibujo-, pero algo lo hace funcionar. Y ese algo es el fluir de las imágenes que se deshilvana como lo hace el deseo del protagonista, construyendo su camino entre el concreto.

Leído desde hoy, Precinto 56 ha envejecido, pero mantiene cierta magia y misterio. Es un recordatorio –casi un ejercicio antropológico – de cómo eran esas historias que se leían en las revistas de los kioscos. Uno debe mentir para salvar al mundo, afirma Galván en La Montaña Sagrada. No está mal si se lo ejerce como lo hacían Fernández y Collins: la dicotomía entre el orden y la libertad, el trabajo y la felicidad, la policía y la poesía. Precinto 56 tenía todo eso, y lo planteaba a su manera, como suelen hacerlo las historietas que saben mentir bien, aunque no cambien al mundo.

Compartir:

Etiquetas:

Dejanos tus comentarios:

18 comentarios