Una de las formas de convencerse del inmenso poder artístico de la historieta es leer un comic que te duela. Pero dolor posta, como duele una muela cuando se pudre, como duele perder una final por un gol en offside en el minuto 94, como duelen los huevos después de toda una noche transando con una minita que no entrega. Entre Noviembre de 2005 y Febrero de 2012, Vertigo publicó los 72 números de DMZ, una serie creada por Brian Wood (luego recopilada en 12 TPBs) que hace doler de verdad, que te mancha hasta el alma y te hace oler a mierda por más que te bañes.
Lo mejor que tiene DMZ es el planteo: una segunda guerra civil enfrenta a yankis contra yankis y un pichi, aprendiz de fotógrafo o camarógrafo, o algo así vinculado al periodismo, se queda varado en la zona donde se dan los combates más virulentos entre las dos facciones: Manhattan. La onda es acompañar a Matty Roth, el único cronista vivo en la isla, en su recorrida por esa Manhattan semi-destruída. Una recorrida a veces motivada por la curiosidad periodística y otras por la casualidad, o algún capricho del destino. La ciudad es tan, pero tan protagonista, que se requieren algunas nociones básicas acerca de su geografía para entender más o menos por dónde corno anda Matty.
Como todo buen comic de guerra, DMZ no se queda en los combates, sino que se mete mucho con la gente, con los pobres tipos y minas que quedaron atrapados en el kilombo y no tienen más opción que seguir adelante con sus vidas, como se pueda, y hasta que el próximo bombardeo los vuele a la mierda. La relación entre ellos y Matty va a ser de tira y afloje, siempre impredecible, pero está todo dado para que pinte el romance con Zee, una chica que brinda primeros auxilios a los heridos, muy canchera para moverse en esta ciudad de la furia.
Otro detalle interesante es el de los jefes de Matty, un noticiero que responde a un canal, que a su vez responde a uno de los bandos enfrentados, y que tiende a presentar el conflicto de modo bastante parcial, sin ningún reparo a la hora de ocultar algunos datos y maximizar otros, con tal de reforzar la versión que les interesa propagar. En una situación de guerra posta, el manoseo de la información muchas veces se convierte en el manoseo de vidas humanas, de muertos que no mueren, de ataques salvajes que se convierten en “medidas preventivas” y violaciones a los derechos humanos que se convierten en “lamentables efectos colaterales” de ese ir y venir de tanques, aviones, helicópteros y francotiradores. A Wood todo eso, sumado al negocio que hacen las grandes corporaciones con la tragedia, lo indigna profundamente (se ve que vio cómo algunos medios yankis cubrieron las heroicas gestas de Bush y sus aliados en Medio Oriente) y nos transmite buena parte de ese asco con una fuerza y una eficiencia notables.
Por momentos, DMZ se pone muy heavy y requiere mucho estómago: cada vez pasan cosas más grossas y más difíciles de digerir. Por momentos es un caño de escape envuelto en papel de lija, con un poquito de salsa blanca encima, para que parezca un canelón. En la frontera entre los Estados Libres de América y los Estados Unidos de América, desafiando al abismo entre lo que pasa y lo que los medios dicen que pasa, con un pie en la adolescencia pelotuda y despreocupada y el otro en el compromiso y la madurez, Matty Roth sufre, vomita, morfa, se ríe, se enoja, camina, rosquea, la pone, la liga… crece. Como también crece el elenco que lo secunda y que incluye a unos cuantos personajes memorables.
Gracias a esta serie, Brian Wood pasó de ser uno de los tantos artistas que en los ´90 alcanzó una chapita de culto como autor integral a alcanzar el status de guionista prolífico y exitoso. Wood dibuja las portadas y algunas pocas páginas, pero el dibujante titular es el italiano Riccardo Burchielli, de muy buen desempeño, una especie de Carlos Ezquerra con enfoques más jugados. La estructura de la serie, con muchos episodios unitarios o arcos muy cortitos, permite abrirle el juego a otros dibujantes, y cuando no está Burchielli tenemos a algunos invitados exquisitos, como Kristian Donaldson, Nathan Fox, Cliff Chiang, Danijel Zezelj, David Lapham o Shawn Martinbrough.
Qué loco que haya existido una historieta así, y que la haya publicado una subsidiaria de Time-Warner… Qué loco que haya aparecido un kamikaze a gritar desde un comic que EEUU se murió, que el ciudadano no puede confiar ni en sus fuerzas armadas, ni en los medios de comunicación, ni en las empresas, ni en los jueces. Qué loco que hayan habido lectores suficientes para sustentar una propuesta así, que cada mes te sometía a un nuevo bukkake de pálidas, injusticias, crueldades y patadas en la garganta… Y a la vez, qué grosso.
Lo peor de todo es que, a pesar de las alertas que enciende Brian Wood en este comic, la guerra sin cuartel entre los propios yankis y en su propio territorio todavía se ve posible. Lo mejor de todo es que, al margen de las especulaciones, nos quedan 12 libros tremendos, repletos de ideas potentes, personajes complejos y situaciones que nunca habíamos visto en ninguna otra historieta. DMZ es mucho más que una oda escrita por Wood a su querida Manhattan. También es un comic que te atrapa, te intriga, por momentos te caga a palos, te asfixia, te enfurece y al final te deja la maravillosa sensación de haber leído algo único, irrepetible y demoledor. Papa estremecedoramente fina.
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