Grant Morrison, autor de The Invisibles, es un amante declarado de William Burroughs, líder espiritual de una generación y, muchas veces, erróneamente hermanado a la generación beatnik. Aunque como señaló bien Diego Accorsi en su nota sobre la Doom Patrol, Morrison aplicó para esa historieta técnicas literarias que Burroughs solía usar en sus libros, es imposible no asociar también a The Invisibles con la literatura del viejo Bill.
The Invisibles tuvo una publicación un poco errática. La historia se divide en tres volúmenes: el primero se publicó desde 1994 hasta 1996, el segundo del ´97 al ´99, y el tercero entre 1999 y 2000. Aunque en más de una oportunidad parecía que la cosa iba a quedar en el aire, Morrison seguía firme al pie del cañón. Las tres temporadas (cómo les gusta ahora mechar esa palabrita) suman un total de 59 números, y hoy pueden conseguirse en siete comodísimos trade paperbacks. A lo largo de toda su publicación, la historieta tuvo un verdadero desfile de dibujantes, algunos potables, otros que zafaba, y otros que daban ganas de clavarse punzones en los ojos. Con seguridad, el gran lujo de la serie fue contar con Phil Jimenez durante 16 números.
The Invisibles cuenta la historia de un grupo terrorista, de una rebelión armada (ideológicamente, armamentísticamente y psicomágicamente –si existe esa palabra-) que lucha contra un grupo de entidades que tiene a toda la humanidad “dormida” y dominada. Los Invisibles, sabedores de esa realidad, lucharán para eliminar a estas entidades.
El grupo está integrado por King Mob, líder de la milicia y alter-ego de Morrison (entre otras varias influencias que el autor utilizó para armarlo). Luego está Lord Fanny, una travesti shaman de Brasil. También están Boy, Ragged Robin y Jack Frost, este último uno de los grandes personajes de la serie. Al comienzo del comic, Frost es el guía que le permite al lector entrar al mundo de los Invisibles, él es un joven inglés que termina por incorporarse al grupo, y sobre el que podría pesar un destino gigante. Sí, más allá de la pavota similitud con Matrix (película que le costó a DC una pelea con el guionista, que no tardó en mudarse temporalmente a Marvel), The Invisibles tiene un vuelo de una filosofía más sutil, vinculada principalmente con lo sensorial, y acá se unen los caminos con Burroughs. Esto lo digo a título recontra personal: The Invisibles es una historieta para sentirla más que para entenderla. Obviamente que hay millones de referencias a la cultura y a la magia que un no iniciado nunca va a pescar, pero teniendo en cuenta que esta es la obra más ombliguista del autor, y que tampoco tiene sentido medirse la chota para ver quién engancha la referencia más intrincada (porque The Invisibles es un comic que pide más acción que interpretación), pienso que esta historieta es una lectura que apela más a esa cuestión personal, a sentir esa revolución literaria dirigida más al corazón que al cráneo.
Como decía antes cuando mencionaba a Burroughs, muchos libros de ese autor (es más, probablemente todos lo que no sean ni Yonqui ni Queer) tienen algo de entender la lectura como una forma de experimentación no vinculada a una historial lineal, sino más bien a un juego que permita pegarle un buen mareo a los todos nuestros sentidos. Los libros de Burroughs van mucho más allá de las palabras, y The Invisibles va mucho más allá de las imágenes. Hay una historia lineal que va avanzando hacia una probable resolución, pero a medida que los números pasan, se hace cada vez más evidente que a Morrison lo que le interesa es otra cosa: es contar una historia que permita enmarcar en un comic todos sus amores personales. Esos amores que no son tangibles, que no pueden tocarse y, muchas veces, hasta no pueden ser puestos en palabras concretas, amores que apelan a sensaciones, ideas y sentimientos.
Eso es The Invisibles, y por estos motivos es que es una de las obras maestras de Grant Morrison, porque él supo plasmar en un lenguaje como el del comic un universo muchísimo más amplio. Y lejos de afincarse en las comodidades formales de este medio, decidió patear el tablero y hacer lo que tenía ganas. Escribir una gran historia no se trata de ser condescendientes con el público (teléfono para DiDio), sino más bien con hacer la obra que el autor tenga ganas, y educar al lector para que la disfrute. Bueno, Grant Morrison hizo eso, nos educó para enamorarnos de su universo, y nos regaló The Invisibles, su obra maestra.
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