Un periodista mala leche, que no duda en prender fuego a nadie con tal escupirle en la cara al público qué es lo que está pasando, un tipo que entiende la noticia como un huracán que se forma a su alrededor y del cual él es el gran protagonista, y que utiliza fármacos para potenciar su habilidad con la escritura. No, no es Hunter Thompson, es Spider Jerusalem, protagonista de la gran Transmetropolitan. El comic escrito por Warren Ellis y dibujado por Darick Robertson, se prolongó a lo largo de 60 números (publicados entre 1997 y 2002) en los cuales el guionista inglés armó no solo una fábula cyber-punk perfecta, sino incluso una columna de opinión enorme en la cual el propio Spider se convierte en el virulento alter ego del escritor.
Aunque hoy está catalogada dentro del panteón Vertigo, Transmetropolitan fue la única afortunada que logró llegar a ese sub-sello luego de la muerte de Helix. Ese sello fue breve, y cuando llegó a su fin a finales de los ´90 (y con menos de cinco años en su haber), el éxito de Transmetropolitan justificó que esa serie no quedara pausada, y por ese motivo la mudaron al histórico imprint capitaneado por Karen Berger, lugar en el que pudo continuar hasta el último episodio. Transmetropolitan cuenta la historia de Spider Jerusalem, un periodista que comienza siendo un exiliado de la sociedad, pero que debe volver a la gran ciudad obligado por su editor, al que le debe material nuevo. Presionado a sumergirse en la mugre de la metrópolis, Spider se encuentra una vez más con una sociedad asquerosa, desigual y mezquina, dirigida por una clase política corrupta.
Pero aunque en el mundo creado por Ellis la tecnología brota como un pus incurable, las opiniones de Spider y la realidad que le toca vivir, están íntimamente ligados a nuestro mundo; la cáscara cambia, pero el núcleo es el mismo. Y de ese modo, estableciendo paralelos evidentes, el cínico periodista se convierte en el vocero del propio Ellis, y en el micrófono que le permite reflexionar las cuestiones que más lo preocupan: la decadencia de la sociedad, la dependencia hacia la tecnología en las formas más absurdas posibles, la corrupción política y, principalmente, la desigualdad social y qué lugar juegan en las grandes ciudades las minorías oprimidas o en desventaja económica.
La astucia de Ellis, y la que permite que Transmetropolitan sea un cómic atrapante en vez de un púlpito de pedantería en el que Ellis pretende obsequiarnos con una verdad revelada, es muy sencillo, y tiene que ver con que Spider la pasa mal. Aunque putee, aunque por momentos sea el más poronga de la cuadra y aunque tenga los huevos del tamaño de un elefante, Spider es un personaje sufrido, y quien desde el vamos sabe que tiene todas las de perder. Convertir a su protagonista en un hombre torturado por su propio cinismo, es la llave que lo convierte en un personaje tan atractivo, incluso a pesar de su evidente misantropía. En la medida que Transmetropolitan avanza, y a través de arcos argumentales de rápida rotación, Spider asume dos posturas: en la mayoría de los casos, se convierte en un detonante de la noticia, pero en otros, se convierte en un simple espectador de una realidad deformada. El equilibrio entre el periodista activo y pasivo, es el que le permite a Ellis opinar sin bajar línea de manera grosera. Porque a no confundir, Ellis sí baja línea todo el tiempo, pero lo hace de manera sutil, elegante, y por eso es que Transmetropolitan se convierte en un comic con el que se puede discutir sin necesidad de indignarse.
Por otra parte, el laburo gráfico de Robertson es, obviamente inmejorable. Si bien aplaudir a este dibujante no es una novedad, no deja de ser obvio el gigantesco granito de arena que el ilustrador aportó; las caras llenas de desesperanza, esos híbridos imposibles que parecen burlarse de la anatomía natural, los policías con expresión de odio y por sobre todas las cosas, la sonrisa de perdedor resignado que pareciera tener Spider tatuada en la cara, fueron vitales para ilustrar una historia tan viciada como la de Transmetropolitan.
A lo largo de los 60 números que duró el comic, y durante los pequeños arcos en los que Spider desparrama su mala leche habitual, la figura que termina erigiéndose como el villano más interesante, es el político Gary Callahan, un tipo despreciable que termina por convirtirse en presidente. Callahan y Spider tienen una relación de franco odio, y ambos conspiran para joderle prolijamente la vida al otro. Y que el némesis del protagonista sea el mismísimo presidente, tiene que ver con esa idea de poner a Spider contra un villano que, a priori, parece estar muy por arriba de sus posibilidades.
Transmetropolitan, que en la actualidad se consigue con muchísima facilidad a través de una colección de 10 trade paperbacks (a la que se sumará otra reedición en tomos Absolute a partir de abril de 2015) continúa siendo una de las lecturas imprescindibles de Vertigo. No tendrá la popularidad de Preacher, ni la fama de Sandman, pero sin lugar a dudas tiene el aguante de una legión de lectores que siguen apostando a la mirada de Spider como filosofía de vida.
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